EPÍLOGO

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El alba estaba próxima. Elda, en la cama, se revolvía inquieta, y sus ojos se movían bajo sus párpados. Se aferró a Sett, a su lado, a quien desveló de un plácido sueño. No es que le importara, ya sabéis, podría dormir cuando quisiera y en cualquier lado. Al final abrió los ojos, acunada por su amado y estos se le llenaron de lágrimas. Algo había ocurrido. Sett, paciente, esperó a que empezara a hablar.

— Se ha ido.

El hombre ladeó la cabeza, confuso.

— ¿Quién se ha ido? —preguntó. Las palabras hacían eco en la casa nueva.

— El demonio. —tragó saliva—. El ser que me ha estado persiguiendo cada noche al meterme bajo las sábanas, el que me miraba mientras fingía dormir y él lo sabía. El que ha sido mi compañero de pesadillas desde que me fui de Noxus. Ahora, lo comprendo. Ha estado recordándome que podía cambiar y que, si no quería, cualquier consecuencia sería mi culpa. Se ha marchado.

— Pero eso es bueno, ¿no? —inquirió, no viéndole el problema.

— Supongo... —pero no podía dejar de llorar—. Esta noche por fin lo he mirado a la cara: Parecía triste y cansado mientras reculaba y se quedaba en la puerta. Se le veía... humano. Me devolvió la mirada, me susurró algo, se despidió con la mano y desapareció igual que el humo. Todo volvió a la normalidad. El camarote de mi sueño era el de siempre, salvo porque no estaba lleno de rojo y llamas.

Sett la apretó contra él.

— ¿Qué te dijo?

— "Te toca." Creo que se refiere a que ahora es mi turno de vivir mi vida.

— Y lo harás. —el hombre suspiró—. Lo harás.

— Te quiero, Settrigh. No imaginas hasta qué punto.

— Puedo hacerme una idea. —se rió entre dientes. Le besó la piel desnuda y la siguió besando mientras se volvían a recostar—. Necesitas descansar, criatura. Incluso después de tantos meses, sigues convaleciente.

— No exageres. —fue describiendo círculos alrededor del pecho del semi vastaya, calmada por fin—. Estoy mucho mejor que antes.

Era cierto, en parte. Los restantes que quedaron después de la guerra permanecieron allí y ayudaron en la reconstrucción de la casa incendiada. No tardaron mucho, eran bastantes y quieras que no, Sett se había formado un pelín en el tema de la construcción, aunque fuera a modo de tapadera para su madre. Al final, la casa resultante fue incluso mejor que la anterior.

No lo demostró, pero Yasuo se sentía orgulloso de su trabajo. El poco tiempo y la jornada intensiva le privó de beber alcohol, cosa que al principio añoraba y sin embargo, después, ni siquiera lo echó en falta. ¿Estaba rehabilitado? Ni por asomo. ¿Volvería a beber una vez terminara todo? Seguramente. ¿Pararía en algún momento? Quién sabe.

Antes de irse le sonrió a Elda, le dio un beso en el dorso de la mano –a regañadientes del semi vastaya—, y se marchó, para no volver. La joven suspiró; echaría de menos sus conversaciones.

Habían tenido, también, que dar muchas explicaciones a la madre de Sett. El capitán pirata lo había llamado "El Jefe de la fosa", Mareen también, y pese al fragor y la intensidad de la batalla, la madre lo había escuchado. Sett al fin se sinceró, dejándose llevar, explicándole todo aquello que había hecho desde pequeño. Al principio ella no dijo nada, mas luego sonrió.

— Lo he sabido desde hace mucho tiempo. —anunció, solemne.

La cara de Sett era un poema. El pobre vastaya no paró de hacerle las mismas preguntas una y otra vez: ¿Desde cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué no se lo había dicho antes? La mujer le restaba importancia: Era algo de su hijo, no suyo. Quizá al principio se sintiera herida porque se lo estuviera ocultando, y hasta, en algún momento, había querido comentárselo, pero no.

Mendacious tales | Sett x OC ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora