Disclaimer: Los personajes del siguiente texto son propiedad de Masashi Kishimoto. Este es un fanfiction sin motivo de lucro ni adjudicación de personajes.
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Disclaimer: Los personajes del siguiente texto son propiedad de Masashi Kishimoto. Este es un fanfiction sin motivo de lucro ni adjudicación de personajes.
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───── {.⋅ ᴇʟ ᴘʀᴏᴛᴇᴄᴛᴏʀ ⋅.} ────
Una mañana de mediados de agosto, Hinata leía un libro tumbada en uno de los arboles cerca de la piscina de su casa en Konoha. Era una delicia sentir el calor de los rayos del sol —todavía no demasiado potentes— sobre su cuerpo, sabiendo que podía vaguear todo lo que le diera la gana.
Al regresar a su hogar se había refugiado en sus estudios para evitar pensar. Durante los últimos meses, había trabajado muy duro para exponer su tesis ante el tribunal. Ya hacía casi una semana que se había examinado y, aunque superó la prueba con una de las notas más altas, el tremendo esfuerzo realizado le había pasado factura y ahora se sentía tan agotada, que lo único que había hecho en los días que siguieron fue arrastrarse de la cama al jardín y del jardín a la cama.
Relajada y satisfecha, perdió la noción del tiempo hasta que, de pronto, notó que una sombra se interponía entre ella y el sol. Pensando que sería una nube —pese a que el cielo estaba completamente despejado cuando decidió salir afuera—dejo el libro de lado, y subió la mirada.
No era una nube.
El obstáculo que interfería entre la luz del sol y su cuerpo era una figura masculina de elevada estatura, cuyo rostro quedaba a contraluz.
—¿Kakashi? —susurró incrédula.
—¡Hola, Hinata!
Hinata lo contempló boquiabierta. En efecto se trababa de Kakashi Hatake, vestido con unos pantalones negros y una camisa azul pálido con los puños remangados hasta el codo.
Estaba guapísimo. Hinata solo cerró la boca cuando se dio cuenta de que los ojos del Hatake también la recorrían con avidez de arriba abajo, sin perderse un solo detalle de su esbelta figura envuelta en un vestido corto de color blanco.
Con rapidez, se cubrió las piernas con una manta de alegres colores para escapar de su mirada.
—¿Qué haces aquí?
—Recuerdo que una vez me dijiste que si venía a Konoha te llamara y correrías a buscar tu delantal y tu libro de recetas. Vengo a recordarte tu promesa...
—Vienes en mal momento —se encogió de hombros, displicente—estoy tan cansada que cualquier pequeño esfuerzo minaría mi salud para siempre.
—Felicidades, Doctora Hyūga.
—¿Cómo te has enterado?
—Digamos que tu padre me ha mantenido informado sobre ciertos asuntos que me interesaban, como por ejemplo: cómo iba tu tesis doctoral, cuándo te examinabas, cuál era tu estado de ánimo y... alguna cosa más.