35. Cleo

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Feliz viernes!

Treinta y cinco capítulo, cinco meses y ciento tres mil palabras, finalmente llegamos al final. Ah, pero la tesis que son diez mil palabras apenas voy por la mitad en medio año... Ojalá escribiera mi tesis al ritmo y facilidad que escribo mis historias, pero en fin, una vez termine con eso debería poder dedicar mi tiempo libre 100% a la escritura.

Muchas gracias a todos quienes leyeron y me acompañaron en esta aventura que nadie pidió, pero mi mente simplemente necesitaba crearla. Si has llegado aquí sin conocer mi trabajo, friendly reminder que actualmente existe la saga Pandora que sucede en el mismo universo de Cinco de Oros, varios años atrás, y sigue las aventuras de Emma Bright mientras intenta lidiar con lo que implica ser un espía.

Si has disfruta de esta historia, hay muchas más en mi perfil! Y no dudes en recomendarme o compartir tu opinión para ayudarme a que mis historias sean más conocidas. 

Voy a extrañar a mis queridos criminales, como siempre hago con mis personajes. Cada uno de ellos, a su modo, me ayudó a sobrellevar el encierro, me acompañó estos meses y seguro me enseñó algo también. Espero hayan disfrutado la lectura tanto como yo con la escritura. ¡Hasta mi próxima historia!

Como siempre, no se olviden de votar y comentar al final!

Y mi última pregunta es qué creen que será de estos criminales de ahora en adelante?

Xoxo,

Sofi

***

Ella no podía estar enterrada en Paris. ¿O sí? Cleo cogió con fuerza la pala descansando sobre sus rodillas. Nada de eso tenía sentido. Sentada en un banco en los jardines de la Bibliothèque Nationale, ella no podía evitar preguntarse si toda su vida se resumía a ese preciso instante.

No recordaba el momento exacto en que había comenzado a interesarse por su sangre, en que dioses y faraones habían pasado a tener tanto esplendor frente a sus ojos. Debían ser todos los misterios y maldiciones, no entendía cómo los demás podían ignorar semejante cultura con tanto por descubrir detrás. Las personas preferían creer en ridiculeces como que las pirámides habían sido construidas por extraterrestres, antes de aceptar que una cultura distinta a la occidental había sido capaz de hacer cosas que ellos jamás podrían entender o replicar.

Su abuelo la había instruido sobre todos los mitos y leyendas de la Antigua Roma, repitiéndole una y otra vez que ella era hija de un gran imperio. Y Cleo lo había aceptado, como el hecho de bajar la cabeza ante la mafia o las reglas de los Santorini sobre cuidar su identidad. Pero incluso el gran imperio romano, en algún momento, había cedido ante Cleopatra VII. La gran Cleopatra, emperatriz del Nilo, última faraona de Egipto.

Roma había tenido su historia, ella no podía negarlo. Su encanto con todos sus dioses y héroes. ¿Pero la tierra más al sur? Cleopatra había dominado al Cesar como si se hubiera tratado de un niño. Había sido capaz de seducir a cualquier gran gobernante con su intrigante mente e infinitos conocimientos. Mientras que en ese tiempo las mujeres habían sido poco más que adornos al otro lado del Mediterraneo, ella había liderado ejércitos, mejorado la economía de su pueblo, desarrollado todo tipo de prácticas medicinales. Y todo, sin ceder una pizca de su belleza o confianza.

¿Entonces por qué mirar a Roma, cuando ella podía mirar a Egipto y encontrar en su historia el tipo de mujer que deseaba ser? No una miserable como su progenitora, que había preferido desaparecer tras conseguir lo que quería y renunciar a cualquier tipo de herencia que su rica cultura tuviera, pero alguien que dejara su huella en la historia, cuyo nombre todos conocieran y respetaran el poder detrás.

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