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Alivio. Eso fue lo que sentí desde que supe que Bruno estaba en su casa. Había regresado. No había desaparecido para siempre. 

Miedo fue lo que vino después cuando estuve frente a su habitación. Enfrentarlo y oír algo que no me iba a gustar era obvio que era lo que iba a suceder a continuación. 

Pero me debía una explicación de esa nota que me dejó. 

— Bruno, soy yo. Abre. — le pedí. 

No escuché respuesta del otro lado pero sí movimiento. 

— Bruno, por favor. Sé que está ahí. Tus padres me dejaron pasar. ¿Qué tienes? ¿Por qué me haces esto?

— No deberías estar aquí. — su voz se escuchó a centímetros de mí pero lejos al mismo tiempo. Estaba detrás de la puerta pero parecía querer estar a kilómetros de allí en realidad. 

Se oyó tan apagado y cansado. 

— ¿Y dónde se supone que debería estar? Me dejas una nota y desapareces ¿Y pretendes que no me preocupe? ¿Que no busque una explicación? 

— Por favor, vete. No quiero que me veas así. 

Diablos, me partía el corazón escucharlo. Parecía que iba a quebrarse en algún momento. Y yo lo haría con él. 

— No me importa cómo te veas. Solo déjame abrazarte, por favor. — supliqué. 

No iba a irme. Si me tenía que instalar en su casa hasta verlo en algún momento, lo haría. 

Y creo que él también lo supo. No se iba a deshacer de mí tan fácil. 

La perilla giró y finalmente la puerta se abrió. 

La imagen de Bruno ante mí fue irreconocible. 

Y no tanto por el golpe o raspón que parecía tener en el costado de su frente, o las ojeras debajo de sus ojos o el mal aspecto físico en general que tenía, si no por su mirada.

Sus ojitos grises se veían perdidos y no se atrevían a buscar los míos. 

No, este no era el Bruno que yo conocía. Él no se veía así anoche cuando entró por mi ventana. 

No dije nada. Solo di un paso hacia él y lo abracé con fuerza. 

Bruno dejó que tuviéramos ese pequeño momento de unión, sintiéndonos el uno al otro, y luego cerró la puerta de su cuarto con nosotros dentro. 

Y lo que vi allí tampoco lo reconocí. El orden que había visto antes ya no estaba. Ahora había ropa y cosas tiradas por todos lados. La cama estaba deshecha como si alguien hubiese querido arrancar las sábanas de ella. 

Pero eso no importaba ahora. 

— ¿Te golpeaste? — pregunté señalando su cabeza. 

— Sí, me caí anoche.

— ¿Cuándo? ¿Cómo? 

— Fue en la calle, después de que me fui de tu casa. 

— ¿Por qué te fuiste? ¿Qué pasó? 

— Sé que tienes un millón de preguntas. Y no sé si las voy a poder responder todas...aunque quiera. — respondió. Se sentó en el borde de su cama y yo hice lo mismo a su lado. 

— Solo responde una. — dije entonces — ¿Por qué no me dejas ayudarte? 

Me miró sorprendido. Creo que esperaba cualquier otra menos esa. 

— Juli, eres la mejor persona que conozco sin duda. — sonrió apenas. — Pero...no puedes ayudarme. O mejor dicho...no quiero que lo hagas. 

— ¿Por qué no? ¿No se supone que para eso están las personas que uno quiere? Para no dejarte solo. 

Bajo luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora