Capítulo 8

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Silwen era incapaz de ocultar su felicidad, que se plasmaba en su rostro con una hermosa sonrisa que estiraba sus gruesos y rosados labios

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Silwen era incapaz de ocultar su felicidad, que se plasmaba en su rostro con una hermosa sonrisa que estiraba sus gruesos y rosados labios. Con el recuerdo de la noche anterior aún palpitante en su mente, recorrió las callejuelas de la Ciudad Blanca hasta llegar a la Casa de Huéspedes. "Por todos los Valar..."se repetía una y otra vez en su mente. "¿Qué nombre posee este sentimiento?" llevó una mano hasta su pecho, rozando con sus dedos la armadura de cuero. Negó con su cabeza, recobrando un semblante más neutral, pues ¿le satisfacía o le aterraba aquello que comenzaba a brotar en su interior? 

Entró al lugar donde llevaba más de cinco días hospedándose y allí halló a Gandalf, sentado en una de las mesas más alejadas. Un pesado aire enturbiaba el comedor, y el humo de la pipa del maia, se suspendía en el aire dificultando su vista. El anciano hizo una señal con su mano para que se aproximara. No lo dudó, pues aquella mañana su felicidad la tenía obnubilada. Se colocó frente a él en uno de los asientos. La regente del hostal se acercó a la elfa, la miró con cierta ternura y dejó el desayuno frente a ella. A pesar del aspecto fiero debido a las armas que portaba, y al acero y cuero de su armadura, Silwen distaba mucho de infundir terror. Le dedicó una sonrisa de agradecimiento, admirando embelesada su rebosante plato. La mujer comenzaba a conocer los gustos de su nueva inquilina con la comida.

— Buen día Gandalf. —saludó antes de llevar su desayuno a la boca, gimió al encontrarse el delicioso sabor de la mermelada. El maia asintió con una mueca divertida. 

— El resplandor en vuestro rostro podría opacar al Sol. Me pregunto qué habrá conseguido poneros de tan bueno humor esta mañana... —dijo alzando una ceja. Pues él, al igual que Aragorn, habían observado la proximidad de Legolas y ella la noche anterior. Pero ninguno encontró oportuno interrumpir aquel íntimo momento. Silwen tragó una pieza de fruta con dificultad antes de alzar sus ojos, encontrándose con la mueca burlona de él.

— No quiero parecer descortés, ¿pero qué os ha traído hasta aquí? Por lo que yo sé, residís en la Casa del Rey, al igual que Éomer. —llenó de nuevo su boca ocultando su incomodidad.

— Tú, mi querida elfa. —la tuteó. Gandalf buscó descifrar su expresión, pero ella conseguía mantener un semblante sereno.

— Siento deciros, que no soy una compañía muy interesante. —Gandalf rio ante su respuesta— ¿Qué os hace tanta gracia? —preguntó desconcertada, dejando su pedazo de pan untado en mermelada, de nuevo sobre el plato. A regañadientes, pues su estomago rugía con la intensidad de mil huargos.

— Tu reticencia Silwen. —se cruzó de brazos, arrugando las mangas de sus largas ropas.

— ¿Mi reticencia a qué, si puedo saber? —imitó su acción recostandose relajadamente sobre la silla.

— Ocultamos nuestros miedos con un velo, pero tú, descuidaste cubrir también tus ojos. —contestó con obviedad, como si él supiera más de ella, que su propia mente.

✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯  ʟᴇɢᴏʟᴀꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora