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—¡Necesitamos más cintas de medir! No puedo creer que siendo temporada de exámenes se hayan atrevido a pedir nuestra ayuda con sus disfraces, y ni siquiera se molesten en conseguirnos las herramientas que necesitamos.

—Podríamos usar el pecho de Tsugumi. Ahí casi cien centímetros de busto escondidos tras esa camisa —bromeo Moriya con una risilla tonta y total alevosía.

—¡No son cien centímetros! —apremió a corregirla la sicaria levantándose de un salto de su asiento. Hiperventilaba como un tren de carga y tenía la cara tan roja de la vergüenza que inclusive su característico lunar bajo su mejilla derecha había desaparecido bajo tanto rubor— ¡Son noventa y seis! ¡Noventa y seis! —repitió airadamente para hacer énfasis en su punto— ¡Y ya tienen todo este mes sin crecer así que es seguro asumir que ya no crecerán nunca mas!

—No tienes nada de qué avergonzarte Tsugumi. No hay chica en la escuela que no mataría por tener un busto como el tuyo.

—¡Si pudiera se los regalaba! Son lo peor, todo lo que hacen es crecer y crecer. Tengo la espalda y hombros adoloridos todo el tiempo. ¿Y tienes idea de cuantos bras he reventado este año? Cada vez se hace mas dificil encontrar de mi talla y pronto voy a tener que mandarlos a hacer. Y en verano es horrible, se cubren de sudor y atraen las miradas de todos alrededor.

—Si pero que ahí acerca de "su" mirada —terció Iwashita con una sonrisa traviesa.

—¿S-s-su mi-mirada? ¿A que te refieres?

—Oh vamos, admitelo Tsugumi. Sabes de quien hablo. Te encanta ver como tu chico queda hechizado por ellas.

—¡Nn-n-no se de que hables, yo no tengo a ningun chico!

Y si pensaste que el sonrojo anterior era extremo. Esta vez Tsugumi se puso tan roja que Moriya y Iwashita temieron que su piel nunca fuera a recuperar su color natural.

De pronto el metálico sonido de un gancho chocando contra la loseta del suelo exigio la atención del trío de chicas. Y fue entonces cuando recordaron que no estaban solas en esa habitacion.

Habian olvidado completamente que entre ellas tres, había un varón en el aula. El único chico de la clase que casualmente resultaba ser un sastre experto. El chico que menos debía enterarse de semejante secreto. Ese chico.

Sentado en el suelo al fondo del salón, entre un montón de vestidos que estaba cosiendo. Tenía rato sin decir palabra y por eso las chicas habían olvidado su existencia.

Cuando Tsugumi reparó en ello, la impresión fue tal que empezó a toser sangre.

Y es que para ellas, Raku había escuchado una de las conversaciones malditas. Un tipo de conversación que los hombres tienen prohibido escuchar; como por ejemplo cuando hablaba acerca de su peso, los chicos que les gustan o las medidas de sus cuerpos.

Y se decía que eran malditas porque pasaba como en esa película donde veías un video y morias a los siete días. Pero en este caso bastaba con solo escuchar tal conversación y en vez de siete días eran siete segundos. En siete segundos las chicas te destripaban, molían y empacaban como comida para peces.

—Ichijou... Raku... —susurro su nombre en una exhalación con un tono que sonaba sereno para el oído común. Pero Raku quien era experto en hacer enfurecer a estas féminas, podía sentir la frialdad y la rabia en lo profundo de esa dulce voz.

Tsugumi caminó tambaleante arrastrando los pies como si se hubiera convertido en un zombie hasta posicionarse detrás de él.

Cuando Raku la sintió en su espalda comenzó a voltearse lentamente, la mirada baja debido a un ataque de nervios inexorable.

Por el rabillo de sus ojos alcanzó a ver a Moriya juntando sus manos en una silenciosa plegaria de perdón, y en un rezo por el cuerpo del joven que estaba apunto de ser sacrificado.

«Lo siento Ichijou-kun. Es mi culpa, olvidé que estabas ayudándonos».

Mientras tanto Iwashita ocultaba una risa que luchaba por salir, divirtiéndose con las desgracias ajenas.

—Oh, hey Ts-tsugumi n-no te había visto —respondió él con evidente nerviosismo en la voz.

—¿Lo escuchaste, cierto?

—¿He? ¿Escuchar que? Lo siento es que estaba distraído aqui cortando y tomando medidas, tu sabes.

—Levanta la mirada y mírame.

Raku tragó saliva, su manzana de adán subiendo y bajando. Subió la mirada y ahí estaban. Noventa y seis. Justo delante de su rostro, abarcando prácticamente todo su campo de visión.

Que estuvieran ocultos tras esa holgada y varonil camisa no reducía su sensualidad en lo más mínimo sino todo lo contrario, los hacía más enigmáticos y anhelados.

Enormes y voluminosos, podía notar su redonda forma, como no parecían tener ni una pizca de flacidez, el erotico aroma que desprendían, la manera en que subían y bajaban por la acelerada respiración de la chica. Eran perfectos. Hechos para romper la voluntad de los más fuertes. Y Raku no era la excepción. En un instante su cuerpo se relajó y el miedo y nerviosismo que sentía desaparecieron. La increíble vista acabó subyugando su alma. La sicaria lo tenía a su completa merced.

—Habla —ordena su, ahora ama.

Todo lo que Raku pudo vocalizar fue:

—Noventa y seis.

—Vas a olvidar todo lo que acabas de escuchar en esta habitación... Ahora mismo.

Y con la madre de todas las palizas, Raku olvidó el numero noventa y seis.

A veces cuando camina por la calle o en clase cuando el número aparece por casualidad, una calidad sensacion en su corazon le recuerda vagamente que hay un par de enormes y maravillosas cosas atadas a ese número.

Nisekoi-REDonde viven las historias. Descúbrelo ahora