El Sol no podía entenderlo.
Ni una pizca de lo que estaba sucediendo. Nada le había hecho sufrir tanto en su vida aparte del vóleibol. No lo entendía, y le dolía porque lo que no entendía no era aquel rompecabezas dispuesto en un enorme cuadro en una de las blancas paredes de un museo, sino su mismo dolor. Aun habían muchas cosas que el mayor tenía que descubrir de él, aun habían muchos secretos que el menor, entre risas, llanto, miradas melancólicas, una tarde lluviosa de primavera o una mañana congelada de invierno, tenía que revelarle al mayor.
Y sin embargo ahí estaba, desesperado, respirando entrecortartadamente, exigiéndole al destino que le diera lo que por derecho le correspondía, sabiendo que ese no era el momento para que lo supiera.
Quería conocer a Atsumu Miya de pies a cabeza.
Quería que su amor valiera la pena.
Pero no podía hacerlo si Atsumu no estaba a su lado. Terminó de ducharse, mirando su mano temblorosa cuando cerraba el paso del agua, y se quedó allí por un par de segundos, admirando las pequeñas gotas que recorrían con libertad su mano antes de apoyar su frente sobre uno de los azulejos de aquel cubículo, sintiendo su corazón latir a un ritmo desastroso. Suspiró hondo, cerrando sus ojos, tratando de despejar su mente, sintiendo que aquel rompecabezas estaba desarmándose lentamente, y que él tenía toda la culpa de ello.
Sus ojos se abrieron nuevamente cinco minutos después, cuando escuchó a alguien más cerrar el paso del agua y salir de su cubículo. El pelinaranja se miró la mano una vez más antes de abandonar el pequeño mundillo en el que se había introducido, atándose la toalla en la cintura luego de secar su cabello y parte de su torso. Había aprendido a silenciar sus pasos con el tiempo, y la persona que había terminado primero que él no escuchó su caminar sino hasta que el menor habló en voz alta.
—Sakusa-san —susurró, y Sakusa se giró a su encuentro, pequeñas gotas de agua cayendo de su flequillo, que peinó hacia atrás para ver mejor al menor, aún si en realidad no quería verle en su totalidad—. Lo siento —espetó Hinata, a lo que Sakusa elevó una ceja.
Era irónico.
—¿Por qué te disculpas? —preguntó, y notó que el rostro de Hinata se teñía de rojo con cada segundo que pasaba. Suspiró cansado, su corazón aún latiendo por algo que no valía la pena sentir—. Si crees que estoy enojado contigo porque Miya está enamorado de ti, déjame decirte que eso no es verdad —agregó, y el rostro de Hinata se tornó completamente blanco, quien levantó sus ojos hacia los del más alto—. Solo eres demasiado energético y...
Y Sakusa finalmente lo notó, dejando que las palabras que había dicho se disiparan en el obvio silencio que le seguía, y las que no había dicho ahogarse en la profundidad de su garganta. Hinata miró hacia el suelo, y Sakusa optó por evitar mirar al menor, avergonzado—. Él... No te ha contado nada, ¿verdad? —comentó, Hinata llevándose una mano a la frente, dejándose caer sobre la pequeña banca de los vestidores, sintiendo el frío recorrer su espalda. El pelinegro suspiró, y se acercó a uno de los tantos estantes repletos de toallas dispuesto para los jugadores, lanzándole una a la espalda descubierta de Hinata, quien levantó su mirada hacia el mayor, dejando ver la profundidad de un par de ojos que sufrían por la duda—. Tienes que cubrirte, o cogerás un resfrío.
Hinata le miró por un par de segundos, buscando el consuelo y la seguridad que necesitaba en los ojos de Sakusa, echándose la toalla sobre la cabeza al descubrir que ese tipo de cosas eran imposibles de obtener, al menos en ese momento, de parte del más alto—. Gracias —soltó en un susurro Hinata, sabiendo que a Sakusa realmente no le importaba.
—No puedo decirte nada sobre lo que sucedió, porque es algo que le corresponde a él contártelo —le respondió el otro, y se acercó a su locker, terminando de secar parte de su cuerpo, colocándose su ropa—. Sálvalo, ¿si? —soltó luego de un corto silencio, los tintes de lo que el menor pudo notar como una súplica casi desesperada, dado el tono de voz y la forma en la que lo había dicho, inundando por completo la mente del pelinarnaja, y Hinata abrió los ojos a la fría madera del suelo, notando que sus pies estaban temblando, antes de levantar la mirada hacia los ojos de Sakusa, que en algún punto de aquella conversación habían comenzado a brillar con algo que el menor conocía muy bien—. Él no hizo nada malo, y nunca lo haría. Él... Realmente te ama, Hinata.
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𝘵𝘩𝘦 𝘴𝘵𝘢𝘳𝘴 𝘪𝘯 𝘵𝘩𝘦 𝘴𝘬𝘺 𝘢𝘳𝘦 𝘧𝘳𝘦𝘤𝘬𝘭𝘦𝘴 𝘵𝘰𝘰 [OsaYama]
FanfictionA Tadashi le gustaba Osamu. A Osamu le gustaba Tadashi. Era una conexión extraña colisionando como dos galaxias fusionándose en una sola, separadas por una simple cancha de voleibol. Yamaguchi escogió el dejar ir un amor que nació en invierno y mori...