Capítulo Ocho

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Para cuando el juego terminó, la mitad estaban ebrios y la otra mitad se había besado entre sí. Salí de la ronda, aun sintiendo varios ojos pegados a mi nuca, o más bien a mi trasero, pero decidí ignorarlos e ir a por otro sándwich de carne exótica.

– ¿De qué animal es esto? – de repente sentí la voz de Teo detrás de mí – parece... Ciervo, extraño para una barbacoa.

– No es ciervo, obviamente– mentí poniendo los ojos en blanco– ¿Cómo sabes cuál es el gusto de la carne de ciervo?

– La probé... Hace muchísimos años– se encogió de hombros y siguió masticando – sabes, tendrías que tener cuidado. Después de tu revelación en el juego... Parece que hay varios interesados en cambiar tu condición de virgen.

– ¿Eres uno de ellos? – le pregunté volviéndome para mirarlo directo a los ojos, con las cejas enarcadas.

– Me ofendes, yo soy un caballero Atenea– creí percibir que se ponía un poco colorado y esbocé una sonrisa de lado.

– Que suerte, porque comenzabas a parecerme inteligente y si tu intención era apostar por mi virginidad, habrías perdido los pocos puntos que tienes.

– ¿Tengo puntos? – carraspeó él.

– No, no en realidad– me encogí de hombros y me aparté de él, en busca de Artemisa.

Por el camino me interceptó Jessica, con dos vasos de alguna bebida alcohólica no identificada.

– ¡Aquí estás! – me sonrió, tendiéndome uno de los vasos rojos– quería brindar contigo por salvarme la vida.

– Tranquila, no tiene importancia– dije en un intento de rechazar el vaso.

– ¡Anda! Bebe algo– me sonrió mientras daba un gran trago.

– ¿Qué es? – dije aceptándolo, finalmente.

– Vodka, nada del otro mundo– se encogió de hombros y levantó el vaso descartable en mi dirección, para brindar.

Choqué mi vaso con el suyo y bebí un largo trago de aquella bebida mezclada con jugo de naranja. Era dulce y no se sentía demasiado el alcohol, así que lo terminé.

– Oye Jess...– dije mientras caminábamos al interior de la casa y nos sentábamos en el sillón, donde una pareja se estaba besando como si no hubiese un mañana– ¿Recuerdas algo del incendio?

– No....– suspiró– la policía me preguntó lo mismo, pero... No había nadie cuando entré a los vestidores y... Solo sé que no fui yo... De verdad.

– Tranquila, nadie cree que hayas sido tú– dije esbozando una sonrisa mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

– Debes ser la única– se cubrió el rostro con las manos y comenzó a llorar.

Por Zeus... Podía ser muy sabia y estratégica, pero ¿Consolar a alguien? ¿Abrazar? ¿Por qué no habían enviado a la diosa del amor para esto?

Jessica me abrazó sin que yo se lo ofreciera en lo más mínimo, y no me quedó otra que envolverla con mis brazos, dándole palmadas incómodas en la espalda.

– Tranquila...– traté de decir mientras ella se sacudía tanto por los sollozos que parecía estar teniendo un ataque epiléptico– Oye... Estás muy caliente ¿Estás bien? –

– Sí, estoy bien, no es nada– asintió ella volviendo a mirarme con las mejillas húmedas y sorbiendo por la nariz– soy de sangre caliente.

– Pero...– le apoyé una mano en la frente, simplemente ardía– No, esto es fiebre, quemas de verdad.

El Descenso de AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora