A las seis de la mañana del domingo toqué el timbre de la casa de Teo, lista para ganar.
– Buenos días– me saludó él mientras abría la puerta, con cara de sueño– ¿Qué haces aquí?
– Íbamos a jugar ajedrez– le recordé arrugando la frente– dijiste que podía pasar a la hora que quisiese.
– Pensé que sería... Un poco más tarde– dijo mientras se apartaba para dejarme pasar y yo avanzaba con mucha seguridad.
Parecíamos dos polos opuestos. Él con un piyama celeste pastel, holgado y arrugado; yo con una camisa impoluta y unos vaqueros ceñidos. Él con su cabello ondulado, despeinado sobre la cabeza y yo con una coleta alta y ajustada. Cerró la puerta y se quedó mirando al vacío, mientras yo lo observaba con los brazos cruzados.
– ¿Hola? – le dije arqueando las cejas.
– Estoy muy dormido...Necesito... Un café– arrastró sus pies hasta la cocina, esquivando las paredes por un pelo y comenzó a calentar agua– ¿Quieres uno?
– Claro– asentí sintiéndome un poco culpable.
– ¿Qué haces Teo? – una voz masculina y gruesa se oyó detrás de mí.
Ambos nos volvimos para mirarlo y nos encontramos cara a cara con su hermano. También tenía rostro de sueño y una marca de almohada en la mejilla, solo que a diferencia de Teo... No se veía tan adorable.
– Un café– fue la respuesta breve de su hermano.
– ¿Qué hace ella aquí? – me señaló con un gesto de la cabeza, como si yo no estuviese delante de él.
– Vamos a jugar ajedrez– respondió Teo mientras me tendía una taza para que batiera el café, y él lo hacía con la otra.
– ¿Con ella? – los ojos del chico se abrieron de par en par– creo que necesitamos hablar un segundo...
– Ni lo sueñes, acabo de despertarme, no pienso escuchar una palabra más de nadie– refutó rápidamente Teo mientras lo echaba con un gesto de la mano.
El hermano mayor frunció el ceño, rebufó y finalmente salió de la cocina.
– ¿Tiene un problema conmigo? – le pregunté volviéndome para mirarlo mientras dejaba la taza sobre la mesada.
– Él tiene un problema con el mundo– se encogió de hombros.
Tomó la taza que había batido yo, vertió el agua caliente en su interior y le dio un sorbo.
– Gracias por hacerme el café– me dijo guiñándome un ojo – yo hice el tuyo– dijo tendiéndome la taza batida por él.
Puse los ojos en blanco y lo seguí a la sala principal. Su casa era mucho más amplia que la mía. El salón de entrada tenía paredes blancas, unos sillones rojos dispuestos alrededor de una hermosa alfombra con arabescos y una chimenea enorme, que estaba apagada.
Tomó la caja de ajedrez y extendió el tablero sobre la alfombra.
– Las negras– pedí rápidamente.
Él asintió y me entregó mis fichas, para luego dedicarse a acomodar las suyas en silencio, mientras daba sorbos a su café.
– Si me sigues mirando y no acomodas tus piezas no vas a poder jugar...– dijo esbozando una sonrisa socarrona, sin dejar de mirar el tablero.
Aparté la vista rápidamente, sintiéndome idiota por primera vez en mi vida, y me dispuse a posicionar las mías.
– Tu café apesta– le solté en cuanto estuvimos listos– y le pones demasiada azúcar.
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El Descenso de Atenea
FantasyCuando en un pueblo llamado Moonbay, comienza a haber incendios y muertes inexplicables incluso para los mismos dioses, Zeus decide que es momento de enviar a la diosa más sabia e inteligente a investigar que sucede. Atenea desciende al mundo humano...