Entre las pequeñas colinas a las afueras de Londres, había un pequeño pueblo llamado Werckterphil. Los habitantes de tan diminutio pueblo tenían afectuosas relaciones unos con los otros. Todos los vecinos se reunían los jueves en el bar del pueblo, para discutir sobre el agua, la luz o el alcalde.
En la misma aldea vivía una pareja joven y su único bebé. Su casa era la más alejada de todas, estando casi a la falda de un río heladísimo.
La pareja no era normal, al igual que todos resto del pueblo: la mujer era una bruja. Por supuesto que no esas de color verde, con risa estremecedora o cabello pajoso, pero sí volaba en escoba, cuando practicaba el deporte de los magos.
Los tres vivían tranquilos, sin preocupaciones y con la ayuda de la magia, que a esas alturas parecía indispensable.
Corría el tiempo del terror en la comunidad mágica por la asunción al poder del mago más peligroso y cruel que la historia no veía hacía mucho tiempo. Algunos decían que sólo los débiles morirían, junto con los hijos de muggles(personas sin magia); que el Señor Tenebroso acabaría con los de sangre no pura. Pero nadie sabía de eso, se elevaba entre las sombras.
Todos los miembros del Ministerio de Magia se mantenían alerta a cualquier cosa que sucediera.
Una tarde, la hija del matrimonio, que tenía unos cinco años, jugaba en la tierra en la entrada delantera del jardín. Juntaba gusanos verdes apoyados descuidadamente en las rosadas flores. Los apretujaba y los estiraba, cuando se dio cuenta de personas extrañas que aparecieron frente a ella. Los extraños ni se tomaron un minuto en mirar a la niña y se dirigieron a la puerta principal. Antes de que pudieran llamar a la puerta, su madre salía apresurada.
—¿Averiguaron algo?—preguntó.
—El Ministerio te requiere—dijo uno de los hombres, con barba café y una entrada de calvicie—. Creen que los seguidores de Él matarán a quien se les cruce en el camino.
—Nadie sabe siquiera donde atacará.
—Nadie sabe dónde está—corrigió el hombre.
—Me lo imaginé.
—Esto es realmente serio. Hay una profecía. Hable de...
—Cállate, Trevor—dijo uno de los extraños desde atrás.
—Tiene que saberlo, trabaja con nosotros.
—Ya no más—volvió a decir la voz.
—¿Qué quieren que haga?—preguntó la madre de la niña.
—Deja a un lado a ese muggle y trae a tu hija al Ministerio. Te daremos...
—No iré—declaró la madre.
—¿Qué no iras?—repitió estupefacto.
—No. Pueden irse por donde vinieron. Díganle al Ministro que...
Pero no alcanzó a responder, porque del último de los hombre, vestido de capucha verde, se escuchó un grito ahogado, haciendo que todos se volvieran.
A lo lejos se distinguían llamas quemando techos de cabañas, personas flotando en el aire y encapuchados con máscaras. Un nuevo grito ahogado general surgió.
—¡Mortífagos!—gritó única mujer del grupo.
Mucho humo salía de todas partes de la aldea. Gritos de niños resonaban en los tímpanos de los presentes, erizando la piel. El pasto comenzaba a quemarse, formando barreras que impedían la huida.
Los hombres fueron a la aldea a detener a los causantes del desastre. La hija y la madre se quedaron solas. La mujer acunó a su hija entre sus brazos, llevándola al interior de la casa. La madre tenía la mano en la manilla, cunado una voz la detuvo.
—Únete.
—¡No!
El hombre de la máscara de plata se acercaba a paso lento y decidido.
—El Señor Tenebroso te brindará protección, si tu te demuestras devota...
—¡Aléjate!
—Piénsalo. Nosotros nos encargaremos de ella...
—¡Vete! ¡Aléjate!
El hombre se acercó más. Todavía con la máscara puesta y varita en mano.
—¡Avada Kedavra!—gritó.
. . .
Emma se despertó sobresaltada y completamente empapada en sudor. Ya era la segunda noche se soñaba con eso.
Le dolía todo, como si una aplanadora le hubiese pasador por arriba. Respiraba con dificultad y apenas podía ser consiente de donde estaba. Inhaló una cantidad considerable de aire, alimentando los agotados pulmones. Se removió en las sábanas, inquieta. No era periodo de luna llena, así que no podía estar relacionado con su estado.
Emma había descubierto hacía unos pocos meses que era una portadora lunar.
Los antídotos administrados por el profesor Snape, de Pociones, habían funcionado más o menos bien. No había poción conocida para anular los efectos de las portadoras lunares, pero sí que se podía experimentar con una variación de la poción controladora de hombre lobo. La de dos lunas atrás había sido la más acertada, ya que sólo despertó con un pequeño rasguño en la pierna.
Las portadoras lunares tenían una conexión con la luna llena que las obligaba a matar. Eso no le agradaba mucho la existencia a Emma. De hecho, si no mataba a nadie ella misma se causaba la muerte. Era verdaderamente espantoso.
Emma le escribió durante el verano a Sirius Black, quien se había escapado de la cárcel mágica el año pasado. Era inocente, sólo que nadie lo sabía. El verdadero culpable de la muerte de los padres de Harry, su ahijado, estaba libre.
Ese fue un punto que dejó a Emma desconcertada. Emma era madrina de Harry Potter, pero no sabía cómo. Ni siquiera sabía los nombres de los padres del niño hasta que los leyó en un informe que entregó al Ministerio dos años antes.
Quería decirle a Harry sobre eso, pero consideraba que lo más prudente sería hacerlo en persona. Era importante que Harry no se sintiera solo en ningún momento, que supiera que alguien lo levantaría si caía, que alguien se preocupaba de él. Decidió que lo mejor era decirle cuando entrara a clases y tuviera que ponerse a trabajar, el día primero de septiembre.
Emma trabajó en el Ministerio de Magia antes de entrar a Hogwarts a enseñar Encantamientos. Le encantaba su nuevo trabajo allí. Se sentía tan bien con sus alumnos y sus colegas...en especial con uno.
Emma había desarrollado sentimientos que nunca pensó hacia el profesor de Pociones, pero no estaba segura de ello. Podría ser cualquier cosa. Una amistad nada más....
Tenues rayos de sol comenzaban a asomar por el horizonte, formando un arcoíris en el cielo. Emma sabía que era hora de levantarse si quería llegar a tiempo a la Copa Mundial de quidditch.
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III. Encantamiento en blanco y negro
FanfictionTercera parte de Encantamiento de iridiscencia