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«Uno puede elegir por ir hacia la segurida o por avanzar hacia el crecimiento. El crecimiento debe ser elegido una y otra vez; el miedo debe superarse una y otra vez.» Abraham Maslow

Su pecho subía y bajaba de forma brusca, su cabello castaño caía humedo en su rostro, sus rodillas tocaban la fría baldoza, como dolía aquél frío y que cansada estaban sus piernas al estar en esa misma posición.

El color esmeralda de sus ojos lucía aún más bello entre la irritación. Levantó su miraba y vio al hombre que lo había llevado hasta ahí, hasta aquél encuentro de placer desconocido, un placer frenético, insano y herido.
El hombre estaba desnudo, dejando ver su masculinidad sin pudor alguno, caminó hasta uno de los estantes de la habitación y el muchacho dentro del círculo pudo apreciar su espalda, detallo cada tatuaje en él; en su cuello, los laterales de su torso, sus muslos y pantorrillas.

— «Mantén la fe» — habló el castaño — ¿Eres un hombre de fe? — preguntó agitado

— Dicen que la fe es inquebrantable — una vez cerrado el estante volteó a mirarlo, entre sus manos tenía una máscara de cuero con un cierre justo en la parte de la boca — ¿Tú que opinas?

— Le temo a la fe — lo miró a los ojos —, a la religión y a todo lo que te pueda detener

El tatuado se arrodilló frente a él, observó los ojos y sonrió. Su mano libre caminó hasta la mejilla del castaño, éste al sentir su tacto cerró sus ojos y buscó más contención en aquél roce.

— Los límites están en nosotros Arthur — sonrió —. La fe no sé limita a la religión — acercó sus labios a la humeda frente del contrario y dejó un casto beso en ella —. «La fe engaña a los hombres pero da brillo a la mirada» — cito en avellana —, según tus ojos, eres un hombre de fe.

— Mi fe llevaría tu nombre si fuese así.

Lo último que logró ver el esmeralda antes de que su rostro fuese cubierto por aquella máscara, fue la sonrisa enmarcada en esos finos labios que hoy, estaba deseando besar.

Frank llevó sus manos a la cintura del castaño, apretó éstas y posteriormente sus labios se fueron al pálido cuello del muchacho. Su lengua rozó cada centímetro de él hasta llegar al tope de la máscara de cuero. La marca brillante de saliva y la piel erizada por la caricia fría, había provocado un destello de adrenalina, hormigueos y escalofríos. Imaginó aquellos ojos verdes intentando mirarle a través de la máscara, su manos pasaron a la espalda de Gerard, la yema de los dedos tatuados recorrió cara parte de la espina dorsal hasta llegar a sus glúteos, el pecho de Frank, sudoroso como el contrario, se apego a éste y aquél acto lo hizo suspirar. Sus manos pintas acariciaron los glúteos del castaño, Frank cerró sus ojos y los apretó, enterrando sus dedos en ellos y haciendo presionadas caricias.

Con su mano derecha golpeó el glúteo izquierdo del esmeralda, éste soltó un pequeño gemido de dolor, Frank nuevamente imaginó la boca entre abierta, dejando escapar aquella queja, indiferente a la belleza que denotaba ésta.

Abrió sus ojos, escuchó el jadeo agitado de Gerard, sabía que el uso de aquella máscara podría hacerle sentir un tipo de miedo casi irracional, la sensación no era la misma que la asfixia. Tener tu rostro completamente cubierto, estar tan desprotegido, tu cuerpo desnudo viéndose bulnerable; generaba una sensación poco agradable, casi desesperante. Pero Gerard había aceptado, nada que él no permitiera podía hacer.

Se levantó, caminó hasta el estante y la puerta soltó un ruido similar al que producía la madera vieja al ser pisada. De aquél estante sacó un tuvo de lubricante y un preservativo. Abrió ek cuadrado y pequeño envoltorio, sacó el látex de esta y lo puso en su extensión ya erecta, caminó hasta donde Gerard, esta vez quedando detrás de él, se arrodilló y dejó un besó en el hombro del castaño avisando de su presencia.

The Kinky Club [×Frerard×] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora