Capítulo 12: Diamante.

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Tras robar dos pastillas a Cathy, Alma pudo conciliar el sueño

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Tras robar dos pastillas a Cathy, Alma pudo conciliar el sueño. Su cuerpo agotado gritaba por un descanso, pero su inquieta mente no lo permitía por medios naturales. A la siguiente noche, después de la pelea, no recordó haber soñado nada en lo absoluto. Tan solo la despertó su teléfono, el cual había olvidado poner en vibrador. Antes de atender, abrió los ojos como hendijas y limpió la baba de su comisura, se trataba de un número desconocido.

—Hola. —Alma atendió, recomponiéndose en su cama.

—¡Ya lo tenemos, jefa! —gritó una entusiasta voz al otro lado.

<<¿Jefa?>>.

—Número equivocado. —Alma estuvo a punto de cortar, cuando los gritos del otro lado la detuvieron.

—¡Soy yo, Alex! —vociferaba con desesperación—. Necesitamos mostrarte como avanzamos, necesitamos hablar y ejecutar nuestras próximas acciones.

Respirando hondo, Alma procuró calmarse. Eran las cinco treinta, y ni siquiera amanecía.

—¿Alex? —No podía creerlo—. ¿Tienes idea la hora qué es?

—Sí. —Alex lanzó un silbido—. ¡Tardamos bastante! Pero al tener ingreso a la biblioteca nos perdimos un poco del eje.

—Luego te llamo. —Alma comenzaba a levantarse a sabiendas que sería un día atareado—. Tengo otros asuntos que atender, empezando por mi desayuno.

Las fuerzas oscuras conspiraban para que no tuviera paz. Descendió por las escaleras, ni siquiera Sofía estaba despierta. No había caso, untó algo de mermelada en un pan y lo fue comiendo a medida que enumeraba sus quehaceres.

<<Hablar con Apolo y echarlo de la ciudad, ordenar mi habitación, hablar con Alex y ver que quiere, fingir que voy a la universidad, lavar la ropa antes que llueva...>>

Con la cara lavada y su vieja mochila, llena de apuntes sin leer, Alma partió a los suburbios, luego de enviar un mensaje a Apolo.



Las avenidas olían a vómito y smog, los cuerpos de los ebrios reposaban en rincones junto a la basura, conocía a algunos de ellos, viejas amistades con las que ya no hablaba. Pocos automóviles rondaban esas calles, tan solo algunas ambulancias y la policía se encontraban fuera del aquel bar de peleas clandestinas, siempre se armaban unos buenos embrollos en ese sitio de mala muerte, por eso prefería el Antro de Mao, al menos el ambiente era más ameno, amigable y artístico.

—Hubo una gran pelea anoche. —Apolo le habló a sus espaldas—. Disparos, una violación en el ring, murieron algunos, ¿sabes?

—¿Tuviste algo que ver? —Alma alzó una ceja—. Anómalo.

Apolo borró su sonrisa.

—¿Cómo...? —Las pupilas de Apolo se dilataron—. ¿Cómo es que tú sabes eso?

Sociedad Centinela parte II GRISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora