Capítulo 21: Juego perdido.

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Con el transcurrir de dos semanas, lo que quedaba de la vieja Sociedad Centinela se organizaba como un pequeño rejunte de rehenes de la Orden de Salomón

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Con el transcurrir de dos semanas, lo que quedaba de la vieja Sociedad Centinela se organizaba como un pequeño rejunte de rehenes de la Orden de Salomón. Todos los que seguían vivos se lo debían a sus aptitudes, las cuales eran un tesoro que la Orden deseaba preservar, o porque eran demasiado inútiles como para que alguien quisiera matarlos. En síntesis, la División Alfa era lo único de valor que la Orden conservaba de Marimé. Debían cooperar con Isaac Wolser, el más joven de los Altos Mandos, mejor dicho, el principal operador de la traición.

A pesar de la tranquilidad que se respiraba, todos sabían que se trataba de una mentira, que estaban atravesando el ojo del huracán. Las cosas habían cambiado de modo rotundo, y así seguirían.

Era momento que Alma abandonara la clínica de rehabilitación de la Sociedad Centinela; no porque estuviera recuperada, sino porque debía continuar con su vida, y con las condiciones de la Orden. Se sentía bien, tranquila, algo entusiasmada por volver a caminar en la ciudad. Pensaba en todos sus pendientes en tanto se escogía ropa de paseo. Esta vez usaría colores claros; unos jeans, y una blusa sin mangas de color violeta. Luego de recoger su cabello con una cinta, tomó su bolso y se dirigió al comedor con los demás internos.

—¿Vinieron por ti? —Una mujer madura, de cabello negro largo hasta los hombros, le llamó la atención.

Era su psiquiatra, la doctora Diana Evenson, la cual también era madre de Dante, el francotirador de su equipo.

—Aún no. —Alma sostenía su bolso con una sonrisa—. Quería despedirme de Lilian.

—No te despidas tanto. —Evenson elevó una ceja—. Tendrás que venir a tus sesiones día por medio.

Eso lo sabía, nadie le permitiría abandonar las terapias. Más que nunca la necesitaban firme y sobria.

Manteniendo su mueca, Alma llegó hasta Lilian, la madre adoptiva de Mateo y Luca. Situada en los ventanales miraba el amplio jardín, con una expresión indescifrable. Desde el primer día no podía sentir más que pena por aquella olvidada mujer, además de odio por quienes la habían abandonado.

—¿Cómo me veo, Li? —Alma dio una grácil vuelta.

La mujer la miró y sonrió, para luego volver a observar el cielo.

Nadie estaba seguro de lo que le sucedía. Luego de largo periodos de depresión había perdido el habla, con el pasar de los años ya no reconocía a nadie, y durante el último tiempo era incapaz de expresar cualquier cosa. Al menos comprendía cuando le hablaban, por lo que era buena oyente.

—Todavía estoy pensando en lo que voy a hacer —manifestó Alma, pensativa—, puedo ir a la casa de Jazmín, o al Antro... a lo mejor Alex quiere que me ponga a trabajar. Depende de lo que yo haga para que él pueda hablar con su padre.

Algo la distrajo de sus pensamientos, a lo lejos podía ver a Gary acercándose a la entrada. Fue inevitable sorprenderse, él lucía más prolijo que lo habitual. Si bien llevaba su rubio cabello alborotado, y su mechón violeta parecía recién teñido, no tenía sus clásicos jeans rotos y harapos; sino que vestía unos pantalones negros, al igual que su camiseta.

Sociedad Centinela parte II GRISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora