Prólogo

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PRÓLOGO


Cuando cumples quince, es un gran evento.

O no, dependiendo de la cultura de cada país.

En el mío, por cultura general, los quince años son todo un evento.

Entras en una etapa transitoria dónde pasas de niña a mujer, y te hacen una fiesta con toda la pompa y la tramoya que ameritan los quince años, te embuten en este inmenso vestido en el que pareces un pastel, y pasas por una corta ceremonia donde cambias tus zapatillas o sandalias planas, por unos tacones súper altos – que apenas y dominas para dar tres pasos –, todo ello en simbolismo de que abandonas a la vieja niña y recibes a la nueva tú, porque ya eres toda una mujercita.

Tus papás, hermanos, abuelos, tíos, primos, y amigos forman ese primer vals, dónde de uno en uno te pasean en círculo por una sala llena de gente que amas –y algunos que ni siquiera conoces– Sin saber moverte bien.

Por poco te vas de boca con los tacones rompe cuellos que cargas, además, por más linda y delicada que el vestido pueda hacerte sentir, todavía no estas cómoda en tu cuerpo, que comienza a florecer en eso que dicen, que ahora eres: Una mujercita.

La verdad, es que no lo eres, eres una quinceañera.

Cuando cumples dieciséis, sin casi enterarte, esos libros que de cuando en cuando hojeabas, se convierten en tus mejores amigos, y sin quererlo, te vuelves una lectora empedernida, lo que en medio del revolucionario ataque hormonal y emocional que estás atravesando, te hace soñar despierta con enamorarte perdidamente de un misterioso y enigmático personajes, o en algunos caso, esperar desesperadamente, descubrir este increíble secreto que será una revelación de lo que realmente debe ser tu vida.

En mi caso, siempre espere la segunda opción.

La verdad, es que no lo haces, sigues igual de perdida.

Y si..., en esta transitoria etapa, te topas con situaciones en las que no debiste meterte..., Tu proceso de crecer y madurar se ve bastante afectado.

Pero todo depende de la vida que hayas estado viviendo hasta esos dieciséis años.

Y es que, a los dieciséis años eres una adolescente. Por definición, adoleces de muchas cosas, si encima te tiran otras...

Bueno, digamos que, para cuando cumples dieciocho años, y en muchos países del mundo como el mío ya eres considerado un adulto, y empiezas a dar tus primeros pasos en el mundo real al ingresar a la universidad..., te encontrarás en el punto justo para tomar terribles decisiones.

Porque muchas veces eres sólo un niño con permisos más grandes, y por consiguiente, con licencia para meterte en líos más grandes, sin mencionar, que también es la edad justa para que esos líos te lleven a prisión, pero es sólo una cosa de chicas de dieciocho, que esperan ahora sí, ser tratadas como adultas.

La verdad, aunque te dicen desde los quince que ya eres toda una mujercita, incluso con la mayoría de edad ya cumplida, sigues siendo sólo una chica aterrada del mundo en general.

Pero estos años eran etapas que había que vivir.

Puede que algunos se las saltaran – Como pretendía muchas veces que era mi caso – Pero, con todo eso, siempre quedaba algo que exprimir de cada etapa. En cada una de ellas existía cada gota de experiencias y aprendizaje, pedazos que acumulados te hacían la persona que eras.

Justo ahora, me encontraba en la etapa donde tenía grandes expectativas, y esperaba lograr muchas cosas, pero siendo quién era..., quien sabía.

Había sido la más aburrida de las adolescentes para mi familia, y como toda buena adolescente, en secreto había vivido una doble vida, una que me llevó a lugares muy oscuros, llenos de tragedias y experiencias que me impulsaron a vivir una vida simple, con metas simples y sólidas, así que no esperaba un descontrol total para mi introducción al mundo fuera de casa, ya había tenido suficiente de eso en mi adolescencia.

Quería vivir, claro, pero también quería cumplir con mi plan de vida, ese que tras dejar guardados ciertos recuerdos había trazado.

Ese que me mantenía anclada a seguir hacia adelante, siempre hacia adelante.

Sin embargo, entre mis más locos planes en esta nueva etapa que se abría ante mí, nunca pensé tener que ajustarme a la incorporación de un casero con un montón de complejos existenciales, un trío de amigos que parecían no dejar de hacer un montón de estupideces –Entre los que estaba una chica terriblemente similar a una de mis hermanas– un alma gemela contenida en un tipo rudo, y por supuesto, un chico con hoyuelos en su sonrisa y una voz particular.

Aunque todo comenzó muy inocente, yo parecía no poder dejar de involucrarme con cada uno de ellos, hasta que ellos empezaron a sacar a una nueva yo, que no había terminado de decidir si me gustaba o no.

Y cuando antes tenía muy claras cuáles eran mis líneas y sabía cómo hacer que la gente respetara los límites que demarcaban, esta nueva versión de mí, en esta nueva etapa, parecía conspirar en mi contra para unir nuevas líneas imaginarías que me anclaran a estos nuevos personajes, uniéndolos a mi vida de una manera que no me gustaba porque no era pasajera como quería que fuera.

¿Sería capaz de cortar todos los lazos y nudos que formaban estas líneas? ¿O me rendiría a estar atada a una nueva era?

Una dónde yo no erapasajera.


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N/A:

¡Buenas mi gente! Esta es otra de esas historias que tengo guardada en mi hiperactiva mente desde hace algunos años - Y como estoy haciendo limpieza- Estoy sacando estos viejos pedazos de allí, para poder echarle una buena barrida a mi lindo cerebro, y dejar espacio para nuevos amigos.

Espero les guste, y si no es así, pueden dejármelo saber, estoy abierta a las críticas.

Créanme, yo soy mi mayor crítica.

¡Nos estamos leyendo!

La línea que nos une (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora