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Pensé en quedarme a esperar en la camioneta pero Bruno me pidió ayuda para cargar las bolsas de alimento así que no me pude negar. 

Bajé con él y entré en la tienda en la cual nunca había estado antes. Había pasado frente a ella miles de veces pero jamás había entrado. 

Había un olor como a alimento de perro, bolsas por todos lados y nada de gente a diferencia de lo que había creído. Quizás porque ya era tarde y la tienda estaba por cerrar. 

Un chico rubio estaba detrás del mostrador principal acomodando cosas y limpiando. Era casi tan alto como Bruno e igual de corpulento que él. Apenas nos vio nos observó de una manera algo extraña. Parecía sorprendido de vernos, o tal vez solo a mí por ser un rostro desconocido. Estaba serio. Y diría que hasta se veía molesto. 

Bruno le saludó de una forma que encontré bastante simple para su personalidad tan alegre y luego volteó a verme.

— Las bolsas están en el fondo. Ahí vengo. — me dijo. Atravesó el mostrador, pasó al lado del rubio, corrió una cortina y desapareció detrás de ella. 

Incómodamente me quedé callado con las manos en los bolsillos del pantalón de mi uniforme escolar mirando a mi alrededor. Cuando dirigí mi vista hacia el otro chico, descubrí que estaba... ¿inspeccionándome?

Era guapo pero no traía buena cara. Parecía de mal humor. 

No tenía pensado cruzar ninguna palabra con él claramente. Pero entonces me habló. 

— ¿Así que ahora se busca colegiales? — esbozó una sonrisa de lado, me miró y continuó limpiando el mostrador. 

— ¿Perdón? ¿Me hablas a mí? 

Era el único ahí así que era obvio que me estaba hablando. Pero no entendí qué carajos había querido decir. 

— ¿A quién más, niño? 

Su tono y su actitud no me agradaron para nada. 

— No sé de qué hablas. — le dije y le di la espalda. 

— Bruno. — respondió — Es tan predecible. 

¿Predecible? ¿Bruno? 
Era la palabra más alejada que yo hubiese usado para describirlo.
Giré a verlo. Había dejado lo que estaba haciendo y se acercó a mí. 

— Ten cuidado con él. — dijo esta vez con una expresión de preocupación — Tiene la costumbre de...desaparecer. 

— ¿Desaparecer? — repetí. 

— Así es. No te encariñes con él. Te lo digo por experiencia propia. — me sonrió como si yo le diera lástima y volvió a su lugar de antes. 

Quise preguntar de qué demonios hablaba, qué tanto conocía a Bruno y si era amigo de él o qué. Estaba dispuesto a hacerlo pero entonces Bruno apareció cargando estas enormes bolsas con alimento para perros y gatos con ayuda de un hombre viejo, rechoncho, de casi mi altura, y que al parecer estaba haciendo un esfuerzo físico increíble. 
Me imaginé que era el dueño y el jefe de Bruno.

— Diablos, estoy viejo para esto. — se quejó el tipo al soltar la bolsa luego de apoyarla delicadamente en el suelo. 

— Para eso nos tienes a nosotros. — habló el rubio. — Te ayudaré a llevarlas a la camioneta. — se dirigió a Bruno con eso último. 

— No te preocupes, Julián me ayudará. — negó éste. 

Al nombrarme todos me miraron y me sentí demasiado observado. 
El hombre me saludó amablemente con la mano y luego volvió por donde había venido. 

Bajo luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora