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capítulo uno confesiones de una perra rica
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A Isadora Windsor le gustaba creer que no necesitaba a nadie. Era un viejo estado mental que había adoptado cuando era joven, pero se mantuvo presente durante sus años de adolescencia. Porque, a decir verdad, ella se había estado cuidando a sí misma desde que su madre murió y su padre decidió reemplazar el creciente vacío en su familia con tarjetas de crédito. Entonces Izzy decidió que, desde ese punto en adelante, no necesitaría a su padre para decirle que todo iba a estar bien porque todo ciertamente no iba a estar bien, solo iba a ser meh. Y ella estaba bien con eso. Podía lidiar con su vida siendo mediocre si significaba que no tendría con lidiar con nadie tirándola abajo con sus sentimientos.
Hasta donde a Izzy le importaba, no necesitaba a nadie llorándole por su ruptura o que su padre la llamara desde el país en que estuviera visitando como si le importara. Tenía más que suficiente con lo que lidiar, no necesitaba también lidiar con sus intentos de preocupación. Tenía que lidiar con vivir cada día, lentamente convirtiéndose en una copia de carbón de su madre. Miraría el espejo y sería recordada sobre su pasado – el pasado que la torturaría a través de los años. Excepto porque ella no era su madre, eso estaba claro.
A excepción de su físico, Izzy no era Julia. Izzy era Izzy. Incorregible, temeraria, malhumorada, y francamente, una perra malcriada. Parecía ser una persona diferente cada año. Como las estaciones cambiaban cada par de meses, Izzy era soleada y cálida como un rayo de sol un año, y entonces se transformaba en un solsticio de invierno al siguiente. Pero a pesar de las diferencias, Izzy siempre luciría como su madre... no había forma de cambiar eso. Cada vez que miraba el espejo, recibía un recordatorio de lo similares que eran, lo que la recordaba de la decepción que era en comparación a ella, y entonces estaría atascada en este estado mental auróboro del que no podía escapar.
