Capítulo Dieciocho

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Regresar al instituto al día siguiente fue la gota que colmó el vaso. No había querido levantarme, pero Hermes había amenazado varias veces con hablar con Zeus si no seguía haciendo mi trabajo. No podía culparlo, él no sabía lo mucho que me importaba Teo, no sabía todo lo que había despertado en mí.

Recorrí los pasillos con Artemisa a mi lado y los ojos hinchados clavados en el suelo. Me sentía pequeña una vez más y mi cuerpo amenazaba con romperse si alguien lo rozaba.

– Queridos estudiantes, todos al gimnasio. Haremos una despedida en honor a nuestro querido alumno: Teo Jonas– oí la voz del director por los parlantes.

Una piedra se instaló en mi estómago con solo oírlo "despedida"... ¿Tan pronto? ¿Cómo era posible? Acababa de conocerlo...

– Vamos– Artemisa esbozó una pequeña sonrisa y tiró de mi mano para obligarme a caminar. Puse el modo automático y la seguí, arrastrando los pies, hasta el gimnasio.

Allí estaba repleto de sillas, para todos los estudiantes y las personas del pueblo que habían querido acercarse. El equipo de atletismo estaba en la primera fila y me les uní en la única silla que quedaba vacía, junto a Jessica.

– Hola...– me saludó, forzando una sonrisa.

– Hola– asentí yo, mientras mis ojos se clavaban en la foto enorme del rostro de Teo, a un costado de un ataúd repleto de flores.

– Su hermano quiso hacerlo aquí...Para que la despedida sea una sola vez, con todos– me explicó en un susurro.

No respondí. Mis ojos se deslizaron por el féretro. Allí dentro estaba él, justo como lo había dejado dentro del coche, justo como estaba aquella noche en nuestra cita perfecta. Miré la foto de su rostro, sus ojos grises alegres y su sonrisa chulesca que, debía admitir, me gustaba un poco.

Su hermano fue quien se acercó al micrófono para hablar. Recordó lo maravilloso que era como hermano, como alumno y como amigo. Recordó todos sus éxitos y también sus pequeñas derrotas. Contó sus momentos graciosos de cuando era pequeño y lloró pensando en todo lo que aún le faltaba por vivir.

Cuando terminó todo aquello, el director nos pidió que regresáramos a clase y todo el mundo comenzó a marcharse del gimnasio. Me puse de pie y caminé hacia la puerta, pero entonces una voz me detuvo.

– Atenea– me volví y me encontré cara a cara con su hermano.

Mis ojos se volvieron vidriosos en un instante, pero él frunció el ceño.

– Te dije que no salieras con mi hermano– soltó sin más.

– ¿Qué? – no podía creerme lo que acababa de decir.

– Tú lo distrajiste y mira lo que pasó– sus ojos chispeaban enojo y yo estaba completamente perpleja– todos sus planes, todos sus proyectos, sus deberes... Todo lo tiraste a la basura. Perdió todo por tu culpa–

– ¡Yo jamás quise que sucediera esto! – exclamó mientras volvía a mi mente el rostro de Teo, mirándome, mientras el camión se nos venía encima– No quise nada de esto-

– ¡Pero lo hiciste! Esto no debía ser así– tomó el respaldo de una silla y lo empujó de un manotazo.

– ¡Yo también lo quería! – grité sin más– ¡Yo quería que viviese! ¡Quería volver a verlo! Quería...–

– ¿Qué sabes tú de querer? – me preguntó él, casi escupiendo las palabras– Sabes muchas cosas, pero no sabes sobre eso, lo único que hiciste fue interponerte en su camino–

El Descenso de AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora