Apurado. Esa sería la palabra perfecta para describir cómo me encontraba yendo a mi piso de nuevo, no había podido ni dar dos vueltas alrededor del parque. La señora Snyder, me había llamado pidiéndome si podía ir a cubrir su puesto, le había surgido un pequeño problema de imprevisto y no podía contar con nadie más. Sin dudarlo, acepté, no tenía nada que hacer y Ashley había hecho muchas cosas por mí desde que había llegado a este mundo.
Una vez llegué a mi casa, tomé una ducha, me puse el uniforme, me despedí de Turrón y me encaminé al supermercado que me quedaba a un par de calles. Al llegar, la encontré en la puerta con su gabardina puesta y su bolso en el brazo.
— Perdona que te haya tenido que llamar así, sé que era tu día libre, pero necesito salir con urgencia, te lo pagaré, no te preocupes por ello. —La desesperación en su voz me resultó adorable, más que mi jefa la veía como a mi abuela, y lo cierto es me recordaba mucho a ella.
— No se preocupe Ashley, tampoco tenía nada que hacer hoy, así que váyase tranquila. Espero que no haya pasado nada grave y por eso tenga que salir con tantas prisas —le dije con la preocupación comenzando a crecer en mí.
— No ha pasado nada cielo, una amiga necesita mi ayuda, es todo. —Me pareció escucharla titubear, pero no le di gran importancia —. Volveré en dos horas. Adiós. —Nada más decir aquello, comenzó a alejarse con paso apresurado.
Al entrar en el supermercado me pareció que no había nadie, pero más tarde, el ruido de un carro proveniente de los pasillos me alertó de la presencia de un cliente, por lo que me puse detrás de la caja para verificar todo, como me había dicho la señora Snyder que debía que hacer cada vez que entrara a mi turno.
Me percaté de que no quedaba suficiente dinero en la caja para el cambio, así que la cerré y me encaminé hacia el despacho, donde Ash guardaba las bolsas para estos casos. Una vez de vuelta, vi que el cliente había llegado. Parte de su compra estaba en la cinta y se le oía maquinando bajo ella en busca del resto.
Intenté abrir la caja registradora, pero no pude. La llave estaba puesta e indicaba que no estaba bloqueada, «se habrá trabado» pensé.
Pulsé una y otra vez el botón para poder abrirla, pero no obtuve resultado alguno ninguna de las veces. Me estaba comenzando a desesperar. No podía dejar esperando al cliente porque soy un novato que no sabe cómo abrir una caja registradora, o así será como lo verá.
En medio de mi frustración, escuché algo que me dejó petrificado. Sentí como la sangre se me helaba. El corazón me dio un vuelco, paró por un segundo y luego continuó con un latir desenfrenado.
— Me gustaría que me dejase, por favor, una hoja de reclamaciones, el servicio ha sido pésimo, la caja ha estado desatendida mucho tiempo y ha retrasado todos mis planes.
No habían sido sus palabras las que provocaron mi parálisis, sino su voz. Reconocería esa voz en cualquier lugar, nunca sería capaz de olvidarla. Aquella dulce melodía que hacía bailar las palabras, era mi sonido favorito en cualquiera de los mundos.
Por un momento creí que me había confundido de persona. No podía ser ella, sería mucha casualidad volvernos a encontrar en este mundo tan grande. Hasta que volvió a hablar y me demostró que las casualidades sí existen.
— Perdona, pensaba que era la señora Snyder, le estaba gastando una... —Antes de que terminase de hablar, levanté la mirada para asegurarme de que mi mente no me jugaba una mala pasada.
Y era cierto, ¡era ella! No me lo podía creer. Estaba aquí, justo delante de mí. Y estaba muy guapa, como aún la recordaba. Le había crecido el pelo, ya no lo llevaba por los hombros, como cuando la vi por última vez. El sol del verano había tenido su efecto, ahora lo tenía más claro, y esos destellos rubios hacían resaltar las pequeñas pecas que se esparcían por su nariz, y manchaban la tersa piel de sus pómulos. Continué mi escrutinio por todo su rostro hasta llegar a esos dos grandes ojos color caoba. Siempre alerta y analizándolo todo a su paso. Cómo los había echado de menos, cómo la había echado de menos.
Pero aquella vez había algo distinto, y no eran las dos medias lunas que adornaban la parte inferior de sus ojos. Esta vez, su mirada se encontraba distante, perdida. En ese momento, se dobló por la mitad, se agarró la cabeza con las dos manos y comenzó a gritar. No sabía qué estaba pasando, pero por instinto salí de la caja y comencé a llamarla, como si eso sirviese de algo y pudiese acallar sus desgarradores gritos. Me encontraba desorientado, no sabía qué le ocurría, ni qué es lo que se supone que debía hacer. Lo único que fui capaz de hacer fue repetir su nombre como si de un mantra se tratase, hasta que el nivel de sus gritos comenzó a disminuir. Entonces supe que se desmayaría. La agarré antes de que se cayese al suelo. Y entre todo el caos, lo único que pude hacer fue susurrar su nombre una última vez.
La volvía a tener junto a mí. No en las circunstancias que quería, pero ese
incesante latigazo de dolor que me atravesaba cada día por no saber nada de ella, había aminorado. Una nueva preocupación había comenzado, sin duda aquello que había pasado, no era normal. Ella no estaba bien. Nunca antes había visto nada igual, tampoco la había visto sufrir de esa manera. Aún se repetían en mi cabeza sus gritos y súplicas, rogando que parase. No creía que olvidase nunca sus aullidos estrangulados y la forma en que se le desgarraba la voz.La preocupación en el rostro de Ash era evidente. Había llegado unos minutos después de haberla llamado, para ponerla al corriente de la situación. Nada más aparecer por la puerta había comenzado a lanzar preguntas.
— ¡¿Qué ha pasado?! ¿Ella está bien? ¿Ya llamaste a una ambulancia? —Las preguntas salían a borbotones una tras otra, estaba realmente asustada. Pero su preocupación se acentuó en cuanto reconoció a la joven tumbada en el piso. No sabía que la conociese, en los seis meses que llevaba trabajando aquí nunca la había visto venir al supermercado. Entonces la reconocí, ¡era su nana!. Adela siempre me había hablado de ella, y de todas esas tardes que se pasaba en su supermercado de pequeña, pero nunca creí que esa señora pudiera ser mi jefa. Al final resulta que este mundo no es tan grande como me imaginaba.
— ¡Adela! ¿Qué le ha pasado? —preguntó dirigiéndose a mí, y por la forma en la que entrecerró los ojos y desvió la mirada, me dio la sensación de que suponía lo que le iba a contestar.
—No sé qué le ha pasado, estaba hablando, me ha mirado y ha comenzado a gritar. Luego simplemente se desmayó —le dije intentando no dejarme atrás ningún detalle, ya que podía ser relevante.
Me pareció escuchar que murmuraba un “entiendo”, pero fue tan leve que puede que haya sido fruto de mi imaginación.
— No hace falta que llames a una ambulancia, yo me encargo de esto —dijo a medida que sacaba el móvil de su bolso y marcaba un número.
Mientras esperaba que la persona del otro lado contestase, me indicó que cerrase las puertas. Por hoy el supermercado ya estaba cerrado. Me dirigí a hacer lo que había dicho y la escuché hablar con la otra persona.
— Marcel, soy Ash. —Al instante reconocí el nombre del padre de Adela —. Supongo que ya sabrás que Adela vino, pero ha habido un pequeño problema. Le ha vuelto a pasar, te lo comento para que lo sepas, pero no te preocupes, yo me encargo. Ya me comentó que tenías una reunión importante hoy, no hace falta que vengas.
“Le ha vuelto a pasar”, esa frase seguía dando vueltas en mi cabeza. Eso significaba qué no era la primera vez que sucedía.
Cuando terminé de cerrar todo, me acerqué de nuevo a la señora Snyder y me pidió qué si podía subir a Adela a su casa. Sin dudarlo me agaché y levanté su cuerpo con el mayor de los cuidados, enseguida me percaté de que estaba más delgada. Había cargado con ella infinidad de veces, sin embargo, esta vez no me había costado. Aquello activó las alarmas en mi cabeza una vez más, ¿Qué está pasando contigo, Adela?
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Sfera
FantasyEntre todas las vueltas que puede dar la vida, a Adela le tocó la más inesperada, cuando aparecen por primera vez sus repentinos desmayos. Y con ellos, él. El destino la hizo amar a Bastian, el chico desconocido de sus sueños ficticios. Y sin saber...