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Me quedé prácticamente toda la noche tirada en el sofá, viendo películas cutres con un bol repleto de cereales al lado. Sé que el tópico es helado o chocolate, pero no tenía, así que me conformé con el alijo de azúcar que pude encontrar en casa.

Cuando me desperté por la mañana tenía varios mensajes de Claire y Matt para dame ánimos. Querían salir por ahí esa noche, hacer algo divertido para aprovechar que era Sábado, pero yo no tenía ganas de nada. Mucho menos de hacer como que no pasaba nada y que podía divertirme.

Me levanté para darme una ducha, pero el sonido de una llamada entrante me hizo volver a entrar en la habitación para coger el móvil. Era Peter.

¡Se había arrepentido! Seguro que era eso. No pude evitar sentirme un poco aliviada. Tomé aire antes de responder. Y antes de que terminara de hacer añicos la poca esperanza que me quedaba.

Sólo me llamaba para decirme que había organizado mis cosas, las que tenía en su casa y que  podía pasar a llevármelas cuando quisiera; que cuanto antes sería mejor para los dos, para pasar página. Vamos, que el muy cerdo encima tenía prisa por ver como salía definitivamente de su vida.

No les comenté nada de eso a Claire ni a Matt cuando me llamaron. Mi pensamiento irreal me decía que si algún día Peter y yo volvíamos esos detalles harían que mis amigos lo vieran con malos ojos. 

No quería salir, pero tampoco quedarme en casa, y me animaron diciéndome que les había prometido no encerrarme en mi burbuja de autodestrucción social. Sí...como si fuese el apocalipsis. 

Al final acepté salir con ellos, a regañadientes, y haciéndoles prometer que me dejarían marchar pronto.




El precio del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora