Capítulo Treinta y cinco

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Entré a casa intentando hacer el menor ruido posible. Subí las escaleras con cuidado de no despertar a Hermes, que como de costumbre dormía en el sillón y me detuve justo en medio del pasillo, entre la puerta de mi habitación y la de Artemisa. 

Finalmente decidí que lo primero era darme una ducha... Después de todo lo que había pasado. Tomé mi nueva ropa interior de encaje, y el pijama y me encerré en el cuarto de baño. 

Aún no me lo creía. Me observé en el espejo y me pasé una mano por el rostro, estudiándome con atención. Nada, no se notaba ninguna diferencia excepto en mi interior. Seguía siendo exactamente la misma de siempre, ni siquiera entendía porqué simplemente no lo había hecho antes. 

La respuesta era clara... Antes no conocía a Teo ¿No? 

Solo con pensar en él se me dibujaba una sonrisa tonta en los labios. Sacudí la cabeza para sacármelo de la cabeza y me metí en la ducha. Me enjaboné rápidamente, aunque cada vez que cerraba los ojos una imagen de lo que habíamos hecho se me venía a la cabeza. 

Cuando terminé me vestí rápidamente y decidí seguir el concejo de Afrodita... No iba a esconderle esto a mi mejor amiga. Le contaría lo que había sucedido y estaba segura de que ella no me juzgaría. Tragué saliva y me deslicé dentro de la habitación de Artemisa. 

Estaba dormida, así que simplemente me acomodé en el espacio libre de su cama y apoyé la cabeza junto a la suya. 

– ¿Atenea? – preguntó ella con voz pastosa, volviéndome para mirarme– ¿Cómo te fue? – 

– Bien– le sonreí, en un susurro– tengo que decirte algo– 

Levanté la palma de la mano delante de nosotras y ella me miró arrugando la frente. 

– Tómala– le dije con una pequeña sonrisa. 

Ella la tomó y apretó los párpados, lista para descubrir de qué se trataba todo aquello. Un segundo después, abrió los ojos de par en par y se incorporó en la cama, mirándome con sorpresa. 

– ¡No eres más virgen! – exclamó, cubriéndose los labios con la mano. 

Yo también me incorporé y la miré con una sonrisa amplia. 

– No, lo hice con Teo...– 

– ¡Pero la promesa! ¡Era un juramento hecho ante Zeus! – 

– Zeus no va a decirme que hacer con mi vida– la corté antes de que continuara- hice esa promesa hace miles de años porque estaba segura de que era lo correcto... Pero estoy enamorada de Teo– le expliqué– lamento que ya no compartamos esto, pero sigues siendo mi mejor amiga y no quiero esconderte las cosas– 

– Sé que nadie sabe más que tú lo que es correcto... Pero... No puedo no dudar de lo que hiciste. No conoces el campo del amor– me recordó ella, mordiéndose el labio. 

– No tienes que dejar de lado tus votos de castidad si no quieres, eso depende de cada uno– le dije volviendo a tomarle las manos, en un intento por tranquilizarla– tienes razón, yo no conocía nada del amor... Pero ahora sí, créeme –

– ¿Y qué sentiste? – me preguntó ella, aún dudosa, pero lista para escucharme, al igual que siempre. 

– Fue bonito– le sonreí, recordando a Teo sobre mí– muy bonito. ¿Puedo dormir aquí hoy? –

– Claro que sí– Artemisa se apartó un poco más hacia un lado para poder dejarme más espacio. 

Ambos nos mantuvimos cogidas de las manos y ella fue la primera en dormirse. Yo tardé un poco más... Tenía miles de cosas en la cabeza, miles de sentimientos mezclados. Emoción, felicidad, curiosidad... Y ganas de ver a Teo otra vez. 

El Descenso de AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora