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Le invité a pasar y se sentó en el sofá.

—¿Quieres beber algo?—Le pregunté.

—Agua, por favor.

Fui a por dos vasos y una botella de agua mineral y me senté en el sillón que estaba enfrente del sofá. Tomé aire para insuflarme de valor y poder hablar.

—Sí que iré.—Dijo antes de que yo dijese nada, mirándome.—Iré a la boda.

—Gracias—Respondí aliviada.

—No voy a dejar el trabajo sin terminar, mucho menos el día más importante. No te preocupes que todo sigue en pie, tal y como habíamos planeado.

—Me tranquiliza escuchar eso, la verdad.

Pero en realidad estaba de todo menos tranquila. Porque habíamos vuelto al principio, como cuando lo conocí. Ese tono de voz seco, inexpresivo. ¿Que era, obviamente lo que debía ser y la finalidad de todo eso? Claro; ¿Que me fastidiaba y me jodía igual sin que pudiese evitarlo? Evidentemente. 

No sabía para que había venido. Porque estábamos callados, sin mirarnos. Vaya gasto más tonto de gasolina. Y yo no sabía que tema sacar para matar ese silencio.

Debió de percibir que me estaba poniendo de los nervios, porque se despidió y dijo que tenía algo de prisa.

—Vale, pues ya organizaremos los horarios para la boda—Dije.

—Sí.—Respondió ya en la puerta.

Pero antes de que se marchara quería hablar con él, me gustase o no. Necesitaba hacerlo.

—Jacob, lo siento mucho—Dije.

—No fue cosa tuya.

—Hombre, tampoco es que lo hicieras tú solo.

—Ya. Bueno, tranquila. El plan seguirá igual.

—Lo sé. Aún así no puedo evitar sentirme mal. De verdad, lo siento. Me jode ver como el arrepentimiento hace que no puedas ni mirarme a la cara.

—¿Arrepentimiento?— Preguntó con voz incrédula.—Por lo que no puedo mirarte es por que temo saber que piensas.

—Que fue un error. Lo sé. Me queda claro que fue una cagada. Puedes estar tranquilo, porque lo vemos igual.—Mentí como una bellaca. Pero necesitaba que él pensara que en eso nuestra opinión era la misma.

—Vale. Está bien saberlo—Resopló.

—Olvidado, entonces. Por mi parte no ha pasado nada—Le dediqué una sonrisa forzada, para transmitirle seguridad en mis palabras.

—Puede que por la tuya no. Pero para mí sí.

Que cabezota era...

—¿No puedes dejarlo pasar?. Jacob, bebimos, fue un error. Puedes arrepentirte, pero me gustaría que no estuvieses así de raro conmigo. Estoy tratando de hacer como si nada y poner las cosas fáciles.

—¿Puedes dejar de repetir lo de que fue un error? Lo he escuchado la primera vez—Me dijo— Siento que te arrepientas tanto que no puedas dejar de decirlo.

—Lo digo por ti.—Dije.— Al fin y al cabo eres el que se marchó de aquí diciendo la palabra que ahora no quieres que diga.

—Y ¿Qué debía decir, Amanda? ¿Que quería quedarme? ¿O tendría que haber permanecido  mirándote para adivinar que pensabas y si no estabas arrepentida?

—¿Querías quedarte?

Se quedó callado y miró hacia el suelo, encogiendo los hombros, hasta que finalmente noté como asentía casi imperceptiblemente, sin mirarme.

El precio del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora