Capítulo 18

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Respiré hondo al volver a mi Sala Común. Lo había hecho.

Después de salir de la Sala Común, Malfoy debía ir al Gran Comedor y vigilar a Slughorn. Rápidamente embrujé el escritorio y silla de la oficina de Filch con el hechizo Tarantallegra como también hechicé todos los objetos que pude con Lapifors. El primero ocasiona que cualquier objeto con piernas (animadas o inanimadas) comience a danzar y el segundo transforma pequeños objetos en conejos. El objetivo era hacer tal escándalo para llamar la atención de Filch, que fuera a su oficina y no estuviera rondando cerca de la de Slughorn.

Una vez comencé a escuchar un par de maldiciones y unos pasos acelerados supe que era Filch. Entonces, corrí lo más rápido que pude y entré a la Oficina de Slughorn con un Alohomora. Tomé la hidromiel que le daría a Dumbledore y vertí casi todo el veneno que tenía en ella, acomodando la tapa como estaba antes. Salí de allí lo más rápido que pude y, tratando de pasar desapercibida, llegué hasta el comedor.

Al ver a Malfoy, asentí y él sólo bajó la mirada. Unos cuantos minutos después, se fue de allí. Mi corazón palpitaba a toda velocidad.

Claramente, con todo lo que pasaba por mi cabeza, las clases eran lo de menos. Si algún profesor me preguntara qué había explicado, yo no tendría ni la más remota idea.

No podía dejar de pensar en Harry, el la Orden, en Dumbledore o en Blishwick. Me sentía atrapada, asfixiada. Ellos me seguían a todas partes junto con ese sentimiento en la boca de mi estómago.

Quería despejar mi mente, aunque fuera por un rato, así que fui a la biblioteca nuevamente como ya acostumbraba. Quería sumergirme en algún libro y nunca más volver a la realidad; hacerme una con alguna apasionante historia de alguna joven que no conociera el temor, la ira o el odio. Una joven que, sin importar las consecuencias, haría lo correcto. Cómo desearía vivir en una realidad así pensé.

Entonces, lo vi. Vi a Eugene hablando con la Sra. Pince. Nuestros ojos se conectaron, como si él ya supiera que yo estaba ahí. Con sus lentes deslizándose por su nariz me saludó con la mano y yo sonreí de costado, algo adolorida todavía. Me acerqué a él y nos fuimos a su sector de trabajo sin decir ni una palabra.

- Hola, Thea - dijo él al llegar a destino mirándome a través de sus gafas, expectante.

- Hola, Gene - le contesté con una pequeña sonrisa.

Él asintió y tomó un libro, mostrándomelo, alzando sus cejas por encima de la montura de sus anteojos como si quisiera decirme sin palabras que debía trabajar. Como respuesta no verbal, yo asentí y pasé mis dedos por los libros en el mueble, buscando algo para leer. Encontré entre ellos el libro sobre las reliquias de las familias más relevantes del mundo mágico que él había encontrado para mí y comencé a leerlo.

Navegando entre las páginas que mencionaban apellidos desconocidos para mí y al parecer antiguos, encontré la sección de los Lancaster. Las manos me temblaban de los nervios.

'La reliquia de la familia Lancaster ha de ser conocida como Nigrum lacrimam. Dice la leyenda que una bruja muy poderosa ha de ser capaz de crear un amuleto de poderes místicos inimaginables, entre ellos conocer el futuro y navegar las aguas del pasado. Sin embargo, ningún hombre le había creído: ¿cómo podría una bruja crear un amuleto tan e incluso más poderoso que la mismísima Piedra Filosofal de Flammel? Era imposible.

Fue de familia en familia hasta que encontró una que creyó lo que había logrado: los Lancaster. Y, siendo una casa totalmente apartada de los hombres, la bruja maldijo el amuleto para que sólo pudiera ser utilizado por las mujeres de dicha familia.

Pocos Lancaster quedan ya en el Mundo Mágico y en todos estos años que se conoce este relato, ninguno se dignó a confirmarlo o negarlo. Sin haber rastros del amuleto y sin saber cómo luce, el mito fue olvidado'.  

La hija de Voldemort: Vol. 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora