Capítulo 16

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La casa parecía más grande de lo habitual, con las luces apagadas y esa sensación de vacío en el interior. La chimenea no estaba encendida, por lo que al tratarse de una estación un poco turbulenta, hacía bastante frío a esas alturas de la noche. El día anterior había llovido con fuerza, el cielo estaba raso y las estrellas, más hermosas que de costumbre.

Elda abrió la despensa: Pilló algo de cerdo curado, verduras y agua fresca del río que había traído esa misma mañana antes de irse a trabajar y comió en silencio, mirando al infinito. Desde su inicio en la vida en el barco, jamás había pasado un solo cumpleaños sola. Obviamente, el tema de las tartas quedaba fuera de presupuesto, (paraban en tierra tres o cuatro veces al mes), así que un cóctel de tantas gambas como años cumples y un desafío de ver quien se las come antes en menos tiempo. Los regalos también eran algo irrelevante, pero Thandel y Conrad siempre le tenían preparado algo; desde pulseras hechas a mano hasta nuevos arpones o fruta fresca. Muy modesto todo, hermoso a su manera.

Y allí estaba ella, acabando los últimos rastros de carne seca junto a una hogaza de pan y un poco de queso añejo. Podría sacar el vino de reserva también, una forma de celebrar sus recién cumplidos dieciocho años sería emborracharse hasta perder el sentido. ¿Óptimo? No. ¿Resaca al dia siguiente? Asegurada. ¿Posibilidad de pasar la noche más rápido? Sin duda alguna. Se levantó, dejó los platos para lavar y cogió la botella de la estantería, la abrió y dio un rápido sorbo mientras se sentaba. El sabor a frutos del bosque, alcohol y especias la animó a dar otro sorbo más generoso.

Elda no era de las personas que se emborrachaban fácilmente en realidad. Le costaba sentir el hormigueo característico en la punta de los dedos después incluso de bajarse la botella entera.

— Debería haberme quedado en la ciudad hoy. –se dijo—. Al menos saldría al mercado nocturno y comería pinchitos caseros en las calles... Oh, genial, estoy hablando sola.

¿Quién no lo hacía de vez en cuando?

— En fin. –subió las escaleras, decidida a ver las estrellas con el telescopio. Aún no había podido verlas con Sett puesto que el hombre, con lo ocupado que estaba, llegaba a casa y caía redondo a dormir. Ya no se pasaba de vez en cuando por su cuarto a hablar en el tejado, algo que echaba mucho de menos.

Hacía horas que había anochecido, los grillos entonaban un agradable cántico en los frondosos árboles cuyas ramas se mecían por la suave brisa del otoño. Hacía algo de frío, sin embargo, ello no detuvo a la muchacha, quien salió al balcón en pos de su telescopio. Mentiría si dijera que lo había usado: Quería hacerlo con Sett pero allí estaba, dispuesta a mirar por primera vez en un arrebato de decepción.

Se echó hacia atrás, sonriendo amargamente. ¿Desde cuándo era ella la decepcionada? ¿Desde cuándo, sabiendo el mal que iba a hacer, tenía siquiera derecho a ser egoísta? Nadie la había decepcionado por algo que los demás ni siquiera sabían, justo porque ella misma lo había querido ocultar. No, aquí la única decepción respondía al nombre de Elda. Se limpió las lágrimas traviesas que bajaban por sus mejillas con un rápido manotazo que le dejó marcas rojas y se encaramó al tejado. Dio otro trago al vino, tosió y se estiró. De momento seguiría contemplando las estrellas desde allí, a lo lejos... como debía ser.

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Sett y su madre caminaban en un silencio para nada incómodo en dirección a la tan aclamada fiesta vastaya. Las orejas del mestizo se movían excitadas, en parte de la expectativa de tener un respiro por una vez en mucho tiempo y en parte de lo que sabía que se encontraría allí. No todos los de la raza de su madre le tenían aprecio, pero nadie se atrevía a decir nada por miedo a sus... dimensiones.

Mendacious tales | Sett x OC ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora