Capítulo Trece

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No había dormido prácticamente nada en toda la noche. Cuando sonó el despertador y con un rayo de luz dándome directamente en la cara, me desperté casi a rastras y me dirigí a la habitación de Artemisa.

Salté sobre ella, que aún seguía tapada hasta la cabeza y me quedé allí, aplastándola.

– Buen día Arti– la saludé mientras ella intentaba moverse para quitarme de encima.

– ¿Qué me quieres pedir? – se rio ella cuando por fin me deslicé hasta colocarme a su lado y ella asomó el rostro entre las sábanas para mirarme– jamás eres tan afectuosa.

– ¿No puedo querer molestar un poco a mi mejor amiga? – dije arrugando la frente con un intento de sonrisa que se convirtió en una mueca.

– No....– se rio ella, señalándome con un dedo acusador.

– Muy bien...– suspiré – hoy tendré que persuadir a uno de los jugadores de fútbol... Así que necesito... Algo de tu armario.

– ¿Qué sugieres con eso? – dijo entrecerrando los ojos, lista para saltarme a la yugular segun lo que respondiera.

– Solo que mi ropa es muy simple y la tuya... Es un poco más... Corta y escotada– me encogí de hombros – necesito algo deslumbrante.

– Nosotras somos Diosas– me recordó ella mientras finalmente salía de la cama y arrastraba los pies hasta su armario – ya somos deslumbrantes–

– Es verdad... Pero vamos, préstame algo. A los hombres humanos les gusta todo esto...– suspiré mirándome las uñas.

Artemisa rebuscó entre sus prendas y finalmente me tendió una falda escocesa que parecía del grosor de una bufanda y una remera ajustada de color negro.

– Con esto no habrá quien se te resista– me sonrió.

Diez minutos después, Hermes nos preparaba el desayuno como buen sirviente mientras yo lo miraba muy cómoda, sentada en la mesa.

– ¿Para qué parte de la investigación es esa falda? – me preguntó entregándome un tazón de cereales con leche.

– Para la parte en la que investigo a un grupo de futbolistas– le sonreí falsamente revolviendo mi cuenco.

– ¿Esa ropa es tuya Artemisa? – continuó él enarcando una ceja.

– Oh vamos– suspiró ella, poniendo los ojos en blanco– los sermones no van más, ahora solo eres nuestro esclavo– le recordó ella con una mueca y él le empujó la frente con la punta de los dedos.

– Pueden irse a la mierda, ambas– masculló mientras se sentaba con nosotras.

Ambas intercambiamos una mirada de complicidad y finalmente terminamos nuestro desayuno. Hermes estaba demasiado enfurruñado, por lo que yo conduje hasta el instituto.

Cuando bajamos del coche, sentí que las miradas de medio instituto se clavaban en mis piernas. Caminé mientras el viento me alborotaba un poco el cabello, y para agregarle un toque de dramatismo me lo eché hacia atrás de un manotazo mientras sonreía.

– Perfecto– se rio Artemisa a mi lado intentando mantener la compostura– los jugadores te están mirando todos y....–

– ¿Atenea? – Marley se detuvo delante de mí, con los ojos brillantes.

Fruncí el ceño y me detuve para pulverizarlo con la mirada.

– ¿Por qué razón me diriges la palabra? – inquirí cruzándome de brazos... Mi entrada acababa de ser arruinada.

El Descenso de AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora