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— ¿Cruzarse al muelle de enfrente se considera irse muy lejos de aquí? — Bruno no dejaba de mirar hacia el lago mientras yo perfeccionaba algunos viejos dibujos. 

Llevaba quince minutos allí, sentado junto a mí contándome sobre su empleo y lo mucho que le gustaba. 

Yo no podía creer que alguien sintiera tanta emoción por solo repartir alimento para animales pero claramente eso no era lo que le motivaba.

Por lo que notaba a Bruno le agradaba la gente. Hablar, socializar, viajar, y solamente ir de aquí para allá en su camioneta. Parecía ser feliz con poco. 

Yo moriría con un empleo como ese. Creo que preferiría tratar con las ovejas de papá que con la gente.

— Sí. — respondí — No voy nunca para allá. 

No preguntó por qué. Como había dicho, sin preguntas personales sobre nosotros y creo que presintió que detrás de mi negativa había de hecho algo personal. 

— Bueno, me parece una lástima. — fue todo lo que comentó. — Oye, quiero dibujar yo también. 

Me arrebató mi cuaderno de la mano con rapidez y luego hizo lo mismo con el lápiz. 

— ¡Hey! — protesté — ¿Siquiera sabes dibujar?

— No, pero quiero intentar. Quédate quietito. 

— No vas a dibujarme a mí. — buscó una página en blanco y comenzó a mirarme. 

Me puse un poco nervioso. Se veía serio y concentrado. Quise espiar a ver qué rayos estaba dibujando pero no me dejó y me retó por moverme. 

Le seguí el juego entonces y me quedé allí, viéndolo como me dibujaba en silencio. Sentía que tenía que decir algo aunque no sabía qué. 

— ¿Sabías que la mayoría en este pueblo son italianos? — solté de la nada. — Bueno, descendientes. 

— Algo así escuché. — respondió sin quitar los ojos de la hoja. — Mi padre viene de familia italiana también. 

— ¿Ah sí? ¿Cuál es tu apellido? — pregunté. Al menos eso sí podría respondérmelo. Al fin y al cabo él fue quien comentó sobre su familia. 

— Leoni. ¿Y el tuyo? 

— Bianco. 

— Que bien. Tenemos algo en común. 

— Sí, eso solo. Aparentemente…

Levantó la vista y me sonrió. 

— Por el momento. — dijo. 

— Oh, vamos. Somos completamente diferentes. 

— No te olvides que somos los dos unos raros. — rió. 

— Bueno, al parecer hay distintas clases de raros también. 

— Y aún así somos amigos. — concluyó. Esta vez no lo contradije. No quise hacerlo. ¿Ya éramos amigos? — Listo. 

Me entregó el cuaderno. Se veía satisfecho con lo que había hecho. 
Cuando le eché un vistazo vi un dibujo nivel infantil que me hizo reír mucho.

Parecía una casa, mi casa, con un dibujo de una persona hecha de palitos en el techo. Arriba de todo la luna y decenas de estrellas. 

— Eres un genio, Picasso. — bromeé — ¿Se supone que soy yo?

— Así es. — afirmó — Así te ves. 

— Vaya. Que talento. — continué burlándome. 

Bajo luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora