...
- ¡Es domingo!
Abrí los parpados de golpe, achicando los ojos ante la luz que se filtraba por la ventana entre abierta; irradiando justo frente a mi cara. Giré sobre el colchón, gruñendo y frotando mis dañados periféricos, mientras sentía unas manitos agitando mis piernas.
- ¡Mel, arriba! - Exclamó Grace, con un tono tan emocionado que me causaba jaqueca.
Dejé que mi visión se estabilizara por si misma, tomando asiento y recargando la mayor parte de mi peso en el brazo. Cuando los lunares de colores se desvanecieron hasta ser inexistentes, distinguí la pequeña silueta de Grace, de pie a un costado de la cama, con un vestido rojo sencillo y sus confiables zapatillas negras, recién pulidas, como se lograba apreciar.
Moví la cabeza de un lado a otro, analizando el entorno con pesadez. Quedé desconcertada por lo temprano que sentía el ambiente, más aún ante mi naturaleza mañanera, por lo que con voz somnolienta, y luego de un bostezo, pregunté.
- ¿Qué hora es?
- Ocho. - Respondió mi pequeña hermana de inmediato.
No era tan temprano, que extraño. Levanté la sabana de sobre mis piernas y saqué las mismas por el borde de la cama. Con ánimos de nada, me levanté, estirando los brazos y la espalda. Grace empezó a dar brinquitos; más inquieta de lo considerable normal; mientras se acercaba a nuestro tocador para tomar un cepillo.
- ¿Puedes peinar mi cabello? - Dijo, corriendo hasta mi ubicación; la cual no había variado un centímetro; y levantando el cepillo frente a mi rostro.
Abrumada por su entusiasmo, fruncí el entrecejo. - Creo que debería bañarme primero. - Me excusé.
- ¡Cierto! - Afirmó, antes de correr fuera de nuestra habitación compartida. - ¡Mamá, Mel ya despertó! - Sus gritos se oyeron por toda la casa.
Con un suspiro bastante pesado, busqué mi toalla en el armario, e ignorando los pensamientos que intentaban recordarme el largo día que tenía por delante, caminé al baño con pasos flojos.
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Jóvenes de Cristo
SpiritualSeis jóvenes con distintas vidas, distintas situaciones, distintos pensamientos, y al principio, distintos caminos, pero al final algo en común, un llamado y un mismo destino, que conllevan una misión: Ir y predicar el Evangelio. No hay nada mejor...