Los tres colegios

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Y las dos semanas se pasaron más deprisa de lo pensado. Emma habló con Dumbledore sobre Moody, pero este reaccionó de lo más relajado, cosa que a ella no le hacía mucha gracia.

Sirius no había vuelto a enviar ninguna carta, ni a ella ni a Harry. Eso no le preocupaba, claro, ya que si lo hubiesen atrapado, toda Inglaterra sabría.

El aire estaba frío y el ambiente algo húmedo. Buscó en su armario algo bonito y abrigado que ponerse. Era apenas otoño, pero daba la sensación de estar en pleno invierno. Se puso el pantalón, la camisa, las botas, los aretes y se peinó. Dejó su cabello recogido en una media cola para que así su nuca no pasara frío. Salió de su habitación y se dirigió a la sala de profesores. Dentro estaban todos.

La profesora McGonagall daba instrucciones a diestra y siniestra.

—Profesora Flickwick, diríjase a la sala común de Ravenclaw para entregar las instrucciones. Lo mismo va para ustedes, profesora Sprout, profesor Snape. Vayan con sus casas. Los demás nos esperarán en la plaza frente al gran comedor. Llegarán el media hora.

Era 30 de octubre, día de la llegada de los colegios invitados a Hogwarts: Beauxbatons y Durmstrang.

Emma apenas pudo ver por el rabillo del ojo a Severus, quien no le hablaba desde la discusión sobre lo que había pasado en el Mundial de Quidditch. Tal parecía que Severus no creía ni una palabra que saliera de la boca de Emma, o bien, se había dado cuenta que ella decía la verdad, pero era muy orgulloso para decirlo.

Emma lo veía siempre, como si se apareciera a propósito en frente de ella para torturarla más. A ella le costaba trabajo enojarse con las personas al punto de no hablarle, y esa simple pelea había significado un buen golpe de realidad, de que no todos eran como ella.

Los profesares que no eran jefes de casas recorrieron los pasillos con el ánimo por las nubes, conversando alegremente sobre viejos tiempos (en los que Emma ni siquiera había nacido). Se sentó en una banca y se sacó los guantes negros para poder rascarse bien la mejilla, que estaba enrojecida por no tomar su medicina en luna llena. Uno de las noches anteriores había olvidado por completo el brebaje, cosa que la hizo despertar con muchas heridas en el pecho, rasguños leves en la cara y las rodillas raspadas. Por fortuna fue a la enfermería y Madame Pomfrey no preguntó nada, cosa que Emma agradecía.

Aveces se sentía sola, sin que nadie la apoyase. Es decir, si bien tenía a Remus, a Zannia (con quien había perdido el contacto por un tiempo debido a que se can¡unió de ciudad) y Harry, a quien no podía agobiar con sus problemas, porque le pobre ya tenía suficiente, no tenía a nadie con quien hablar cuando ella quería. Sus colegas eran amables, gentiles, y si quieres agregar, simpáticos. Pero, ¿cómo hablar con alguien de cosas privadas?

Esperó algo así de dos minutos sentada, hasta que apareció McGonagall, seguida por el séquito de Gryffindor, ordenados por curso. Le seguía el profesor Flikwick, la profesora Sprout y Snape.

—¿Estamos todos?—preguntó Minerva a la masa. Muchas cabezas subieron y bajaron—Bien, vamos.

Se abrieron las grandes puertas de la entrega principal, que dejaba ver parte del lago negro y el Bosque Prohibido.

—Hasta aquí—indicó McGonagall cuando todos estaban bajando las grandes escaleras de cemento y piedra.

Habían cinco secciones en la zona: la superior izquierda era Slytherin, la superior derecha Ravenclaw, inferior izquierda Hufflepuff, inferior derecha Gryffindor, y los maestros en una primera fila frente a ellos, bajando las escaleras.

Dumbledore estaba en medio de esa fila, con su barba blanca brillante y sus típicos anteojos de media luna.

El viento comenzó a rugir, provocando que la mayoría, si es que no eran todos, se estremeciera bajo su abrigo, ocultando el cuello y las manos en los bolsillos. Todos estaban expectantes al siguiente movimiento.

III. Encantamiento en blanco y negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora