10

616 81 10
                                    

Nunca en mi vida me había cuestionado la existencia de Dios, de pequeño mis padres me habían inculcado que; si hacías cosas malas, Dios te castigaría y te harías al infierno; por el contrario, si obrabas bien, serias recompensado y podrías disfrutar de las bondades de la vida eterna en el paraíso. Crecí creyendo en eso y para mi estaba bien, con Chae íbamos seguido a la iglesia y yo simplemente le pedía a Dios que mis hijos crecieran sanos y fuertes.

Pero ahora... ahora no sabía en qué mierda creer. Si Dios realmente existía, ¿Por qué permitía que estas cosas sucedieran? No lo entendía y jamás lo haría. Porque en cuanto vi, como una granada alcanzaba el cuerpo de frente a mis ojos, sentí que todo en lo que había creído alguna vez, se había ido a la mierda.

era una de las personas más nobles que había conocido a lo largo de toda mi vida, literalmente el tipo era capaz de cuidar y salvar la vida de una mosca, entonces... ¿Por qué?

¿Por qué merecía morir de esta manera?

Era lo único en lo que podía pensar mientras estaba tirado en la camilla de aquel improvisado hospital.

Una bala había cruzado por mi brazo izquierdo y presentaba quemaduras en mi muslo derecho y parte de mi cadera. No había querido mirar cómo se encontraban mis quemaduras, pues lo más probable es que estarían horribles y ya me sentía lo suficientemente miserable, como para también sumarle mis putas inseguridades, que me hacían mierda por dentro.

No me había dado cuenta de que tan herido estaba, hasta que Jung Kook había venido a visitarme. Se había acercado con cautela y se había sentado en un asiento a mi lado, en completo silencio sin quitar su vista de mi rostro. Tenía unas ojeras horribles, sus labios resecos y ahora una cicatriz adornaba parte de su rostro. Se veía cansado, como si no hubiera dormido hace meses.

Estaba tan sumido en mis pensamientos, que no me había percatado de su presencia, hasta que alargó su mano y tomó la mía con delicadeza, mientras acariciaba con su pulgar el dorso de mi mano. No hicieron falta palabras, para darme cuenta a que se debía su visita, su mirada aunque a simple vista se notara vacía, aún tenía su característico brillo y un deje de culpa y pena, que parecía que solamente yo podía notar.

Sabía que se disculparía, que me pediría perdón por la muerte de Tae y que él, al ser nuestro teniente a cargo, se sentía culpable por su muerte. Lo que claramente era una mierda, porque él no tenía la culpa de nada.

Quise abrir mi boca y hablar, decirle todo lo que pasaba por mi cabeza y por sobre todo decirle que nada de esto era su culpa. Pero no logré articular ningún sonido, más bien parecía un pez boqueando fuera del agua.

Nunca había lidiado con la muerte de un ser querido, gracias a Dios mis padres aún eran sanos y vigorosos y la muerte de Tae me había caído como un balde de agua fría. Habían tantos pensamientos en mi mente atropellándose unos con otros, que no lograba ordenarlos de manera que saliera algo coherente por mi boca.

Sin embargo, al parecer mis sentimientos decidieron tomar las riendas del asunto, porque de mis ojos comenzaron a brotar traviesas lágrimas que rodaban por mis mejillas hasta caer y perderse en algún lugar de mi ropa.

La última vez que había llorado, había sido cuando tenía 12 años y fue por la muerte de mi perro Yeontan, que en aquel tiempo era algo así como mi amigo de aventuras; e incluso en aquel momento, no había dejado que nadie me viera sufrir por él. Recuerdo que me encerré en mi habitación, hasta que me sentí más calmado, para luego salir y ayudar a papá a cavar su tumba, unos cuantos metros alejados de la casa, cerca del granero.

Me consideraba un hombre fuerte, hecho y derecho; por lo que el estar llorando en este momento, frente a Jung Kook, no hacía más que hacerme sentir aún más miserable y con mi orgullo herido.

Three LivesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora