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Un Aston Martin, el automóvil de las divas. De modelo reciente y de carrocería deportiva color rojo brillante; Chitoge lo eligió de ese color porque combinaba con el listón de su cabello. Llantas prístinas sin una mota de suciedad, como recién salidas de fábrica.

Un dia despues de que Raku se la topará manejando en la calle, Chitoge lo arrastró hasta el garaje de la mansión, para presumirle su nueva adquisición.

—Está increible. ¿Es un regalo de Claude, de tu madre o...

—¡Qué te pasa! —le recriminó ofendida— Yo lo compre solita.

—¿Tu sola? ¡Pero si se ve carísimo!

—Algo. Tuve que ahorrar unas semanas de mi mesada... Ah, y gane algo de dinero ayudando a mi madre en algunos trabajillos que tenía pendientes. Nada especial, inversiones en la bolsa.

Si, porque todo estudiante de preparatoria invierte regularmente en la bolsa. El ni siquiera sabía cómo funcionaba la cosa esa.

Ahora mismo la pareja viajaba en el mentado vehículo, Chitoge al volante y Raku a su lado. Habían hecho unas compras en el centro comercial, en preparación para un próximo viaje a la playa. Estaban por salir del estacionamiento cuando la mirada observadora de la rubia notó una cara familiar.

—Oye, ¿no es esa de haya Haru? —señaló Chitoge con la vista fija en la distancia.

Raku escudriñó la calle frente a ellos pero todo lo que vio fue autos mal estacionados, carritos de mercado vacíos y uno que otro transeúnte. Ni rastro de la pequeña Onodera.

—¿Dónde que no la veo?

—Haya al fondo, la que está sentada en las mesas del Wcdonalds.

El joven se sorprendió al percatarse que la dichosa mesa debió haber estado a unos cincuenta metros de distancia. Pero una vez que la ubicó, distinguió a la chica de inmediato por su acostumbrado cabello peinado en cola de caballo, y el largo mechon junto a su rostro. Vestía una blusa de tirantes de color beige, combinada con una falda de cintura baja que dejaban el ombligo al descubierto. Estaba sentada en una de las bancas de cemento del restaurant. En la mesa un par de bolsas de aspecto pesado. Se le veía agotada, con unos mechones pegados a la frente por el sudor mientras se abanicaba la cara con un panfleto.

Era mediados de julio. El sol en el cielo disparaba sus rayos como un niño con una lupa rostizando hormigas, mientras gritaba: «¡Mueran malditas!». Y a su alrededor, un montón de nubes inútiles que fracasaban en hacer sombra, y lo unico para lo que servían era para traer una humedad opresiva y cabrona, que te hacía sudar como cerdo en el Sahara.

Chitoge condujo hasta la banqueta de Wcdonalds, detuvo el auto, bajó la ventanilla y la llamó de un grito.

—¡Haru-chan!

Al escuchar la cantarina voz, Haru bajo su smartphone con el que estaba trasteando, y se sorprendió al ver que una rubia en un carrazo la llamaba, y si no hubiera sido por sus orejas de conejo rojas que salían de su cabellera, la hubiera confundido con una superestrella de Hollywood.

—¡Chitoge-senpai! —Se levantó y se acercó al vehículo. De pronto su boquita abierta por la sorpresa se cerró súbitamente y sus labios se torcieron como si le acabara de dar una lamida a un limón, al notar al pervertido mujeriego devorador de hermanas que iba de copiloto— ah, Ichijou-senpai... —lo nombró con la misma pasión con la que la maestra te dice que reprobaste.

—Pero que sorpresa encontrarte aqui Haru-chan, ¿vienes de compras?

—Más o menos. Estoy haciendo unos mandados para mi madre, cosas de la dulcería.

Nisekoi-REDonde viven las historias. Descúbrelo ahora