Capítulo 28

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Una densidad adherida a la piel, al alma misma, Silwen creyó estar despertando del letargo

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Una densidad adherida a la piel, al alma misma, Silwen creyó estar despertando del letargo. Al abrir sus ojos, toda su anterior vida cruzó su mente, cual sueño lúcido. No lo sintió real, no se vio a sí misma viva hasta aquel instante. Tomó una gran bocanada de aire, un aire limpio y dulce como ningún otro que hubiera tocado antes su garganta. Y lo vio. El cielo nocturno cubriendo las paredes, y entre las estrellas pilares de robusta piedra, elevándose sobre su figura empequeñecida por tan majestuoso lugar. Antorchas de luz celeste pendían de la nada, iluminando con su titilar las baldosas de mármol negro que había a sus pies. Silwen retrocedió, confundida, pues iba descalza, mas no sentía frío alguno. Observó su cuerpo, cubierto de la seda más blanca que jamás había visto. Y al contrario de invadirle el miedo por lo desconocido, halló calma, un corazón sosegado palpitándole bajo el pecho. Sonrió entre el desconcierto, dando su primer paso en aquel extraño paraje. Un pasillo largo la aguardaba, oscuro a su espalda, mas brillante a su final. 

El cosmos era una imagen hermosa que admirar mientras recorría con deleite un mundo nuevo y extraño. Encontraba entre los espacios entre columnas, constelaciones nunca vistas, un cielo distinto, más brillante, más puro. Una tímida lágrima descendió su mejilla, y se halló feliz sin saber el motivo. La súbita presencia de otra persona la detuvo, no obstante no era cualquier ser. Una imponente y oscura figura se alzaba en su propio trono. Un cuerpo excesivamente alto y pálido, cubierto de una túnica que caía por varios escalones hasta detenerse justo a los pies de la elfa.

Su expresión solemne se desdibujó al abrir los ojos, y Silwen, a pesar de la distancia, alcanzó a ver como se reflejaba en los orbes profundos de él. Y allí, en soledad, entendió lo que le había ocurrido.

— Námo. —murmuró, y la paz que había encontrado su alma, se distorsionó a una pena capaz de desgarrarle el corazón.

— Hija de los Primeros Nacidos. —la profundidad de su voz reverberó en cada columna, en cada estrella, y un eco eterno creó tras sus palabras. Silwen tembló, hincando con temor la rodilla ante el Señor de los Muertos— Las acciones cometidas serán tomadas bajo mi juicio...

Silwen retiró con furia las lágrimas que sin control la debilitaban frente al Valar. Su existencia se veía ahora insignificante, efímera, al lado de quien había visto nacer a Anar, el Sol que bendecía toda Arda.

✓ DAMA DE PLATA ⎯⎯  ʟᴇɢᴏʟᴀꜱDonde viven las historias. Descúbrelo ahora