Aún que se propusiera borrar de su mente los besos, aún que se propusiera borrar de su nariz el aroma, y aún que se propusiera borrar de sus ojos las miradas cómplices, no podía, porque no lo quería.
Los hermosos ojos avellanas estaban contemplando caer las hojas de otoño desde la larga ventana de su departamento, mientras esperaba que la cafetera italiana hiciera su trabajo con el café.
El otoño de gustaba más que cualquier época del año porque amaba el color marchito de las hojas y el sonido al pisarlas "¿Cuántos artistas de abran inspirado en estas bellas postales?" Se preguntaba cada otoño del año.Frank se había tomado un tiempo de todo, de su vida, de su pasantía, del club, de Gerard. Era alguien sabio y reconocía sin problema cuando algo afectaba de sobre manera su tranquilidad y se convertía en algo no sano para su mente, porque Gerard había llegado a una parte tan profunda en él, que ya no estaba siendo sano verlo, es que incluso él se cuestionaba del cómo se había permitido sentir hasta ese punto, ese punto en dónde ves y sientes la fricción pero no quieres detenerte, decides seguir porque el dolor termina siendo anestesiado por esas malditas mariposas que deciden volar por tu estómago.
Llevaba casi tres semanas sin ver a Gerard, sin incluso querer ver el color esmeralda, porque como cual romántico, todo le recordaba a él, y para peor se sentía patético, inseguro, fuera de control porque sabía que alguien disfrutaba sin culpa el mirar esos bellos ojos que al avellana lo estaban llevando a la locura. Pero debía volver en algún momento, a pesar de todo sabía que el esmeralda sentía lo mismo, porque sabía que el único cobarde en esto era él.
Conroy le había estaba llamando dos veces a la semana desde su "desaparición", él le decía que estaba bien, que era sólo un quiebre en su mente, pero que le esperara, que no le tomaría tiempo recuperarse, mintió.
- Entonces ¿A qué hora debo ir? - preguntó el avellana.
- Lo ideal que sea a las 11 am, es buen horario.
- Okay, me envías la dirección por mensaje ¿Vale?
- Vale Frank, nos vemos dentro de un rato.
En cuanto la cafetera avisó que los gratos de café estaban listos para servirse, caminó hasta la pequeña cocina de departamento, lo sirvió sin una pisca de endulzante en su taza y con el deseo de torturarte bebió de ella sin enfriar nada. Para su mala suerte el olor que emanaba el vapor hacia su nariz eres el mismo aroma de Gerard por las mañanas. El avellana no sé permitió suspirar y guardo casi con rencor esa dolorosa sensación de hacer escapar el aire.
[...]
Conroy lo saludó levantando su mano con alevosía, a pesar de estar a unos cinco metros de distancia él le regaló una sonrisa algo rota, porque todo en él estaba roto, incluso el color de sus ojos se había quebrado junto al brillo que alguna vez se permitió.
En cuanto se acercó la saludó con un abrazo, la necesidad de sentir el calor de alguien lo hizo quedar algunos segundos apegado a ella, recordó en ese abrazo la última vez que la vió y cuánto lloró al desahogarse en una fraternal conversación. Ni siquiera con su madre sintió esa confianza, alguna vez hace más de veinte años existió la ocasión de llorar abrazando a Linda.La mujer sobó su espalda y suspiró, nunca supo en qué momento Frank se había convertido en casi un hijo para ella. Durante poco tiempo en que lo había conocido siempre creyó que era alguien que controlaba de manera inquietante sus emociones, mostrando siempre un buen semblante y caballerosidad romántica, pero ahora el chico que imaginó tan inquebrantable estaba soltando algunos sollozos entre sus brazos.
Antes de "desaparecer" Frank le había hablado a Conroy que no estaba en un buen momento, que por segunda vez en su vida se sentía alguien vulnerable y lo inquietaba demasiado, no quiso decirle que todas esas lágrimas que cayeron por su rostro en medio de esa conversación habían sido por un estudiante. A pesar de no saber que Gerard era hijo de ella, sabía que tenían una gran relación maestra/alumno.
El camión de mudanza se estacionó a unos pasos de ellos, terminando con el molesto ruido del motor que se escuchar casi a dos cuadras. Conroy le indicó al avellana que subiera al segundo piso, ahí estarían sus hijos, él asintió sin pensar hacía lo que iba ¿Por qué decidió comprometerse con ella en ayudar a sus hijos a ordenar el nuevo departamento? Quizás entre sus divagaciones vió la necesidad de despejar su mente arreglando un vacío departamento moderno con dos jóvenes que no conocía o ese creía...
Subió lentamente las escaleras como si cada respiración entre ellas entrara como un abomba atómica hacía sus pulmones. Reconocía que la angustia no le permitía respirar bien.
En cuanto llegó al segundo piso observo el pasillo de paredes blancas y baldosas que daban la sensación de ser porcelana, caminó hasta la puerta donde estaban un par de cajas de cartón obviando el hecho que ese sería el departamento, porque Conroy jamás le había indicado la numeración. Tocó dos veces la madera del marco y se topó con unos ojos marrones y unos lentes de marco negro.– ¿Debes ser Frank? – la voz del chico se escuchó con una tonalidad muy familiar a la de Conroy, él asintió costando sacar las palabras – ¡Genial! Pasa, mi hermano está ordenando la cocina.
El chico se hizo a un lado para permitirle el paso al avellana.
– Por cierto, mi nombre es Michael, pero todo me dicen Mikey – escucho detrás de él y pudo jurar que éste sonrió al decírselo.
El lugar era simple: paredes blancas y piso de madera con un barniz marrón oscuro, aún no había nada puesto en las paredes, apenas un estante esquinero vacío de un tono parecido al del piso, supuso que era parte del inventario del departamento por la similitud de colores. Unos pasos más y dió con la cocina, era una gran cocina con una mesa en medio que contenía el lava platos. Levantó su mirada y observó las piernas de un chico, no podía verle el rostro porque la puerta del estante estaba abierta, y por el ruido se entendía que estaba acomodando la vajilla dentro de éste. Miró los pantalones de mezclilla negros que se ajustaban perfectamente a las piernas del chico y luego vió las converse blancas, su corazón dió un tres saldos advirtiéndole que saldría de su pecho.
– ¿Gerard? – apenas pudo pronunciar el nombre, su garganta se apretó.
La escena fue lenta dentro de su mente, Gerard cerró la puerta del estante al reconocer aquél tono un poco ronco. Observó al avellana a los ojos y le sonrió mostrando sus pequeños dientes.
– Cuando Conroy dijo que vendría alguien a ayudar, jamás se me pasó por la cabeza que serías tú.
– Si lo hubiese sabido no habría venido – si voz sonó firme a pesar de que su mente y corazón estaban formando una guerra dentro de él –. Creo que es mejor que me vaya.
– ¡No! Claro que no, es mejor que te quedes – chasqueó si lengua al ver cómo el avellana retrocedía para irse –. Frank, no te veo hace semanas, no contestas mis llamadas, no sé qué pasa contigo, creí que ese último encuentro en el club había arreglado las cosas entre ambos.
– Jamás hubieron cosas entre ambos – y el suspiró de hace algunas horas salió de él.
– Está bien, Frank.
No supo que dolió más, si la poca insistencia de Gerard o las palabras que salieron de su boca, asegurando que entre ellos no hubo nada, cuando el sabía que lo hubo todo, que sin siquiera besar sus labios se habían hecho volar hasta otras galaxias.
El esmeralda tomó un vaso de cristal que estaba a un lado de él, sirvió agua y caminó hasta el avellana para ofrecerle éste, lo miró a los ojos y le regaló una sonrisa ladina.– Yo creí que entre nosotros existió todo – dijo Gerard casi leyendo los pensamientos del avellana.
– Gerard, me he convertido realmente en tu esclavo – confesó –, creí que poder negarme a esto pero no, he llorado, he llorado como un niño, has cantado mi coraza. Me siento débil contigo y sin tí – tomó aire fuertemente, miró hacía el techo y lo votó de forma lenta, al bajar su rostro observó los colores esmeraldas.
El avellana pido ver la preocupación en el rostro del contrario porque sintió como sus ojos de hincharon al llenarse de lágrimas.
– No sé que tienes – soltó una risa totalmente quebrada –, pero todo lo que me propuse contigo se fue a la mierda – una mala palabra salió de su boca, había maldecido tanto que ya no eran molestas.
– Sólo quería sentirme amado – reconoció el esmeralda.
– Yo te amo, Gerard.
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The Kinky Club [×Frerard×]
Casuale"Eres la mejor poesía que he leído y yo el mejor cuadro que has pintado."