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Al separarnos no dijimos nada. Nos miramos por un instante a los ojos. Yo esperé que no pudiese leer en mi mirada cuanto me había gustado ese beso. 

Subimos al coche y arrancó. Menos mal que vivía cerca, lo que menos deseaba era estar junto a él y que los dos estuviésemos sumidos en ese silencio más que incómodo.

Paró ante mi portal. No sabía ni como despedirme de él. 

—Buenas noches.— Dijo él,  algo seco, sin apenas mirarme.

—Buenas noches.—Respondí aún sentada a su lado.— Aunque creo que no deberías conducir hasta tu casa. Has bebido.

—Estaré bien. No quiero molestar.

—No molestas, para nada. Puedes quedarte.

Permaneció unos instantes en silencio, mirando hacia sus manos, y finalmente me miró.

—¿Es simplemente para que no vaya habiendo bebido hasta mi casa o también porque deseas que me quede?

Me vi tentada a mentirle, decirle que era sólo pensando en su bienestar, pero una parte de mí deseaba que se quedara simplemente por tenerlo cerca más tiempo.

—Es evidente que deseo que te quedes.

Volvimos a besarnos de nuevo. Salimos del coche y continuamos caminando hacia mi puerta, sin que nuestros labios dejaran de buscarse. Como si al dejar de tocarnos se pudiese romper el hechizo del momento.

Estaba nerviosa, pero lo deseaba con cada centímetro de mi piel. Lo atraje hacia mí,  guiándolo hasta mi habitación.

Le quité la camiseta, admirando ese cuerpo que, aunque siempre vi bonito, no pensé que fuese a anhelar de ese modo. Porque nunca había sentido ese grado de deseo por nadie. Lo acaricié, cubrí sus hombros con mis manos, la silueta de sus brazos, quise sentir cada rincón, cada recodo de su piel.

Él me tomó el rostro delicadamente con sus manos, y sus ojos se clavaron en mí. Jamás me habían mirado de ese modo. Era como si quisiese adentrarse en mis pensamientos. Lo besé, esta vez menos cohibida. Deseaba mirarlo, disfrutar del momento, de su cercanía. Estaba harta de pensar y sólo quería dejarme llevar.

Nos desvestimos el uno al otro, lentamente. Sus manos no dejaban de acariciarme, despertando en mí mil sensaciones.

Me tumbó en la cama, comenzó a besar mi cuello, y mordisqueó el lóbulo de mi oreja. Toda mi piel se estaba erizando, sentía que las ganas de tenerlo dentro me estaban abrasando. Su lengua se enredaba en la mía, y sentía su respiración agitada, reflejo de la mía propia, que se estaba desbocando. 

Con mis manos en su espalda lo atraje más hacia mí, mostrándole cuanto deseaba su cercanía, como deseaba eliminar esos escasos centímetros que nos separaban.

Abrí el cajón de la mesita de noche, para coger un preservativo.

Gemí cuando se deslizó, despacio, dentro de mí. Me encantaba el modo en que sus caderas marcaban el ritmo, rozándome en cada vaivén, provocando oleadas de placer que iban en aumento. 

Fuimos aumentando la velocidad en nuestros movimientos, y la intensidad de las sensaciones era cada vez mayor. Una parte de mi quería ser calmada, gozarlo lentamente,  pero a la vez deseaba que nuestros cuerpos respondieran juntos, como si hubiese estado demasiado tiempo esperando por ello. Tal vez así era, y  ahora me sentía como alguien sedienta de él, de ese contacto y las ganas de calmarme me superaban.

Cuando volvió a besar mi clavícula y a dar pequeños mordiscos en ella, mi boca quedó cerca a su oído, y no podría dejar de gemir.

—Cuanto deseaba esto—Dijo con un susurro en mi oído, con la voz un poco ronca, cubierta por las ganas.

—Joder, y yo.—Le respondí.

Mi espalda se arqueó ligeramente mientras movía mis caderas para que se adentrara todavía más y más fuerte. Mis manos se aferraron a su espalda cuando me dejé ir, en un orgasmo tan intenso que me cortó la respiración.

Sentí como él se venía conmigo, como su miembro se contraía dentro de mi, mientras su rostro se enterraba en mi cuello. El modo en que gimió entrecortadamente me enloqueció.

Luego nos miramos, con su cuerpo todavía sobre el mío, nuestros pechos tratando de recobrar el ritmo, movidos por nuestra respiración todavía agitada.

Lo había disfrutado mucho, muchísimo. Nunca podría arrepentirme de ello ni lamentarlo, y eso lo tenía claro,  pero...¿Qué narices iba a pasar ahora? Ni sabía que decir. ¿Era mejor hacer como que había sido un error? ¿Sería mejor decirle que me había encantado?

Se movió y se tumbó a mi lado, mientras estrechaba mi mano. Yo presioné la suya también, deseando que de algún modo mis gestos pudieran hablar por mí, ya que aún era incapaz de hacerlo.

Pero pronto noté la presión de la incomodidad. Lo que hace un momento sólo había aportado deseo y alivio ahora lo percibía como algo tenso. El no saber que decir, como actuar, que pasos debía dar...Mil pensamientos pero ninguna certeza, como siempre.

—Creo que debería marcharme—Dijo él finalmente con la voz apagada.

—Sí.—Respondí.

¿Por qué coño había dicho sí? No quería que se marchara. Era lo último que deseaba en ese momento.

—Lo siento. Esto no entraba en los planes y de verdad que lo siento muchísimo.—Dijo. 

Joder, no. Se arrepentía. Lo lamentaba. Era más que evidente.

—No pasa nada. Habíamos bebido un poco y ha sido una noche intensa.—Dije luchando por no desmoronarme.

—Sí, lo ha sido— Respondió con un intento de sonrisa que no lo fue para nada.

Cuando terminó de vestirse me miró a los ojos. Permaneció unos instantes así antes de suspirar y despedirse.

Me quedé en la cama mirando al vacío. Era lo que siempre intentaba hacer cuando estaba jodida. Mirar al vacío e intentar no sentir nada. O, al menos, controlar el aluvión de sentimientos lo máximo que pudiera. ¿Por qué coño se había tenido que ir?

Ojalá  hubiera sido capaz de decirle lo mucho que deseaba que se quedara. 








El precio del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora