Capítulo Treinta y siete

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Salí a la callé y comencé a gritar que el lavado de autos acababa de terminar. Muchos de los humanos protestaron entre murmullos pero los ignoré. Necesitaba que se marcharan de inmediato para poder salvar sus vidas.

- Hay mucho viento, ¡Es peligroso!- les grité a los rezagados, que no se dignaban a subir al coche.

- ¡Vamos, muévanse! - Epimeteo era un poco más brusco que yo.

Hacía señas a los autos para que despejaran la calle, aunque los conductores sabían perfectamente como salir por su cuenta.

El aire a nuestro alrededor, llegaba como una oleada tibia, una muestra de todos los vientos venían hacia nosotros al mismo tiempo.

Teo salió de la casa con cubiertos y platos. Su rostro estaba serio pero su idea de que lucharamos con vajilla era demasiado rara. De todas formas, no negaba que pudiese ser útil, así que me guardé la cuchilla que me había dado anteriormente, enganchándola en mis microscópicos short y me guardé dos tenedores en el pecho, sostenidos por el sostén, debajo de la remara recortada a modo de arma secreta.

- Es todo lo que tenemos - les explicó Teo al resto- tomen los que les parezca más útil-

- Tomaré las bolsitas de pimienta y ají- dijo Artemisa, guardándoselas en los bolsillos- ya tengo mi arco, pero como última opción me podrían ser útiles-

- Yo los platos- sonrió Epimeteo tomando una pila de ellos- soy bueno lanzando el disco...-

- Yo...- Afrodita miró lo que quedaba con el ceño fruncido.

Escogí por ella dos cuchillas y asintió con una sonrisa.

- Te preparé para una pelea cuerpo a cuerpo así que es lo que más util te puede resultar- le expliqué, devolviéndole el gesto.

- Bien, yo me quedo con los cuchillos pequeños- se encogió de hombros Teo.

- ¿El que está allí es Helios bajando a la tierra o es Astreo volando muy alto?- inquirió Afeodita apuntando con un dedo sobre nuestras cabezas.

A miles de metros de nosotros había una figura con los brazos extendidos, simulando alas de pájaro. No estaba rodeado de fuego, por lo que no podía ser Helios... Sin embargo, estaba rodeado por cuatro figuras más, lo que nos daba una sola opción sobre quién podría ser.

- Es Astreo y sus hijos- solté frunciendo el ceño - y nos están mirando a nosotros-

- Intentemos negociar primero- dijo Teo mirando también hacia arriba, pero Epimeteo negó con la cabeza- estuvo siglos encerrado en el Tártaro no creo que haya algo por lo que le interese negociar-

- ¡Baja de una puñetera vez! - le gritó Artemisa mientras chasqueaba los dedos para que aparecieran su arco y flechas.

Astreo comenzó a bajar en picada desde lo alto, con una velocidad impresionante. En su rostro se dibujaba una sonrisa macabra y algo turbada, y sus ojos brillaban con ferocidad.

Artemisa, lejos de querer negociar, cargó la primer flecha, tensó la cuerda todo lo que pudo y la lanzó contra él. Astreo soltó una carcajada y con un movimiento de la mano creó un viento tan fuerte que la flecha voló hacia un lado, lejos de la vista de todos.

- Son unos idiotas si creen que van a derrotarme con un par de utensillos- nos soltó con una voz grave y profunda.

Junto con sus cuatro hijos, el titán se plantó delante de nosotros, apoyando los pies en el suelo.

- He planeado mi venganza por mucho tiempo y no me van a detener un puñado de dioses de segunda-

- ¿De segunda? - mi orgullo se resquebrajó en ese mismo momento - ¿Tienes idea de quién soy? - le pregunté feunciendo el ceño y apuntándolo con un dedo acusador.

El Descenso de AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora