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La mañana del sábado me levanté con demasiado buen humor. Me levanté tarde, obvio, pero de todos modos fui el primero en la casa y con un extraña aura de positividad rodeándome.

Tan alegre estaba que me puse a preparar el desayuno para todos. Seguro mi papá y mi hermano se iban a sorprender. 

Los sábados iban de tarde a trabajar nada más, y los domingos se suponía que eran días de descanso total. 
Mi hermano lo aplicaba. Se juntaba con sus amigos de la secundaria o con colegas del trabajo a beber y relajarse. O bueno, ahora que sabía que tenía novia seguro se iba a la ciudad a verla y lo de salir con amigos quizás siempre fueron puras excusas. 

Papá, al contrario, se iba al rancho de todos modos. Decía que se sentía más útil y productivo allá que en casa haciendo absolutamente nada. 

No entendía por qué estaba tan obsesionado con su tonto rancho. O tal vez era como Bruno me dijo e intentaba tapar su dolor de enviudar con trabajo. 
Lo que sea menos hablar con su hijo menor que se quedaba solo otro día más en casa. 

Bah, tampoco era que yo sabía qué decirle o cómo expresarme. Como había dicho antes, yo no hablaba de mucho con mi padre. Mucho menos de sentimientos. Así que solo lo dejaba marchar y nos permitía a ambos tomar el camino fácil de ignorarnos. 

No obstante esa situación estaba cambiando. Al menos en mi cabeza. Es que ya no sabía si quería seguir tomando el camino fácil…

Empezaba a entender que enfrentar las cosas no tenía que terminar mal necesariamente. Y eso se lo debía a Bruno. 

Así que hice café y tostadas con queso para todos. Limpié lo que ensucié y ordené la cocina. 

Si bien no tenía planeado decir nada importante ese día, por lo menos podía empezar haciendo algo distinto que les alegrara la mañana a todos. 

La primer cara que vi llegar fue la de mi hermano. 

— No jodas. Estoy soñando. — dijo observando la mesa preparada. 

— No empieces a burlarte o esto jamás se repetirá de nuevo. — le advertí. 

— ¿Y a qué se debe la bella ocasión? No me digas, ya te dieron las calificaciones del cuatrimestre. Has reprobado todo. 

— Eh, no. Aunque no creo estar lejos de eso. — tuve que confesar para nada orgulloso — No le digas nada a papá. 

— Julián, ¿Cuándo vas a ponerte a estudiar? En serio. Lo tuyo ya es preocupante. — empezó con el sermón. Ese que solía oír de papá. Pero que cuando lo escuchaba de Leandro era porque realmente la estaba cagando en grande. 

— Oye, te preparé el desayuno ¿y me agradeces hablando de mis putas calificaciones? — protesté. 

— Te agradezco pero una cosa no quita la otra. 

— Ya sé — bufé — No te preocupes por la escuela. Lo tengo bajo control. 

— Sí, claro. — respondió con clara ironía. 

Mi padre apareció en ese momento con una terrible cara de sueño y cansancio. Como si no le hubiesen alcanzado las horas que durmió. 

— Pa, hubieses seguido durmiendo. — le habló Leandro. 

Él hizo un gesto de que no importaba y se sentó a la mesa con nosotros. 

— Estamos en época de parición. Necesito ir a controlar que todo esté saliendo bien. — respondió. 

— Y tú también necesitas descansar. No lo olvides. — papá ignoró el comentario de mi hermano y le dio un mordisco a una tostada mientras buscaba en la tele el informe matutino del clima. — ¿A qué no lo crees? Julián hizo el desayuno hoy. — comentó entusiasmado luego. 

Bajo luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora