Seguimos, ahora la presentación de Santiago.
Santiago, de chico había querido seguir los pasos de su padre, el gran abogado López Arregui, intachable profesional y gran persona, pero siendo adolescente había podido comprender que nunca igualaría a su padre, del que estaba profundamente orgulloso, dicho sea de paso, y que él nunca dejaría de ser, para los colegas, el hijo del doctor López Arregui. Mal que le pese, ese nombre y apellido tenían su propio valor. En el rubro eso era muy importante y solo le haría sombra a alguien así, superándolo y Santiago no podía con esa idea. Demasiado bueno había sido su padre en varios aspectos como para creer poder hacerlo. Entonces había decidido inscribirse en la facultad de Ciencias Económicas. No por no creerse capaz de superar a su padre, profesionalmente hablando, tal vez se animaría a intentarlo, sino porque su inclinación y aspiraciones, aunque lo había notado ya de grande, se inclinaban más hacia los números.
Comenzó a trabajar en el estudio de su padre, cursando el último año de facultad. El día que se recibió con honores, su padre le rindió homenaje a tanta dedicación y sacrificio poniendo, en la puerta de su estudio jurídico, en hermosas y elegantes letras de bronce, "Estudio jurídico - contable López Arregui" y, más abajo y pequeño, los nombres de ambos y su profesión. Gesto que Santiago agradeció siendo el mejor profesional que podría ser desde ese día, manteniendo el intachable apellido en la misma cima que su padre lo había colocado. Nadie esperaba menos de un único hijo, ¿verdad?
Santiago admiraba a su padre y le reconocía, cada uno de sus días, todo lo que había hecho por él. Había sido un padre afectuoso, cariñoso y presente, con asistencia perfecta en los actos escolares y en los festejos de cumpleaños. Para las vacaciones siempre había planeado un viaje distinto para mostrarle el mundo y todas las culturas posibles. Podía decir que a sus treinta y tres años había recorrido casi todos los lugares del mapa, cosa que no hubiese podido hacer si no hubiese sido porque su padre lo había llevado desde pequeño. Era su ejemplo a seguir, padre devoto, amante esposo y excelente profesional. Nada más y nada menos.
Siguiendo con esa premisa, tal como lo habían hecho sus padres, se había casado con la primer y única novia presentada oficialmente a los 20 años, Paula Riera, una chica de buena familia, educada, compañera y hermosa, que vivía solo para dos cosas, para su esposo Santiago y para mantenerse bella, con continuas visitas a la peluquería, gimnasio y centros de estética.
Era la esposa perfecta a la hora de asistir a un evento de beneficio o una cena de trabajo. Era sociable y se adaptaba a cualquier tipo de conversación o simplemente se quedaba callada si era necesario y siempre estaba elegantemente vestida para la ocasión. Ella había aprendido de su suegra Mirta que, siendo la esposa del importante Adolfo López Arregui, era conocida, en la sociedad, como la anfitriona de las mejores fiestas de abogados y actos de beneficencia.
Tanta exigencia, inconsciente por supuesto, había hecho de Santiago, un hombre serio, osco, demasiado dedicado al trabajo, con poco tiempo para la diversión y el ocio, y un poco menos de tiempo para su abnegada esposa, quien había dejado de esperar de él un poco más de dedicación y romance.
Para Sofía, las rutinas de la oficina se habían vuelto parte de sus días y las disfrutaba. El cafecito matutino del doctor, las anotaciones en las agendas de los dos jefes para que no se olviden sus compromisos, la pila de carpetas necesarias en cada escritorio para que puedan leerlas al llegar y antes de sus llamadas o reuniones, atender le teléfono y, últimamente, llevarle el café, cortado con una gota de leche fría y amargo, a Santiago, pasado el mediodía. La verdad, esa era una de las pocas tareas que no le hacía mucha gracia.
-Permiso señor Santiago, su café –dijo al entrar sin haber esperado ninguna palabra, como era de costumbre-. Perdón...no quise...-Claro que encontrarse con lo que se había encontrado no era de costumbre, aunque no se molestaría si así comenzaba a ser.
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No me alcanzó con mirarte (Completa)
RomantizmSantiago López Arregui, exitoso contador de 33 años, llevaba una vida tranquila, rutinaria y prolija, tal vez, monótona y aburrida, pero eso lo descubriría con la llegada de Sofia Quevedo, una hermosa estudiante de derecho de sólo 23 años, que tomó...