[ 06 ]

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Cuando vi ese enorme pastor alemán abalanzándose sobre nosotros creí que estaríamos muertos. No dejaba de ladrar y sus ojos parecían dos faroles en el medio de la noche. Parecía un demonio dispuesto a hacernos pedazos por entrar en su territorio. 

De forma instintiva me escondí detrás de Bruno y me sujeté como todo un miedoso de su suéter.

Cuando el canino estuvo a solo un metro de nosotros, Bruno se arrodilló y como si se convirtiera de la nada en un tierno cachorrito, el animal empezó a lamerlo, mover su cola felizmente y a rodar en el piso buscando que le acariciaran el estómago. 

— Hola, Rocko. ¿Cómo estás, precioso? 

Okay, claramente lo conocía. Y ahora me sentía un tarado por tenerle miedo. 

El tal Rocko dejó a Bruno para venir a olerme y saludarme. Yo ni lo toqué. 

— ¿Me vas a decir que tampoco te gustan los animales? — me miró preocupado. 

La última mascota que tuve fue un gato cuando era niño, y ni siquiera era mío. Era de mi mamá. No hubo otro animal en mi casa después de que el pobre murió atropellado una tarde y mi madre lloró por días. 

Me gustaba dibujarlos porque estéticamente se veían bien pero no estaba seguro de atreverme a relacionarme con un animal a un nivel mayor. 

— Son... lindos. — respondí. 

— Diablos, niño, necesitas ayuda. — rió. 

— No soy un niño. — protesté.

Por el mismo camino de donde el perro pareció salir apareció un hombre con una escopeta en su mano y una linterna en la otra. Ahí me volví a asustar otra vez. Pero el susto duró solo segundos. 

— ¡Dante! — exclamó Bruno y se acercó a darle un abrazo al sujeto. 

Parecía joven pero no tanto. Quizás de unos cuarenta. 

— Me imaginé que podrías ser tú. Hace mucho que no venías a esta hora. 

— Cierto. He estado dedicándome a correr por la noche. — le contó. — Oh, él es Julian. — me presentó luego señalándome. — Juli, él es Dante. Cuida la propiedad del señor Santini. 

— ¿El señor Santini? — conocía ese nombre. Era un conocido de papá. Otro hombre de campo. Lo he escuchado nombrar varias veces aunque no estaba seguro de haberlo conocido alguna vez que yo recuerde. 

Sin embargo, este tipo Dante sí parecía conocerme. 

— ¿Julián Bianco? — me nombró. Yo asentí. — Ah, sí. Conozco a tu familia. Creo que la última vez que te vi tenías como unos diez años. 

— Ya veo. — respondí. Ni me acordaba de aquello. Pero tenía lógica considerando que era un pueblo pequeño y que antes solía ir a todos lados con mis padres. 

— Oye, ¿Hay algún problema si lo llevo conmigo atrás? — le preguntó Bruno. 

— ¡Claro que no! Vayan tranquilos. Diviértanse. 

Dante se hizo a un lado y nos dejó pasar. 

— Gracias. — dijo Bruno. Me tomó de la mano y me guió por un camino hasta un establo. Rocko nos acompañó unos metros y luego se volvió para dejarnos solos otra vez...pero no por mucho.

— ¿Me vas a explicar qué hacemos aquí? — cuestioné. 

Abrió la puerta del establo y encendió una luz a su derecha. Varios caballos estaban allí cada uno en su correspondiente box. 

Bajo luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora