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«Si me vas a provocar, que sea con la perversa intención de complacerme.»

Desde el asiento de cuero de una cafetería elegante miraba por el ventanal los modernos edificios que rodeaban Central Park, había perdido su lectura por su inoportuna observación. Su mente hoy estaba en otro lugar, estaba en el chico que dejó ir esa mañana y también estaba en Antón; en la excusa que debería darle sobre la situación, porqué no ha invitado aún al club a Gerard y porqué tanta preocupación. Aún que ciertamente, Frank no estaba preocupado por Gerard, dentro de su elegancia y su auto complaciente personalidad, le había ofrecido esa solución al joven por un bienestar propio. Aún que la textura que tomaba su piel cada vez que pensaba en el olor a manzanilla impregnando la punta de nariz y aquél aliento a café sobre sus labios, decía todo lo contrario.

- Los baños están muy sucios para ser una cafetería tan costosa - comentó su padre en cuanto se sentó a su lado - ¿Crees que puedas ir hoy al hotel a cenar con tu madre? - preguntó mientras secaba sus manos con las servilletas de la mesa. Frank lo observó con desprecio, era un acto de mala educación y él odiaba la mala educación

- ¿Cuántos millones tienes en tu cuenta corriente? - preguntó con indiferencia, mirando el perfil de su padre, este volteó a mirarlo extrañado - Podrías pagar un curso de etiqueta y protocolo, o bien padre, podrías leer un poco - sonrió -. No puedo ir con mi madre a cenar - trató de volver a su lectura

- No pareces tan educado ahora - sacó el libro de las manos de su hijo -. Tu madre te quiere ver, yo tengo que atender unos negocios

- A mi me educó Ann - lo miró molestó -. Regalale un Sinatra y un vaso con cuatro hielos - se levantó y quitó el libro de las manos de su padre -. No vuelvas a interrumpir mi lectura, padre - dijo con serenidad -. Gracias por el café, me gusta cuando es así de amargo - sonrió

Se retiró a pasos lentos de la cafetería, pudo sentir la mirada de su padre clavada en su espalda desde el gran ventanal, pero estaba acostumbrado a desobedecer las órdenes de aquél hombre.

Caminó hasta Central Park, tomó asiento en una de las bancas frente a la laguna artificial, pensó en leer, pero algunos recuerdos vinieron a su mente.

Ann había sido su niñera hasta los 18 años, cuidó de él más que a sus hijos. Era una mujer italiana, con una educación bastante ortodoxa y refinada. Según le contaba a Frank, su familia era de Toscana, una de las regiones italianas donde la fabricación de aceite de oliva era un buen trabajo. Había tenido que emigrar porqué su padre perdió todo por su ludopatia. La mujer tenía clase, una elegancia que Frank no había encontrado en nadie y un amor por la lectura inevitablemente envidiable.

Mientras la madre de Frank comenzaba a caer en el alcoholismo por los constantes malos tratos de su esposo y los engaños con cada mujer de su empresa, el joven se perdía leyendo los libros que Ann le recomendaba o le regalaba cada 31 de octubre, en su cumpleaños.

Frank no le debía nada a sus padres, pero le debía todo a aquella mujer que hoy, por una triste enfermedad degenerativa, estaba descansando en el Cementerio Nacional de Golden Gate, California.

Cada vez que podía le llevaba lirios y le leía alguna poesía.

[...]

Antón miraba desde uno de los rincones del salón a Frank, con una copa medio llena de vino francés y una sonrisa intrigante. El avellana sintió la mirada opaca sobre él apenas pisó el salón.

El lugar estaba alumbrado por velas, el baile de las flammas se veía en la umbría que daban a las cortinas rojas. Frank trataba de contemplar las sombras. El lugar, al igual que todo el edificio, se hacía admirar por la arquitectura gótica y su similitud con la Catedral de Salisbury. Sin duda, lo más bello de las personas de aquél club, era el buen gusto.

The Kinky Club [×Frerard×] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora