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capítulo diecisiete el torzal que ata
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Por tanto como Izzy podía recordar, siempre había habido un torzal alrededor de su corazón. Estaba incorporado tan profundamente que su aorta había crecido a su alrededor y, cada vez que alguien tiraba de la cuerda, rasgaba las cámaras, dejando un agujero en el órgano. Y no importaba cuántas veces intentaba cortar el torzal, no podía. Se manteía en su lugar, enterrado en su órgano y, cada tanto, alguién tiraría, y todo su cuerpo temblaba de dolor. Y este dolor había sido una constante. Era todo lo que podía sentir; era todo lo que era.
Pero Izzy no solo quería dolor. No quería estar compuesta de dolor y flamas de su propio fuego. Debía recordarse que no necesitaba ser la bomba a punto de detonar que todo sospechaban que era... no si no quería. Podía estar compuesta de miel y vidrio. Podía. Lo haría.
Y era la pizca de libertad que había probado ayer que la hacía querer encontrar una solución al torzal que estaba rasgando su aorta. Era mejor que cualquier sensación que había obtenido a través de las drogas; era eufórico y la consumía. Creyó que dejaría que la tragara por completo solo para poder volver a problarla. Diablos, ella haría lo que sea para sentirse así otra vez, para sentirse real otra vez, y no como la muñeca plástica de Barbie que había sido desde el día en que llegó al mundo pateando y gritando. Solo sabía que no había camino de vuelta a su vida de burbuja después de ese pequeño gusto de libertad.
La libertad era lo único en su mente, porque lo creas o no, Izzy no quería estar atrapada en una jaula toda su vida. No se contentaría con eso. Ya no más.
Pero aún, el torzal hundido y atado alrededor de su corazón no la abandonaba. Y quería encontrar una forma para desintegrarlo. Ella creyó que tal vez se relacionaba con su madre; tal vez necesitaba superarlo... aunque no estaba seguro de cómo hacer eso. No es como si simplemente pudiera olvidarse de ella. Así que daba lo mejor de ella para vivir por ella y enmendar el hueco en su corazón.
