Parte 6

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Ese viernes, Adolfo estaba inquieto y ansioso, no podía concentrarse, esperaba el llamado de Sofia para saber cómo le había ido. Ya había pasado el mediodía y no tenía novedades. No había sabido nada de ella en esos días de estudio, estaba preocupado.

-Papá, por favor, ya va a llamar, relajate. Me contagiaste la ansiedad a mí ahora, ¿no querés que vayamos a comer algo?

-No, quiero estar acá para cuando vuelva Sofia, es una materia muy importante, te diría que bisagra en la carrera, por eso estoy así, porque me pongo es su lugar.

Sofia llego pasada la una de la tarde, abrió el despacho de Adolfo y estaban los dos ahí sentados, charlando. Santiago había querido distraerlo con algunos comentarios laborales, pero no había logrado mucho, no podía creer como quería a esa chica y cuanto se preocupaba por ella, aunque no era impropio de él.

-Llegué doctor. Santiago, buen día... –Hizo una pausa con cara de pícara.

- ¿Y bien...? Por Dios soy un hombre grande y el suspenso me puede hacer mal, hija.

- ¡Me saqué un nueve! Estoy más que feliz.

- ¡Cuánto me alegro! Vení dame un abrazo –dijo Adolfo, relajándose. Sofia se acercó saltando de alegría y se arrojó a los brazos de su paternal jefe.

-Gracias por tanto apoyo, doctor, de verdad gracias, a los dos –dijo mirándolos a los ojos con la cara llena de felicidad.

Santiago pensó que también quería abrazarla, pero entonces se recordó que no tenían tanta confianza y que más bien existía entre ellos cierta distancia, distancia que él mismo había inventado por necesidad, y solo la felicitó con pocas palabras y una sonrisa.

Verla lo hizo notar cuanto había extrañado tenerla cerca, esa alegría que contagiaba, digna de envidia, era como energía para él. Su risa, sus movimientos enérgicos, sus apariciones y paseos por los pasillos...su juventud y su belleza. Había extrañado mirarla.

Se levantó lentamente y se fue a su oficina, dejándolos conversar, ella le contaba con lujo de detalle lo que le habían preguntado y como había respondido, mientras su padre la escuchaba con atención. Era demasiada teoría para él. No le importaba esa conversación, ya tendría su momento con ella.

Más tarde y habiendo sacado todos los nervios contenido, con una extensa charla con su jefe, Sofia se acomodó en su oficina, ordenó papeles, realizó llamadas e increíblemente estaba todo muy tranquilo para ser viernes y no cualquier viernes, sino el que le seguía a su ausencia de días.

Santiago, en su oficina, parecía un león enjaulado. Quería su momento, aun resonaba su suave voz en su cabeza, ese llamado telefónico lo había mantenido alerta, expectante. Y haber experimentado ese huracán de energía en el despacho de su padre era...no tenía palabras para lo que sentía en ese momento. ¿Que tenía esa mujer, que era tan atractivo para su cuerpo? Quería tenerla en frente, cualquier excusa serviría, solo para traerla un momento, verla, olerla, escucharla.

-Sofia, por favor, me traes la carpeta roja con los datos de los clientes. -Era una estúpida idea, estúpida idea, lo sabía.

-Se la dejé sobre el escritorio el martes, yo acá no la tengo. –Sofía buscó en los estantes para asegurarse y al no encontrarla creyó oportuno ayudar a buscar. -Ya voy y lo ayudo. Cuatro ojos ven más que dos.

Santiago acomodó la carpeta debajo de una de las pilas de papeles, cualquiera daba lo mismo, solo para esconderla. Apartó la silla de su mesa y esperó para verla entrar, en posición de disimular buscar dentro de un cajón. Se sentía tan infantil, tan...necesitado de verla entrar y verla salir después.

Sofia golpeó por costumbre y entró, él la observó detalladamente, había sufrido abstinencia de ella y quería recordarla después. Lo primero que le llamó la atención, como siempre, fue su cabello brillante, imaginaba lo suave que se sentiría al tocarlo. Ella lo recogía de manera que quedaba prolijo y dócil, pero él sabía lo libre y hermoso que se veía suelto. Sus ojos hermosos, velados por la seriedad de esos anteojos que ocultaban su mirada, la que dejaba descubrir su verdadera personalidad, tan divertida y fresca. Su blusa como siempre ocultaba sus pechos, del tamaño perfecto para su armonioso cuerpo, la pollera que esta vez era un poco más corta dejaba lucir sus piernas largas y las imaginaba tan hermosas. Se pensaba acariciándolas, suavemente de principio a fin, permitiéndole que las enrede en su cintura mientras la besaba.

-Santiago, ¿busco en esa pila de carpetas? –Lo notó distraído y repitió su nombre una vez más para traerlo de vuelta -Santiago.

-Perdón. Intentaba recordar adonde la había visto por última vez –mintió él –, no la busqué acá. Fijate si la vez en esta pila de carpetas, yo busco en este cajón -disimuló.

Sofia se acercó a su lado del escritorio, casi rozando su brazo con el de él. Podían oler sus perfumes, escuchar sus respiraciones. Ya no solo era él el incómodo.

Sofía comenzó a buscar la carpeta intentando no pensar en nada más que en su tarea, no quería que su imaginación traicionera comience a hacer de las suyas al tenerlo tan cerca, en cambio Santiago, si quería, embriagado por su olor y por su cercanía, la observaba, sus manos tan finas con dedos tan largos se movían entre las carpetas y entre las hojas hábilmente y los imaginó recorriendo su pecho desnudo, bajando lentamente hasta llegar a su cinturón para desprenderlo con su mirada clavada en sus ojos y con la respiración agitada, para luego desprender el botón del pantalón y...no pudo seguir...se tapó la cara con las dos manos, no pudiendo respirar y sintiendo la excitación en su cuerpo.

Él solo se metía en la boca del lobo y le costaba salir.

-La encontré, ¿es esta verdad? No podía estar muy lejos –dijo ella contenta de serle útil y de poder alejarse en ese mismo instante.

Santiago se la sacó de la mano, agradeciéndole al mismo tiempo que se levantaba rápidamente. Caminó hasta la puerta y se fue mirando el reloj, argumentando que llegaba tarde a su reunión. Necesitaba escapar de ahí. Su presencia lo atormentaba, pero ella no era la responsable, él y su imaginación, lo eran, sus pensamientos, que lo llevaban a la locura y a la desesperación. Hacía tanto que no fantaseaba con los ojos abiertos...ella lograba eso, llenarlo de maravillosas e inquietantes fantasías, como cuando era joven, tanto o más que ella y sus hormonas estaba despiertas y alocadas la mayoría del tiempo o alertas como ella las ponía.

Caminó rápido. No tenía destino, necesitaba aire fresco, recorrió varias cuadras, algunas de ida, otras de vuelta. Su fantasía volaba con las imágenes de Sofia, no podía alejarlas, su cuerpo lo enloquecía lleno de necesidades, ese suave perfume lo emborrachaba como el más puro alcohol...analizó sus opciones, no tenía muchas, después de la reacción de Paula no podía ir a desahogar sus deseos en ella y se metió en el hotel que estaba a dos cuadras del estudio. Pidió una habitación, necesitaba una ducha, fría bien fría, tranquilizar su mente, estar solo y pensar.

Entró al cuarto sacándose la ropa, tirándola en el piso, su urgencia no lo dejaba pensar, la corbata, la camisa, los zapatos. El pantalón cayó sobre la cama y su ropa interior también. Estar desnudo le provocaba más aun imaginarla, su erección le molestaba, casi le dolía. Se metió debajo de la ducha fría, no lo pensó mucho, era lo que necesitaba, pero el agua recorriendo su espalda le erizó la piel, lejos de conseguir lo que quería, se excitó aún más. Otra vez las imágenes de Sofia en su cabeza, cerró los ojos, pensó en sus largas piernas rodeando su cintura, imaginó vívidamente sus dedos recorriéndolo desde el pecho hasta el vientre y luego más abajo. Comenzó a tocarse, como si ella lo hiciera, viviendo su fantasía, se imaginó dentro de ella, escuchándola gozar en sus brazos mientras le hacía el amor salvajemente, como quería hacer desde hacía tantos días...y se masturbó con esas imágenes, hasta sentir sus piernas debilitarse y el último gemido que abandonaba su cuerpo, fue un sonido profundo que llenó el cubículo de la ducha, como si cuerpo necesitase ese alivio.

El agua seguía cayendo fría sobre sus hombros y su cabeza, su cuerpo débil recuperaba fuerzas y calentó el agua, ya no necesitaba el frio, no había funcionado. Lo invadió una sensación de enojo, furia y frustración, por sentirse preso del deseo que le provocaba esa extraña mujer, preso de la reacción de su cuerpo cuando estaba cerca de ella.


No me alcanzó con mirarte (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora