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Narra T/ N


En cuanto Katsuki sale por la puerta doy un gran suspiro. Mentiría si dijera que no chille un poco. La verdad es que sí, y el resto del día me lo pase entre chillidos, caricias al traidor de mi gato, más chillidos, alguna que otra llamada a Todoroki y así.

También, ocurrió algo extraño. 

Llevo sin escribir nada desde el accidente, de algún modo, la inspiración no llegaba a mí. Cuando la editorial me mandaba mensajes para que escribiese algún otro libro, ya que mis lectores no paraban de mandarles emails en busca de la continuación de la historia que hace tiempo escribí, sentía las ganas de hacerlo. Pero, en el momento en el que me sentaba frente al ordenador, algo me oprimía la garganta, y respirar me parecía imposible. 

Aún después de la calma que obtuve al conseguir mi propia librería, algo que era una pequeña ilusión mía desde hace tiempo, no era capaz de escribir nada que me gustase. Al final siempre acababa tirándolo todo a la basura y comiéndome un bote de helado para desahogar mis penas entre azúcar y delicias. 

Pero, la noche en que se marcho Katsuki, sentí la inmensa necesidad de sentarme frente al ordenador y pulsar las teclas hasta que mis dedos se desgastaran.  Y eso fue justamente lo que hice. 

Escribí durante toda la noche y gran parte de la mañana del día siguiente. Es más, incluso me sorprendí un poco cuando la luz del sol empezó a entrar por la ventana, no creía que hubiese estado tanto tiempo escribiendo, pero ya ves.


En fin, volviendo al presente. Ahora mismo mi gatete me está mirando con cara de espanto, si es que se la puede describir así. Solo sé que no tengo ganas de mirarme al espejo.

Contra toda voluntad, me levanto del sofá en el que llevo sentada tanta cantidad de tiempo que ya me duele el culo, y me preparo un desayuno ligero, ya que no tengo demasiada hambre.

Después de desayunar una manzana y una manzanilla, ya que necesito relajarme o el estrés acabará matándome, hago uso de toda mi fuerza mental para ir al baño, y me dirijo una fría mirada a mí misma. 

Estoy horrible. 

Tengo el pelo hecho un desastre, es más parece que cada mechón está saliendo disparado en una dirección distinta. 

Mis ojos están bastante rojos después de haber pasado tanto tiempo frente a una pantalla.

Mis labios están secos  y llevo tal mirada de zombi encima que incluso la niña del exorcista se alejaría gritando si me la encontrase.


Doy un suspiro largo y desalentador, algo que ya se ha vuelto común en mi vida, y decido ponerme manos a la obra.  A pesar del sueño, y de que los ojos me duelen un poquito                 (un poquito bastante), me doy dos palmadas en la cara y empiezo a prepararme para el día de hoy.  Me meto en la ducha, y mientras que me arreglo voy cantando un poco.

Cuando salgo y me seco bien, me peino el pelo de tal forma que más o menos me queda bonito. Después, me pongo un poco de vaselina en los labios y me ocupo de lavar bien mi cara e hidratarla. 

Luego de un rato de prepararme, estoy casi lista. Pero me faltan el conjunto que llevaré hoy y, lo más importante, mis ojos rojos. 

¿Desde cuándo me preocupo por la ropa que llevo puesta?

Esa es la pregunta que me hago mientras me visto con un vestido hasta las rodillas con estampado de flores amarillas, una rebeca marrón y unas largas calcetas de color crema.  Me resulta un poco incómodo el hecho de que he tardado más de 10 minutos e elegirlo cuando normalmente me pongo lo primero que pillo en el armario. 

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⏰ Última actualización: Jul 13, 2020 ⏰

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