8.- Tradición extraña.

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Este es un especial, creo que las cajitas de lágrimas de ustedes en especial de anclaskhaz  lamento que hayas llorado por mi culpa, lo mismo para mis demás queridos lectores que casi se los dejo sin lágrimas por mucha angustia en los relatos, por lo tanto para compensarlos... he creado este relato  eso si sin perder su toque de historia.

En los templos de oriente próximo, los imperios que dominaron por siglos aquella región tenían entre sus costumbres que las mujeres ( algo tan inverosímil, menos mal no viví esos tiempos), perdieran la virginidad con un desconocido quien les arrojaba al regazo una moneda de plata como señal de que querían yacer con ellas; las más bonitas tenían mayor suerte, aquellas menos agraciadas tardaban años hasta envejecían.

Una vez consumado el acto, la mujer se marchaba a su casa.

Cambiaré algunas cosas y los protagonistas serán Aioros y Shura.

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Con la boca seca y con sus ojos víctimas del picor de las arenas de aquellos sitios, un joven castaño refunfuñaba al jefe de una caravana que transportaba especias, oro, plata y productos manufacturados para un imperio, potencia de la región, azote de sus enemigos y rico en vino y cerveza, el hombre de larga barba encanecida sonrió maligno, apenas llegaran a la ciudad, le sacaría más monedas a ese extranjero cuya lengua le era confusa.

El interprete cansado de sus quejas se le acercó.

—el jonio—dijo refiriéndose al origen del joven se queja más que un bebé recién nacido.

—¡Déjalo, se le pasará cuando encuentre una taberna con buena cerveza y un muchacho de trasero firme!

—espero sea pronto—dicho esto se alejó trotando.

El sol en esas latitudes azotaba más que en el mediterráneo por lo que se arrepentía grandemente por aventurarse a buscar fortuna en aquellas tierras donde los hombres tenían piel morena, barba poblada y él lampiño de ojos aguamarinas y cabellos castaños. Una rareza, una perla en medio de aquel pajal.

Se sentía estafado por esos comerciantes.

Ojalá una posada decente con buena comida, bebida y compañía se apiade de su espíritu cansado.

Al caer la noche, la caravana se detuvo para descansar a kilómetros de entrar a la ciudad de destino, a lo lejos el joven de nombre Aioros contempló las antorchas colocadas en sitios estratégicos de la muralla. Si todo salía bien, podía establecerse ahí, comprar una casa en un distrito exclusivo y regresar de vez en cuando.

Mientras, dentro de la ciudad, horas antes, un joven azabache entraba a uno de los templos para " cumplir" con aquella  extraña y común " tradición" de sus ancestros. Resignado eligió un sitio estratégico para que los visitantes lo pudieran ver.

Cuanto antes se libere de eso, mejor.  Las horas transcurrieron perezosas, el goteo de una fuente cercana taladró en su cerebro fastidiándolo peor que las risas o gemidos de los otros, no podía regresar a casa sin cumplir su deber, suspirando dejó que sus párpados se cerraran al abrazo del sueño reparador.

Despertó con los pasos de varios jóvenes quienes llevaban en brazos jarrones con especias, telas con bordados dorados entre otros elementos para los habituales rituales a la deidad, estos lo estudiaron con curiosidad mientras la actividad a las afueras del templo comenzaba.

—con los comerciantes, llegarán extranjeros. Alguno de ellos se fijará en él—habló uno, otro se agachó y tomó la barbilla del joven que irritado enseñó los dientes—tal vez por su aspecto cautive a alguno venido de las tierras de los mares.

Se fueron dejándolo con su soledad. Los otros jóvenes que al igual que él aguardaban " cumplir" se ubicaban en sus lugares mientras el templo se iluminaba con las alegres antorchas y el tesoro del mismo aguardaba henchirse con el dinero de los devotos y visitantes.

Relatos [Sagicornio] Finalizada  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora