2. La anaconda

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Tras regresar a mi casa, el resto de la semana estuve en cama, ya que aparte del dolor tan horrible, tuve fiebre debido a los excesos cometidos. Pero en vez de preocuparme o pensar en cuidar mi cuerpo, solo podía recordar lo bien que se sintió, lo increíble que fue y las ganas de poder hacerlo otra vez.

Al tener solo doce años y unos padres protectores y cuidadosos, me era difícil el poder escapar los fines de semana para disfrutar de encuentros casuales, aparte del hecho de que al ser un menor muchos se echaban para atrás. No tuve más relaciones sexuales hasta el año siguiente, cuando ya tenía trece años más que cumplidos. Fue con un chico de veintidós años, muy tímido que renegaba de ser gay, solo quería probar. 

Satisfecho de su apariencia acordamos de encontrarnos en un motel a las tres de la tarde, debería regresar a casa a las nueve de la noche, en esas horas pensaba divertirme mucho. Estaba recién duchado y esperando sentado en la cama, un avergonzado Mario, estaba ahora en la ducha aseándose. 

Había entrado en la habitación muy rojo y casi ni me había mirado, me fui a duchar pensando que cuando saliera Mario se habría ido, pero allí estaba y entró corriendo al baño. Cuando por fin salió temblando y asustado se acercó a la cama, sin saber muy bien que hacer.

-Mario, ¿me permites que te bese? -Le pregunté en voz baja, para no asustarlo.

-Claro.

-Ven mejor siéntate a mi lado. -Cuando obedeció, me acerqué al mayor y comencé con un beso suave, acariciando con delicadeza los temblorosos labios, con los dedos le acaricié la nuca para tranquilizarlo y después le acaricié con la lengua, cuando por fin abrió la boca y sacó un poco la punta la acaricié y chupé hasta que lo escuché jadear. -¿Me permites besar tu cuerpo?

Tembloroso y aún asustado, aunque excitado Mario asintió con la cabeza, le miro con una lujuria desenfrenada y comencé a recorrer el tembloroso cuerpo del delicado joven, tal y como Carlos me había hecho, recordando lo que más me había gustado para hacer lo mismo. Cuando le quito la toalla con la que se cubría, se alzaba un enorme miembro que no podía creer que perteneciera al joven delicado. Medía apenas metro sesenta y ocho, era delgado, delicado y terriblemente blanco, sin músculos. Pero los enormes y brillantes ojos verdes era lo que me había fascinado y por lo que accedí a verlo.

Pero ahora viendo esa enorme anaconda de unos veinticinco centímetros me asusté y mucho. Lo miré boquiabierto sin saber muy bien si huir o intentar vencer ese inmenso reto.

-¿Algún problema? -Preguntó asustado Mario, al ver que no me movía ni decía nada.

-No, nada, eres enorme. Tendré que prepararme muy bien.

Tras esto y mientras pasaba la lengua entre los labios decido salir vencedor de esta aventura y comencé a usar la boca en esa enorme y gigantesca vara. Para mi sorpresa Mario se corrió en segundos tras sentir las deliciosas chupadas de mi lujuriosa boca.

-Eso fue rápido. -Le dije sonriendo mientras me limpiaba la cara.

-Perdona, joder te manché toda la cara. -Preocupado me limpió con la toalla que seguía sobre la cama.

-No te preocupes, estas cosas pueden pasar. -Termino de limpiarme. -¿Te gustó?

-Sí, fue increíble. 

-Bien, ahora debemos ocuparnos de mí. Traje lubricante, vamos a tener que dilatar bien la zona para que puedas entrar. ¿Podrás hacerlo?

-No lo sé. -Respondió Mario aún más asustado. 

-Vale, mira como lo hago yo y si quieres me ayudas cuando estés preparado.

Acomodado en la cama y tras colocar la almohada saco el lubricante, untando bien los dedos, así como dejando caer un chorro sobre el estrecho anillo. Tras esto comienzo a jugar con los pezones mientras que Mario avergonzado no levantaba los ojos de su regazo. Frustrado comencé a introducir un dedo y luego otro, poco rato después mientras jadeaba y disfrutaba de los dedos, con la otra mano jugaba con mis pezones, Mario interesado comenzó a observar todos los movimientos, cada vez más excitado y atraído por mi pequeño y desvergonzado cuerpo.

En busca del placerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora