Capítulo 25

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Era la mañana del gran día ya. Analizando cómo diablos iba a hacer lo que a Draco le había encargado mi padre e incluso preparando un plan de escape por si las cosas no salían como esperaba, la sensatez me azotó: ¿qué tal si el armario ya estaba reparado?

Draco no me había hablado en meses antes del incidente con Potter y tal vez no había llegado a decirme de ningún avance. Tampoco nos podían ver hablando. Ésa vez que había ido a la Enfermería tenía una excusa: quería saber si estaría bien, sin importar si era Draco u otro, pues yo estuve a su lado cuando ocurrió. No obstante, ¿por qué seguiría visitándolo? Ya no éramos amigos a la vista de todos. Ni siquiera sabía si seguíamos siendo amigos en realidad siquiera. De todas formas, debía probar el armario yo misma entonces.

La adrenalina corría por mis venas y sentía que mi sangre hervía de ira, emoción y miedo. En esos momentos, parecía que mis pulmones no sintetizaban el aire que entraba desde mi nariz y que la corbata que había llevado casi todos los días por dos años a Hogwarts se iba ajustando más y más a mi cuello. Respiraba por la boca en un intento de tranquilizarme.

Al pensar en la muerte de Dumbledore, el asesinato del Director, no pude evitar ponerme aún más nerviosa pero a su vez, me sentía como si estuviera en la cima de la montaña rusa, a punto de descender a toda velocidad, con el vigor a flor de piel. Me sentía extraña, ajena a mí misma, incluso emocionada.

Corrí hasta un muro vacío y estuve a punto de entrar a la Sala de Menesteres cuando escuché que me llamaban.

Harry:

- ¿Thea? - la llamé yo con incredulidad. ¿Qué hacía invocando la Sala de Menesteres? Ya nadie entraba allí. Ella volteó lentamente y me miró a los ojos. Había algo en ella que no cuadraba.

- Harry - dijo ella con una sonrisa. Se veía cansada -. ¿Qué haces por aquí?

- Te podría preguntar lo mismo - inquirí yo. Sonó algo más agresivo de lo que quería y cruzó sus brazos.

- ¿A qué viene eso? - desafió ella con un no sé qué en los ojos. No sabría explicarlo.

- Nada. Yo sólo caminaba por aquí...

- Lo que sea que quieras decirme - dijo ella, acercándose a mí - deberías decírmelo en la cara, Potter -. Ella sonrió divertida, pero no parecía causarle gracia realmente. Al ver que no respondía a falta de palabras, siguió hablando -. Sólo quería entrar a la Sala de Menesteres. Aunque está hecha un desastre, es divertido entrar allí. Nunca sabes con lo que te encontrarás.

- ¿Y nunca te encontraste con Malfoy? - ella me miró confundida.

Había visto una vez que Malfoy había desaparecido del mapa de los Merodeadores y cuando la vi a punto de entrar, recordé que la sala no aparecía en el mapa. Tal vez él estaba haciendo algo importante allí.

- No, por ahora no. Aunque, ¿por qué me encontraría con él? ¿Crees que él está haciendo algo aquí? - cuestionó ella, intentando entender mejor.

- Me pareció verlo una vez entrando aquí, en el mapa de los merodeadores. No sé qué planea, Thea, pero no creo que sea nada bueno - afirmé unos segundos después, aún cerca de ella. Pude ver que se tensó un poco y se alejó unos pasos de mí.

- No creo que a estas alturas se digne a hacer algo, Harry. Ya llegan las vacaciones pero... - respiró hondo y se relajó -. Ya lo descubriremos - intentó sonreír pero se podía ver que estaba preocupada igual. Su expresión había cambiado drásticamente en nuestra corta conversación. Me pregunté qué pasaba por su cabeza en ése instante.

Thea:

No me sentí yo misma. Al terminar de hablar con Harry, una extraña sensación me invadió y me dejaba con una sensación de vacío una vez se iba. Cada vez se volvía más frecuente. Temía cada vez que sentía eso.

Entré a la Sala de Menesteres una vez que Harry se hubo ido. No podía dejar de jugar con mis manos en un intento de liberar mis nervios. Rogaba que el armario estuviera listo ya, al mismo tiempo que deseaba que no lo estuviera. Aunque, en parte, era más lo primero. Si no hacía lo que debía hacer, estaba segura de que mi padre me mataría. No iba a haber más oportunidades si intentaba matar a Dumbledore y fallaba.

Abrí el armario torpemente para colocar dentro un insecto moribundo que había encontrado en los terrenos de Hogwarts. Quería saber si algo vivo podría desaparecer y aparecer de un armario a otro. Eso era lo importante.

Al decir el hechizo que Draco había utilizado esa vez que lo había encontrado allí y volver a abrir el armario, el insecto ya no estaba. Rogando que aquella maldita cosa funcionara, volví a repetir la acción unos momentos luego. Cuando abrí el armario nuevamente, el insecto había sido aplastado brutalmente, casi sin dejar rastro de lo que alguna vez fue. Creí que el armario estaba roto hasta que me percaté de las marcas de garras que había atravesado al insecto y marcado la madera. Debía de haber sido el animal de Greyback. Todo estaba en orden.

No podía dejar de pensar en lo que pasaría esa noche una y otra vez en mi cabeza. No dejaba de imaginármelo de todas las formas posibles en las que podría haber ocurrido. Las clases se volvieron obsoletas, las vacaciones insignificantes y el futuro incierto.

No podía dudar de mí misma, no ahora. Debía cargar en mis hombros lo que Malfoy tenía a su merced y debía hacerlo bien.

No pude ver a Eugene ése día: no me atreví. Sabiendo lo que iba a hacer, no podía verlo a la cara. Ni a nadie, en realidad. Deseaba mantenerme calma, serena y enfocada, y había más probabilidades de que lograra aquello pasando tiempo de calidad conmigo misma. Pero, como siempre, las cosas no salían como esperaba. Dumbledore me llamó a su oficina ésa tarde.

Los pensamientos de lo que podría pasar y las futuras mentiras que podría decirle estaban fuera de control, revoloteando en mi cabeza como duendecillos de Cornualles. Deseaba desaparecer de allí y jamás volver más que nunca.

Al llegar a la oficina de Dumbledore a eso de las seis una vez hube asistido a todas mis clases, respiré hondo mientras cerraba los ojos. Todo está bien, me repetía a mí misma. No es como si fueras a matar al hombre en unas horas.

- ¿Quería verme, Profesor? - pregunté yo luego de que McGonagall me dejara pasar a través de la gárgola.

- Siéntate, Theodora - dijo él, indicándome con un gesto la silla enfrente de su escritorio. Temerosa, evitaba con todas mis fuerzas rascar mi cicatriz. En cambio, jugaba con mis dedos fuera de su vista -. He notado que tus calificaciones descendieron a lo largo del año y creo saber por qué... Dime si me equivoco.

Tuve que contener el aire porque sentía que me desmayaría ahí mismo. Estaba lista para comenzar a excusarme cuando dijo: - Trabajar con él ha sido duro, ¿cierto? -. Yo sólo asentí. Ni una palabra podía salir de mi boca en esos momentos tan tensos -. Pero no creas ni por un segundo que esto es en vano, Theodora. Debiste elegir entre lo que era fácil y lo que era correcto, y lo hiciste bien. Tu esfuerzo valdrá la pena y podremos derrotarlo. No lo dudes: la luz es más fuerte que la oscuridad. Siempre.

No sabía qué decir, pero creo que pudo vislumbrar mi miedo y angustia. Se reclinó para apoyar sus brazos en el escritorio y acercarse un poco más a mí.

- Saldrás de ésta, Theodora. Nunca dudes de la bondad dentro de ti, sin importar lo que tengas que hacer por él. Es por el bien mayor. Todo es para derrotarlo y que la paz llegue al Mundo Mágico. Verás el Mundo Mágico como se supone cualquier niño debería verlo - sonrió con un deje de tristeza -. Ahora: ¿tienes algo útil para mí?

Tragué con dificultad por los nervios y mi boca de repente se sintió seca. Cada vez se me hacía más difícil mentir pues mi mente estaba dispersa o pensaba en otra cosas. O en otros.

- Me mantiene a ciegas, Profesor. Creo que todavía no confía demasiado en mí... - tomé un segundo para inhalar -. O tal vez, si fuera más que un simple lacayo en su juego, sabría más.

Él retrocedió en su asiento contra el respaldo nuevamente, con expresión seria.

- Muy bien. Lo haz intentado y agradezco tu ayuda. Puedes retirarte ya, Theodora - agradecí al profesor y salí de allí tan rápido como pude. Tenía que ejecutar un plan. Tenía que matarlo esa noche.

La hija de Voldemort: Vol. 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora