the stars are confused.

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No podía entenderlo.

No había manera correcta de entenderlo, ni aunque se lo explicaran de la manera más simple posible. Era como si alguien echara las piezas de un rompecabezas sobre la mesa y le ordenara que lo armara sin ninguna imagen de guía. Era como si estuviera armándolo al revés, no a propósito, sino porque la intención del rompecabezas era, de alguna u otra manera, esa.

Y Tadashi no podía entenderlo.

Un largo bostezo le acompañó mientras su mirada se movía de un lado a otro en el interior del tren. Una pequeña anciana, que había subido en su misma estación, admiraba pacientemente la puerta de salida con una sonrisa a su lado, y un par de pasos hacia el otro un chico de cabello oscuro como la noche, lentes cuadrados de marco negro y audífonos del mismo color cambiaba las canciones que venía escuchando. Y el resto del vagón estaba completamente vacío, lo que le daba la oportunidad al pecoso de pensar.

Lo primero que cruzó su mente fueron sus pecas, que se reflejaron en la larga ventana del otro lado del vagón, justo encima de los asientos. ¿Por qué tenía pecas? ¿Qué era lo que decidía si alguien tendría pecas o no? ¿Existirá alguien que tenga fascinación por las pecas? Su mirada se perdió en el infinito mar de estrellas apagadas que pintaban su rostro, hasta que devolvió su atención, mirando de reojo al chico a un par de asientos a su lado. ¿Por qué le había dejado Tsukishima? ¿Por qué siquiera había aceptado seguir siendo su amigo? ¿Le habrán gustado sus pecas durante el poco tiempo que le susurraba que lo quería al oído?

Su mirada pasó por encima de la anciana, encontrándose con lo vacío del vagón, antes de volverse hacia su reflejo. Y entonces comenzó a perder el hilo de sus propios pensamientos. Era extraño, sentía un revoltijo en su interior que con cada pieza que intentaba conectar más lo enredaba, queriendo con todas sus fuerzas el rendirse aunque le era imposible.

Y entonces pensó en Osamu. Su mente se llenó automáticamente del rostro del pelinegro, de todas las sonrisas que lograba recordar, desde la que le regalaba cada mañana antes de explicarle qué habría de desayuno, pasando por la que le dedicaba al dejarle en la universidad los días que ambos tenían que salir a la misma hora, las que le regalaba cuando regresaba y se topaban en la entrada de la tienda, y las que le devolvía mientras cenaban en silencio. Se llenó de su suave cabello que disfrutaba de peinar cuando este se recostaba sobre su regazo cuando veían una película, y también de los abrazos que el mayor le daba siempre que podía. Se llenó de la infinita cantidad de veces que le regañó cuando este subía al apartamento para aparecerse por detrás mientras estaba estudiando y le abrazaba, repartiendo besos por todo su cuello, susurrando su nombre a su oído diciéndole que le extrañaba.

Se llenó de una palpable y bizarra confusión.

Yamaguchi era inteligente, o al menos lo suficiente como para entender sus propios sentimientos o los ajenos. Pero Osamu Miya era un mundo, como decía Hinata, en el que él se sentía un alien que trataba de interactuar con sus habitantes sin éxito alguno porque no hablaban el mismo idioma. No era nada grave, no para una persona normal a la que no se le intenta salir el corazón del pecho al latir violentamente cada vez que esa persona se le acerca, o su rostro hierve en vergüenza cuando sus labios se encontraban en un suave beso que decía mucho más que cualquier cantidad de palabras.

Por desgracia, todo eso y mucho más era lo que Tadashi sentía por Osamu.

Con ello, las preguntas comenzaban a enredarse, a entremezclarse hasta saturar la mente del pecoso, quien no tenía descanso alguno entre la universidad y sus interrogantes, su vida diaria. ¿Por qué Osamu actuaba de esa manera? ¿Pensará en sus pecas tanto como él mismo lo hacía todas las noches? ¿Le gustará su galaxia brillando en su rostro?

𝘵𝘩𝘦 𝘴𝘵𝘢𝘳𝘴 𝘪𝘯 𝘵𝘩𝘦 𝘴𝘬𝘺 𝘢𝘳𝘦 𝘧𝘳𝘦𝘤𝘬𝘭𝘦𝘴 𝘵𝘰𝘰 [OsaYama]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora