Capítulo 1.

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Capítulo uno: El comienzo de un sueño.

. . .

La delicada bailarina de cristal danza en la palma de su mano a la par de la suave melodía de Für Elise de Beethoven. Tararea con su aterciopelada voz, mientras reprime las ganas de bailar que le genera cada nota grabada en aquel objeto que admira con dulzura. Acaba de despertar y duda seriamente que sus extremidades adormecidas respondan a su deseo de moverse a tan tempranas horas de la mañana.

― ¡Mikasa, apúrate o llegaremos tarde! ―el grito de su padre se asemeja a un fuerte tirón que la saca de su ensimismamiento.

Cierra la cajita musical con extrema delicadeza y la apoya sobre su mesita de luz, extrañada por el llamado de su progenitor. Se supone que él debe seguir durmiendo a las seis de la mañana, o eso es lo que ella cree. Desliza su celular ubicado debajo de la almohada, desbloqueándolo para verificar la hora en la pantalla: siete y veinte.

No otra vez.

Mikasa se pone de pie de un brinco, saliendo de la cama mientras se regaña por distraerse tanto tiempo con el objeto que su madre le obsequió hace años. Si no se apura, llegará tarde al colegio y su preceptora ya tiene anotados suficientes retrasos en su cuadernillo como para permitirse uno más.

Casi tropieza al colocarse la falda negra del uniforme y las medias lisas hasta las rodillas. Posteriormente, mete sus pies en los zapatos y su cabeza dentro de la blusa gris que contiene bordado el escudo de la secundaria pública «María», fajándola bajo la pollera.

Ya preparada, sale de su habitación con la mochila colgando sobre su hombro, y corre olímpicamente por el largo pasillo con destino al baño ordenado a medias. Debe recordar asearlo cuando regrese de clases. Sin perder más tiempo, enjuaga su rostro con agua fría, limpiando cada vestigio de sueño que pudiera divisarse en su nivea piel, procediendo a cepillar sus dientes. Retira la liga que sostiene su cabello aún húmedo ―se había duchado por la noche y olvidó desatarlo antes de dormir―, peinándolo con los dedos ante la falta de cepillo, el cual tiene que estar extraviado en algún rincón del hogar.

― ¡Mikasa Ackerman Azumabito, baja en este preciso instante! ―el segundo grito casi provoca que se pinche el ojo con el lápiz delineador que maquilla con abundancia su contorno. Termina por enchinar sus largas pestañas y considerarse lista para asistir tarde al colegio nuevamente.

Que su padre la llame por su nombre completo era un claro signo de peligro que indica la poca paciencia manejada por el hombre, por lo tanto, no tiene más remedio que descender de tres en tres las escaleras de madera. Elias se localiza parado en la cocina, guardando los desayunos de ambos dentro de unas bolsas de papel.

―Buen día, papá ―Mikasa lo saluda con un beso en la mejilla, estirando su brazo para alcanzar una de las bolsas.

― ¿Estabas fabricando tu uniforme o qué? ―inquiere él, cacheteándole la mano con suavidad. Mikasa retrae su extremidad, observándolo con reproche y pidiendo una explicación―. Ese no es tu desayuno, toma el otro.

― ¿Acaso no es siempre lo mismo? ―resopla, obedeciendo la orden de igual forma, y procede a meter la bolsa dentro de su mochila oscura con iniciales gastadas de Linkin Park, su banda de rock favorita.

―No. Y ahora corre, ya vas quince minutos tarde, otra vez ―la apura, al tiempo que agarra las llaves del carro y sale por la puerta principal―. Vuelvo tarde del trabajo, no me esperes.

Mikasa lo sigue, casi pisándole los talones al oír que obtendría, seguramente, otro regaño de la profesora de historia. Con eso, confirma una vez más que odia los lunes.

Cristal. (RivaMika)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora