Alivio. La satisfacción de saber que había finalizado la clase de la señora Perkins me recorrió en cuanto escuché el timbre señalizando el fin. Sus clases se hacían eternas y parecía que las agujas del reloj no querían colaborar.
De camino a la salida, me despedí de algunos de mis compañeros que salían antes que yo y de otros que se quedaban reunidos en grupos hablando entre ellos. El pasillo central era un completo caos a estas horas, todos deseábamos poder salir de aquí, y se formaba un insoportable sonido con las voces de todos los alumnos. De pronto, sentí un fuerte golpe por la espalda que hizo que me tambalease, inmediatamente intenté mantener el equilibrio pero fue en vano, me había dado un fuerte golpe, iba a caer pero en ese instante unas grandes manos me agarraron y evitaron que hiciera el ridículo. Levanté la cabeza para agradecerle y por un momento las palabras se quedaron estancadas en mi garganta: ¡era él!
Hizo falta que lo volviese a mirar por segunda vez, para darme cuenta de que estaba equivocada; se parecía mucho pero no eran sus ojos. Estos ojos no tenían los inolvidables tonos verdes que llenaban de profundidad su mirada. Me sorprendí al sentir una aplastante decepción creciendo por mi pecho. No había sido consciente hasta ese momento de la creciente necesidad que tenía de descubrir quién era aquel desconocido.
— Perdona, no me fijé por donde iba. —Su voz fue la que me trajo al mundo de vuelta y me percaté de que no había dicho nada y, sin embargo, me había quedado embobada mirándolo.
— No te preocupes, no fue nada —le dije después de aclarar mi garganta, recuperar mi posición y alisar mi ropa como medio para suavizar mis nervios. Lo único que recibí fue una pequeña sonrisa antes de que continuase con su carrera camino a la salida, pero esta vez avisando a quien tenía delante para evitar otro incidente como el que había tenido conmigo.
Una vez que llegué al coche recordé que tenía que pasar por el supermercado a hacer la compra antes de ir a casa. Pensé en no ir, y por la noche excusarme diciendo que me había olvidado, pero mis tripas rugieron recordándome lo poco que había comido hoy. Una magdalena y un café no eran comida suficiente, y que tenía que ir si quería aguantar lo que quedaba de día. Así que me subí al coche y emprendí mi trayecto hacia el supermercado.
"En el fondo no es una gran tortura" me dije a mí misma en cuanto aparqué el coche. Apoyé la cabeza contra el volante mientras soltaba un suspiro de resignación y me mentalizaba para adentrarme en la pequeña tienda que tenía ante mí. La señora Snyder, que se encontraba tras el mostrador, me recibió con una gran sonrisa, como siempre hacía cada vez que venía. No era muy usual verme por aquí, así que cada vez que pasaba se alegraba mucho, y la verdad que yo también.
Ashley había tenido que cuidar de mí cuando yo era pequeña. Papá solía tenía reuniones o se quedaba hasta tarde trabajando y no había quien me cuidase, pero a medida que fui creciendo, Ash y yo nos veíamos menos, podían pasar meses sin vernos. Ella era lo más cercano que tenía a una abuela. Con la ilusión brillando en sus ojos, salió del pequeño mostrador que nos separaba y vino corriendo a darme un abrazo.
— ¡Mi niña! te he echado de menos, ya nunca vienes a verme. —Al instante el sentimiento de culpabilidad y nostalgia se instaló en mí, había pasado mucho tiempo desde la última vez que había ido a verla, y hasta que no estuve rodeada por sus débiles brazos no fui consciente de lo mucho que la echaba de menos y cuanto necesitaba de sus cálidos abrazos.
— Lo siento nana, ya sabes cuanto...
— Sí, ya sé, Delis —no me había dejado terminar la frase —. Sé cuanto odias venir a hacer la compra. Pero ya sabes que puedes venir a verme cuando quieras, echo de menos verte revoloteando por casa.Después de ponernos al día, continué con mi tarea inicial y me encaminé hacia el primer pasillo. A medida que iba metiendo las cosas en el carro, me fue inevitable no pensar en lo mucho que la había echado de menos y me hice la promesa de no olvidar venir a verla más a menudo. Tendría que sentirse muy sola; se pasaba los días en el supermercado para luego subir a su casa y continuar sin compañía.
Este supermercado lo había comprado junto con su marido hacía veinte años, pero poco después había fallecido por un ataque al corazón, todos en el pueblo lamentamos la pérdida del señor Snyder.
El sentimiento de culpabilidad aún me perseguía, pero decidí no darle más vueltas al asunto y me propuse pasar el resto de la tarde con ella. Por lo que me dirigí hacia la caja para preguntarle si tenía algo que hacer después y si le apetecía que hiciésemos algo, pero al llegar me encontré con que no había nadie. Supuse que había ido al almacén a buscar algo, así que continué cogiendo las últimas cosas para terminar con la compra y ya se lo preguntaría cuando fuese a pagar.
Al llegar a la caja me sorprendí al ver que aún continuaba vacía, sí que se había entretenido en el almacén, porque ¿dónde estaría si no? Comencé a subir las cosas a la cinta y escuché unos pasos acercarse, pero encontré algo raro en el ruido que producían las pisadas; estas eran mucho más pesadas y graves que el silencioso caminar que tenía Ashely, pero no le di mayor importancia, supuse que habría venido apurada al ver que ya estaba esperando para que me cobrase. Por lo que decidí gastarle una pequeña broma.
— Me gustaría que me dejase por favor una hoja de reclamaciones, el servicio ha sido pésimo, la caja ha estado desatendida mucho tiempo y ha retrasado todos mis planes.
En cuanto terminé de decir todo aquello, levanté la vista de la compra que había estado colocando y la miré a la cara, estaba ansiosa de ver como una gran sonrisa cubría su cara y la risa brillaba en sus ojos. Pero lo que me encontré fue totalmente inesperado, había una persona, sí, pero aquella arrugada piel había sido sustituida por unos fuertes brazos tatuados y en lugar de esa mirada brillante que ansiaba recibir, encontré... ni siquiera podría decir qué había en la mirada de aquel desconocido, porque tenía la cabeza enterrada en la caja registradora.
Lo que sí puedo decir, es que en aquel momento la vergüenza me consumía y que el sujeto que se encontraba ante mí parecía asustado. Se encontraba tenso, al instante pensé que estaría robando, pero descarté esa idea al verificar que llevaba el uniforme del supermercado. Inmediatamente me apresuré a disculparme, ya que había sido víctima de unas palabras que no iban dirigidas a él, y mucho menos quería que pensase que eran ciertas.
— Perdona, pensaba que era la señora Snyder, le estaba gastando un... —En ese instante levantó la cabeza y todo sucedió con tanta rapidez que no fui capaz de asimilarlo. De lo que sí fui consciente fue de la sorpresa que cruzó por esos ojos que me habían estado persiguiendo durante semanas. Sin embargo, no soy capaz de recordar claridad si el siguiente sentimiento que vi pasar por ellos fue el aturdimiento, porque justo en ese momento, un agudo dolor me atravesaba la cabeza y me provocaba un mareo tan intenso que no podría compararlo con ninguno otro anterior.
La presión en las sienes se acentuaba. No podía aguantar más, me dolía demasiado. El pitido en los oídos y la vista nublada me avisaban de que estaba a punto de desmayarme, y en realidad lo deseaba, así podría dejar de sentir tanto dolor. De fondo escuchaba mis gritos ahogados y mi nombre siendo repetido en la lejanía, pero esto último era fruto de la agonía por la que estaba pasando.
Necesitaba desmayarme ya, aunque eso solo me liberaría del sufrimiento, el recuerdo de esos ojos me perseguiría aún en las profundidades de mi subconsciente.
El suave susurro de mi nombre fue lo último que escuché antes de sumergirme en una absoluta opacidad y dejar de ser consciente de lo que sucedía a mi alrededor.
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Sfera
FantasiaEntre todas las vueltas que puede dar la vida, a Adela le tocó la más inesperada, cuando aparecen por primera vez sus repentinos desmayos. Y con ellos, él. El destino la hizo amar a Bastian, el chico desconocido de sus sueños ficticios. Y sin saber...