12.1.-Arde Atenas II: Salamina

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La armada se encaminaba presurosa evacuando a mujeres, niños y ancianos. Salamina y otros poblados recibieron a sus hermanos quienes con el alma en un hilo habían abandonado su hogar para salvar sus preciosas vidas, antes que caer bajo el despiadado filo aqueménida; sin embargo antes unas señales de mal augurio despertaron el temor de los atenienses...

La serpiente sagrada que era venerada en la Acrópolis desapareció y como si fuera poco... El collar de oro que adornaba la estatua del madera llamada Paladio de la diosa Atenea también se hizo humo.

Shura fue el último de los hombres que arribó a Egina,  aunque había deseado quedarse defendiendo la Acrópolis, Aioros bajo amenaza de lo que lo mataría si seguía de obstinado, accedió a marcharse. Sisifo y Cid antes que el sol saliera por el horizonte embarcaron en uno de los  trirremes para una vez la armada persa se presente a la batalla atacar hasta destrozar sus proas y cubiertas de madera; Aioros estaba a cargo de otro donde lucharía codo a codo con Temístocles que previamente ya tenía preparada su estrategia de batalla que sería naval. Estaban en Salamina listos para la orden.

¡ Oh pero el azote de fuego llegó antes de lo pensado...!

Una monstruosa estela de caballos con sus respectivos jinetes llegó hasta la ciudad la cual previamente se hallaba cerrada y protegida por unos pocos que decidieron quedarse, prometiendo a su patrona entregarle su hogar integro, sin mancha de invasión ni saqueo.

Sobrecogidos de horror Sisifo, Cid, Aioros y Shura en Egina , vieron las infames columnas de humo cernirse por los cielos que se teñían de rojo que parecía la sangre derramada de las piedras y columnas y de aquellos atenienses que no pensaron que el poderío bélico del emperador que se proclamaba " Señor de las cuatro regiones del mundo" fuera capaz de arrasar a sangre y fuego la urbe de Atenea.

Aioros lloró de rabia cuando el color rojizo en el cielo se hizo más latente, Shura apretó los puños lleno de pesar ante la devastación que seguramente Atenas era víctima.

—¡Malditos sean!—rugió Sisifo golpeando con su puño una roca—los destrozaremos sin piedad Cid—miró a su compañero que sin querer había presionado su mano izquierda contra el filo de una hoja de una espada cortándose esa zona.

Podían imaginarse los cánticos de los sacerdotes y sacerdotisas que en medio de la eminente muerte entonaban para la diosa, los bríos de esos patriotas atenienses que esgrimieron ser más útiles ahí que fuera del recinto lanzarse con los ojos brillando de satisfacción por luchar con el enemigo... Jurarían que ganarían la batalla que se avecinaba, jurarían a la tierra y mar que los persas regresarían a su tierra de la que no debieron salir, vencidos y sin nada...

Al amanecer aún el humo perduraba, Jerjes se daba un verdadero festín con los tesoros de los templos, en especial el de la Acrópolis, expoliando sus riquezas, decapitando, destrozando exvotos, estatuas, columnas, paseándose por las solitarias y dolientes calles  donde los que decidieron quedarse yacían como cascarones vacíos esperando que Atenea fulminara a los pecadores que engordados por la brutalidad, entregaban lo expoliado a los pies de Jerjes.

Durante todo el día, los atenienses que lucharían frente a la armada persa, se preparaban para la escaramuza, los huesos de la ciudad tendrían su venganza...

Una noche antes de la Batalla de Salamina

Remojó sus pies en el agua que presurosa besaba sus pies cansados de correr y llevar cosas para al otro día donde cerrarían el paso con la armada ateniense cuyas embarcaciones eran más ligeras y fáciles de maniobrar tanto en mar abierto como en aguas menos profundas previa artimaña que Temístocles planeó...

La cortada no dolía ya. De reojo miró a Sisifo que venía en su dirección con un manto tan grueso como el casco de una armadura,  no podía creer que tantos años juntos, ese hombre aún se tomara atribuciones y lo cuidara más que una madre.

Relatos [Sagicornio] Finalizada  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora