Capítulo 24

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Sett se quedó mirando el puñal casi sin verlo. Estaba muerta. Elda estaba muerta.

— Intentamos acorralarla en la dirección en la que iba. —le explicaba Mareen—. Pero no contábamos con la cascada.

El hombre sabía lo que significaba. La cascada tenía fama de ser letal, puesto que la distancia y las grandes y afiladas rocas del fondo se habían cobrado la vida de más de uno. Incluyendo la de ella. Cerró el puño hasta escuchar un "crac", y al abrirlo vio cómo el mango se había fragmentado. Miró a sus subordinados con los ojos encendidos.

— ¿Y no se os ocurrió pensarlo antes? —lanzó el puñal al suelo, airado—. Hemos perdido una pista importante acerca de los noxianos.

— Con todos mis respetos. —dijo Wenning—. Lo intentamos, y fracasamos porque ella conocía esta parte del bosque mejor que nosotros, quienes acabábamos de descubrirlo. Siempre nos haces una señal de disolución al llegar al camino, pero esta vez...

— Me olvidé. Estaba demasiado concentrado en otros asuntos.

— Claro que sí. —Mareen recogió la hoja y se la guardó—. Te encontrabas tan embelesado por la noxiana que descuidaste tu propia seguridad y aún ahora sigues enamorado de ella. De una humana. Una parte de ti se siente culpable de lo que acaba de pasar, ¿me equivoco?

Sett no contestó y, dándose la vuelta, hizo un gesto disolutivo que no admitía réplica. Los mercenarios se miraron, confusos por primera vez en mucho tiempo, pero acabaron acatando la orden y se fueron. Era verdad. La amaba tanto... tanto... que por un momento pensó que se volvería loco de dolor.

Entró en la casa arrastrando los pies, cabizbajo. La oscuridad de la casa le dio a entender que su madre no había encendido las luces y que, probablemente, se debía a haber escuchado la discusión de fuera. La encontró en el sofá, solemne y afectada, y cuando se percató de la presencia de su hijo, corrió a abrazarlo. Sett no hizo nada, solo... se mantuvo estático.

— Hijo mío... —habló ella, acariciándole la espalda—. Lo lamento tanto...

Sett la apartó.

— No te preocupes. —esbozó un intento de sonrisa—. Estoy acostumbrado a que estas cosas pasen. Mientras tú estés bien yo estaré bien, ¿de acuerdo?

La madre rompió a llorar. No, nada estaba bien, y las lágrimas que caían de los ojos de su hijo le demostraban que tenía razón.

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Yasuo no había dormido nada desde la fiesta, algo visible en las grandes ojeras bajo sus ojos. Acabó hablando con Ahri, otra vastaya que buscaba respuestas a preguntas parecidas a las suyas y a partir de ahí, sus recuerdos quedaban borrosos. Lo único que recordaba era despertarse en una cabaña en medio del bosque, la misma cabaña de Ahri y por suerte, no en el mismo lecho. Un lugar provisional, le había contado la hermosa mujer, todos los vastaya renegados tenían uno al que recurrir en los largos viajes atravesando Jonia. Al ver lo mucho que había bebido, Xayah y Rakan se lo encargaron a la kitsune, alegando que contactara con ellos una vez volviera en sí.

Y allí estaba él, yendo al río en busca de agua fresca que le despejara la cabeza y le calmara la jaqueca. Se agachó y se mojó la cara, notando el frescor por cada poro, cuando se percató de una cosa a pocos metros. Alarmado, desenfundó la espada y, de cuclillas, se preparó para atacar. Sin embargo, cual fue su sorpresa al comprobar que se trataba de un cuerpo inerte sobre la orilla. La reconoció pese a la sangre que la cubría: Era Elda.

El samurái enfundó el arma, decepcionado. Qué rápido había prescindido Sett de alguien a quien consideraba "cercana". Había creído que el bastardo mestizo la tenía bajo su protección sentimentalmente hablando... A menos que hubiera descubierto que era noxiana, como le había contado, y decidiera eliminar a la intrusa. Suspiró. No es que se hubiera encariñado con la cría pero la impotencia en su interior bastaba para hacerle sentir responsable de su suerte.

Mendacious tales | Sett x OC ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora