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Por algún motivo, aquella mañana de 1950 me había levantado con un horrible presentimiento instalado en mi pecho y definitivamente leer el periódico no me estaba ayudando para nada. La guerra estallaría en cualquier momento y no había manera en la tierra de que no me llamaran para ir al frente. Era una mierda, no quería dejar a mi hermosa esposa Chae Young y a nuestros pequeños Min Ho y Tae Min; aún eran tan pequeños, que sentía terror de tan solo pensar en dejarlos solos.

Me dirigí a la cocina, solo para encontrarme a mi esposa haciendo el desayuno, mientras parecía perdida en sus pensamientos. Chae era la chica más dulce que había conocido en toda mi vida, su cabello negro y lacio era hermoso, su pequeña y delicada figura había tenido a unos cuantos chicos detrás de ella, nunca entendí muy bien porque escogió quedarse conmigo, pero se lo agradecía. No sé si lo que sentía por ella era realmente amor, pero honestamente yo no creía mucho en ello, nunca llegue a sentirme realmente "enamorado" de alguien, nunca llegue a sentir aquellas mariposas de las que todo el mundo hablaba, a pesar de que intenté salir con varias chicas en mi adolescencia, ninguna logró cautivarme de aquella manera. Chae Young no era la excepción, pero de todas las chicas en el mundo, ella definitivamente era la mejor. Fue fácil encariñarme con ella, nuestras conversaciones eran agradables y sentía que donde fuera que ella estuviera, añadía un toque de luz con su presencia.

Me acerque para besar levemente su mejilla y ella me regalo una hermosa sonrisa.

—Buenos días Min —dijo ella, volviendo la vista a la paila con huevos.

—Buenos días Chae —dije, mientras me sentaba y aguardaba por el desayuno— ¿Qué te tiene tan pensativa? —Chae Young soltó un largo suspiro, para luego apagar la cocina.

—Sabes perfectamente lo que me tiene preocupada Ji Min. No quiero que vayas a la guerra.

—Sabes que si me llaman tengo que ir Chae, es mi deber con mi patria.

—Pero nos abandonarás Min ¿Qué haremos sin ti? ¿No has pensado en los niños?

—Hemos conversado esto cientos de veces Chae, sabes que el día que me llamen al frente, tienes que tomar tus maletas, a los niños, cerrar bien la casa e irte donde tus padres. Ese es el lugar más seguro —intenté sonar lo más calmado posible.

Sin embargo, ambos sabíamos que más temprano que tarde yo tendría que partir y existía una enorme posibilidad de que nunca volviera. Chae Young comenzó a llorar en silencio en su lugar y yo solo atiné a acercarme y envolverla con mis brazos.

Por suerte aún era temprano, así que los niños aún dormían; no quería que nos vieran de esta manera, no quería preocuparlos. A pesar de que Tae Min y Min Ho tenían ocho y cinco años respectivamente, eran jodidamente perspicaces, sobre todo el mayor, pero este era un problema de adultos y sentía que no debía involucrarlos antes de tiempo. Esperaba que toda esta mierda de la guerra no explotara y yo pudiera quedarme con mi familia por el resto de mi vida. Sin embargo, el que hubieran suspendido las clases de los niños y cada vez fuéramos menos en la fábrica, no era un muy buen augurio.

No pasó mucho tiempo para sentir bullicio en la casa, solo para darnos cuenta de que los niños habían despertado, Chae se le levantó rápidamente y lavó su cara, para después regalarles una hermosa sonrisa a nuestros niños, cuando llegaron a la cocina. Admiraba mucho a mi mujer, tenía una fortaleza digna de envidiar.

Me estaba preparando para dirigirme a mi trabajo, cuando un par de golpes irrumpieron en la entrada, el mal presentimiento que había tenido toda esa maldita mañana se afianzo en mi pecho y los bellos de mis brazos se erizaron. Salí rápidamente de la habitación y me asomé un momento por la ventana, afuera en la calle estaba lleno de soldados, el momento había llegado, Chae Young hizo ademan de acercarse, pero con un leve gesto le pedí que se quedara en la cocina con los niños. Abrí la puerta y un soldado con la cara completamente seria me miraba con ojos afilados.

Three LivesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora