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AÑOS MÁS TARDE...


Claire y Martin llegaron incluso antes de tiempo, gracias a Dios. Venían con su hija, Amber, para que pasara la noche con mis hijos Jaden y Kathrina.

—¡Aún no te has arreglado!—Me dijo Claire mirándome luchar para abrochar mi falda.

—Lo sé, Kathrina está con la rabieta porque quiere venir con su padre y conmigo.—Le dije.— Menos mal que os viene bien quedaros aquí, me hubiese costado horrores conseguir llevarla a vuestra casa.

—¡Pero yo quiero ver tocar a papá!—Volvió a vociferar mi hija.

—Kat, ya hemos ido muchas veces. Deja que por hoy vayan mami y papi.—Trató de convencerla Jaden.

Mi hombrecito, que a sus diez años tenía la calma de un adulto y era el que mejor lidiaba con el genio de su pequeña hermana de siete años.

Esa noche la banda de Nate ofrecía un concierto en la ciudad. Algo bastante íntimo, con poca gente, y lo vimos como el pretexto perfecto para tener una noche para nosotros solos.

Alan, nuestro jefe, asistiría también. Adoraba a Nate y estaba más que contento de como llevaba la sección musical de la revista; trabajo que compaginaba con las actuaciones que daba con el grupo.

—Tía Amy, Kathrina no me deja jugar con las muñecas.—Me dijo Amber con carita de pena.

—Por Dios, que cabezota es.—Dije entre dientes.

—Igualita a su madre.—Bromeó Nate besándome en la coronilla.

Traté de arreglarme rápidamente y me tranquilicé al ver a Kat reír con Amber mientras jugaban. El berrinche se había esfumado.

Jaden le entregó un papel a Nate. Me acerqué para verlo. Era un mensaje de buena suerte para la actuación. Solía hacerle siempre dibujos o cartas para que las llevara encima en el escenario y así todo saliera bien.

Tras varios minutos de despedida Claire prácticamente nos echó de casa. Nos sabía mal separarnos de los niños y salir solos, a pesar de que sabíamos que estaban en las mejores manos.

Llegamos al local. Fui con Nate al backstage para saludar al resto de los miembros antes de ir a buscar mesa para ver el show. Maxx me dio un abrazo asfixiantemente fuerte, como siempre. Devon y Josh me saludaron con mucho cariño también. A parte de ser los miembros del grupo eran los mejores amigos de Nate, y con el tiempo se habían hecho muy buenos amigos míos también. Especialmente Maxx, con el que tenía mucha más confianza.

 Me despedí de ellos para salir a la zona de las mesas. Alan ya estaba en una de ellas, guardando sitio y me senté a su lado. 

Todo salió perfecto. Se notaba la alegría y complicidad que sentían al estar tocando en su cuidad, rodeados de gente conocida y amigos.

Y yo no podía evitar comerme con los ojos a Nate, como siempre. Era algo que pensé que con el tiempo se iría, pero para nada. Tenía el marido más sexy del mundo y eso sería así por el resto de los días.

Cuando terminó la actuación tomamos algo rápido con los chicos y nos despedimos para volver a casa.

Subimos al coche, y yo coloqué mi mano en la rodilla de Nate.

—¿Está juguetona, señora Evans?—Me preguntó pícaramente.

Le sonreí de modo seductor, subiendo más la mano mientras lo miraba.

Me di cuenta, entonces, de que Nate se había distraído y se había pasado el desvío de la carretera que llevaba a casa.

—¿Te pongo nervioso? Te has pasado la salida.

—O tal vez es porque te tengo una sorpresa.

Unos minutos antes de llegar fui consciente de a dónde estábamos yendo. El hotel en el cual, años atrás, se había casado mi hermana Alice. El lugar donde todo había comenzado oficialmente.

Vi en sus ojos la misma ilusión que yo sentía.

— ¡Cuánto tiempo! Mira, ¡está prácticamente igual!—Exclamé , en realidad más para mí misma que otra cosa.

—¿Imaginaste que esto pasaría?—Me preguntó.

—¿Venir aquí hoy? Pues no, no lo esperaba para nada.

—No. Me refiero a hace años. Pensar como saldría todo. Era lo último que yo pensé que pasaría. Estar juntos, formar una familia, todo lo transcurrido desde que estuvimos aquí.

—Para nada. Pero es que no imaginé que tendría tanta suerte en la vida.—Respondí.

—La mayor de todas las suertes. Tampoco lo esperaba. Para mí los sueños sólo sucedían cuando estabas dormido. Nunca pensé que sería tan feliz.

Lo abracé y cuando él me soltó, para caminar, hice ademán de ir hacia el coche.

—¿En serio crees que te voy a dejar escapar así de fácil? No, no. Hoy dormimos aquí.

—Pero...¿Y Claire? Estará esperando...

—Ya lo sabe.—Me cortó.- Esta noche quiero que sea sólo nuestra.

Me lancé a sus bazos y empecé a besarle, emocionada.

—Ya nos tocaba, palabritas.—Me dijo guiñándome un ojo.

Suspiré y asentí. Era cierto, nos lo teníamos ganado.

Me cogió en brazos para entrar a la habitación, algo que ya se había convertido en costumbre, con el tiempo.

Su mirada, cargada de deseo, me recorrió, y yo me acerqué para empezar a desvestirlo. A mi marido. El hombre al que deseaba y amaba. Mi apoyo, amigo y confidente. Todo mi mundo.

—Te amo.—Me dijo mirándome a los ojos.

—Y yo te amo a ti.—Le respondí.

Y nos fundimos en el otro con toda la intensidad y deseo de nuestra pasión. Con las ganas intactas, al igual que lo habíamos hecho en ese mismo dormitorio años atrás, pero con marcadas diferencias. Porque ya no había miedo ni desconocimiento, ya no estábamos perdidos, éramos más libres, éramos nosotros. Habíamos aprendido que a veces había que jugársela. Que hay trenes que deben cogerse aún sin saber el destino certero. Que el miedo y la inseguridad pueden ser el peor enemigo y, a veces, el peor de todos somos nosotros mismos. 

La antigua Amanda tuvo que aprender a romper los muros que no la permitían avanzar. Luchó contra esas inseguridades que la estancaban  y aprendió a abrirse, conocerse, aceptarse  y amarse para ser  la mejor versión de si misma. Y ese amor, tanto propio como hacia los demás, hacía que todo mereciera la pena. Aunque el camino para llegar a ello no era nada sencillo, pero era algo por lo que merecía la pena luchar. Porque ese es el coste del bienestar. Ese, es el precio del amor.



                                                                                            FIN

El precio del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora